"El odio salva la aporía de la carne sin dificultad; más exactamente se libera de ella sin tener ni siquiera que considerarla. Porque el odio prescinde de la carne, mientras que el amor debe pasar por ella. Cuando odio, tengo el privilegio de odiar sin carne, ni la ajena que quisiera destruir como un cuerpo, ni la mía que anulo haciéndola que resista a los cuerpos; no se trata en absoluto de dejarme afectar, ni de experimentarme a mí mismo en esa afectación; por el contrario, se trata de no dejarse afectar (no dejarse hacer), adquirir una dureza y una resistencia que me permitan afectar al otro lo más duramente posible y resistirle como un cuerpo resiste a otro cuerpo -rechanzándolo. Dado que en este caso no puedo "sentir" al otro, se trata de hacérselo sentir; por lo tanto, en primer lugar no experimentarlo, y luego rechazarlo lo más lejos posible, expulsarlo y deportarlo, hacerlo desaparecer de mi vista, y hasta finalmente aniquilarlo. En adelante, liberado de la mediación inmediata de la carne, lo considero como una pura y transparente intencionalidad, no solo como un simple objeto, sino como un objeto que enfoco desde lo más lejos posible, como un objetivo que examino para abatirlo. Considero, por cierto al otro, pero ya no para verlo (ya no puedo verlo), sino al contrario para derribarlo. Lo observo, pero para destruirlo, para acabar con él. Lo "toco", pero para que él no me toque más. Al negarle su carne al otro, privo entonces a la mía de su única ocasión de incrementarse. A fuerza de odiar al otro, termino odiándome a mí mismo y su asesinato me conduce cada vez más claramente, sin que en principio lo sepa, hacia mi propio suicidio".
(Jean-Luc Marion, fragmento de El fenómeno erótico, El cuenco de plata, Buenos Aires, 2003.)
(Jean-Luc Marion, fragmento de El fenómeno erótico, El cuenco de plata, Buenos Aires, 2003.)
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