sábado, 15 de mayo de 2010
Philip Roth e Iván Klima hablan sobre Kafka (1990)
ROTH: Kafka. En noviembre, mientras un marginado y ex presidiario, Václav Havel, hablaba a los manifestantes que en aquel momento ocupaban Praga y cuya acción daría lugar al nacimiento de la nueva Checoslovaquia, yo estaba dando un cursillo sobre Kafka en un college de Nueva York. Los alumnos leyeron El castillo, la tediosa e infructífera lucha de K. para conseguir que le sea reconocida la condición de topógrafo por el poderoso e inaccesible dormilón a cuyo cargo esta la burocracia del castillo, el tal señor Klamm. Cuando apareció en el New York Times una foto en que se veía a Havel tendiéndole la mano, de lado a lado de una mesa de conferencias, al antiguo primer ministro del régimen, se la enseñe a mis alumnos. “Bueno”, les dije: “K. por fin consigue reunirse con Klamm.” A los estudiantes les encantó que Havel tomara la decisión de presentarse a las elecciones: así entraba K. en el castillo nada menos que como sucesor del jefe de Klamm.
La clarividencia irónica quizá no sea el mas notable atributo de la obra de Kafka, pero nunca deja de sorprendernos cuando pensamos en ella. Kafka es todo menos una mente fantasiosa creando un sueño o pesadilla, en cuanto pudiera ser lo contrario de una mente realista. Su narrativa insiste, una y otra vez, en un punto: que aquello que se nos antoja una alucinación inimaginable, una paradoja imposible de superar, es precisamente lo que constituye la realidad de cada cual. En obras como La metamorfosis, El proceso y El castillo, nos traza la crónica de como alguien es educado para aceptar—más bien demasiado tarde, en el caso del acusado Joseph K.—que lo que parece fuera de lugar y ridículo e increíble, muy por debajo de la dignidad y de los intereses de una persona, es de hecho lo que esta sucediéndole a uno: esto que se sitúa por debajo de mi dignidad resulta ser mi destino.
“No era un sueño”, escribe Kafka, poco después de que Gregor Samsa despierte al descubrimiento de que ya no es un buen hijo que ayuda a su familia, sino una asquerosa alimaña. El sueño, según Kafka, es un mundo de probabilidad, de proporción, de estabilidad y orden, de causa y efecto: lo que a él le parece absurdamente fantástico es un mundo fiable, hecho de dignidad y de justicia. Cuanto le habría divertido a Kafka la indignación de esos soñadores que nos dicen a diario: “¡No he venido a este mundo a que me insulten!”. En el mundo de Kafka, y no únicamente en el mundo de Kafka, la vida solo empieza a tener sentido cuando nos damos cuenta de que para eso precisamente es para lo que estamos aquí.
Me gustaría saber que papel puede haber desempeñado Kafka en tu imaginación durante los años en que estuviste en el mundo para que te insultaran. Los comunistas vetaron los libros de Kafka en las librerías, las bibliotecas, las universidades, incluida la de su propia ciudad natal, y en toda Checoslovaquia. ¿Por qué? ¿Qué los asustaba en Kafka? ¿Qué los irritaba? ¿Qué significaba para vosotros, que teníais un conocimiento íntimo de su obra y que incluso podíais sentiros muy identificados por sus orígenes?
KLIMA: Yo también, como tú, he estudiado la obra de Kafka. No hace mucho escribí un largo ensayo sobre él y sobre una obra de teatro que trataba de su relación amorosa con Felice Bauer. Y yo formularía mi opinión sobre el conflicto entre el mundo onírico y el real en términos ligeramente distintos. Tu dices: “El sueño, según Kafka, es un mundo de probabilidad, de proporción, de estabilidad y orden, de causa y efecto: lo que a él le parece absurdamente fantástico es un mundo fiable, hecho de dignidad y de justicia.” Yo quitaría fantástico y pondría inalcanzable. Lo que tu llamas el mundo del sueño, para Kafka era mas bien el mundo real, el mundo en que impera el orden, en que los seres humanos, al menos a su modo de ver, eran capaces de tenerse afecto, hacer el amor, tener hijos, cumplir ordenadamente con sus obligaciones; pero ese mundo era, para el, inalcanzable en su casi patológica fiabilidad. Lo que hace sufrir a sus personajes no es que no puedan alcanzar sus sueños, sino el hecho de no ser lo suficientemente fuertes como para adentrarse de veras en el mundo real, para cumplir de veras con su obligación.
En cuanto a por que prohibieron a Kafka los regímenes comunistas, podemos encontrar la respuesta en una frase que dice el protagonista de mi novela Love and Garbage “Lo que más importa de la personalidad de Kafka es su honradez.” Un régimen edificado sobre el engaño, que obliga a la gente a fingir, que exige aprobación de boca para afuera, sin preocuparse para nada de cuales puedan ser las convicciones internas de aquellos cuyo consentimiento requiere, un régimen a quien le da miedo cualquiera que se pregunte por el sentido de sus propios actos, no puede tolerar que alguien cuya veracidad alcanza un carácter tan fascinantemente completo, tan terrorífico incluso, pueda dirigirse a los demás.
Si me preguntas que significó Kafka para mí, habrá que volver a la cuestión a cuyo alrededor estamos dando vueltas. En conjunto, Kafka es un escritor no político. A este respecto, me gusta citar lo que anoto en su diario el 2 de agosto de 1914. Es muy corto: “Alemania declara la guerra a Rusia. Por la tarde, escuela de natación”. Aquí, el plano histórico, un hecho que conmociona el mundo, y el personal se sitúan exactamente en el mismo nivel. Estoy seguro de que Kafka escribe por un único motivo, la necesidad de confesar sus crisis personales, resolviendo así lo que de insoluble había en su vida personal: sobre todo, sus relaciones con su padre y su incapacidad para ir mas allá de cierto limite en sus relaciones con las mujeres. Una de las cosas que hago ver en mi ensayo es que la maquina letal de su relato “En la colonia penitenciaria” es una imagen desesperada, apasionada y maravillosa del hecho de estar casado o comprometido. Hacia varios años que había escrito este relato cuando le confió a Milena Jesenska sus sentimientos ante la idea de irse a vivir juntos:
"Sabes, cuando intento escribir algo [sobre nuestro compromiso] las espadas cuyas puntas me rodean en círculo empiezan a acercárseme lentamente al cuerpo. Es un completo suplicio. Cuando ya están tan cerca que me arañan, la situación se hace tan terrible que allí mismo, inmediatamente, en el primer grito, me traiciono a mí mismo, te traiciono a ti, lo traiciono todo."
Las metáforas de Kafka eran tan fuertes que iban muchísimo mas allá de su intención original. Me consta que tanto El proceso como “En la colonia penitenciaria” se han entendido como sendas profecías del destino terrible que aguardaba a la nación judía en la segunda guerra mundial, que estalló quince años después de la muerte de Kafka. Pero no eran ninguna profecía genial. Lo único que demuestran ambas obras es que un creador que sabe cómo reflejar sus experiencias más íntimas de un modo profundo y auténtico también alcanza la esfera suprapersonal o social. Estoy contestando de nuevo la pregunta relativa al contenido político de la literatura. La literatura no tiene por que ponerse a escarbar en busca de realidades políticas, ni tiene por que preocuparse de los sistemas políticos que van sucediéndose. La literatura puede ir mas allá sin dejar por ello de resolver las cuestiones que el sistema vigente plantee al ser humano. Esta es la con secuencia más importante que yo extraje, para aplicármela, de Kafka.
[En Philip Roth, El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras, Seix Barral. Traducción de Ramón Buenaventura.]
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