lunes, 3 de mayo de 2010

B r e s s o n · p e n s a d o · p o r · E r i c e

No hay en la historia del cine una aventura creadora tan singular y solitaria como la de Bresson, un rasgo que ya estaba implícito en el carácter de su visión. De ella se llegó a decir no que inventaba el cine, sino que lo realizaba, revelando lo más íntimo y secreto de su esencia. Los profesionales que no le ignoraron del todo, siempre le consideraron un caso aparte, obstinado y raro: una forma, quizás, de marginarlo. Pero no creo que él buscara ninguna clase de marginación. Lo único que hizo es seguir su camino película a película, con una sinceridad, una exigencia y una entrega totales.


Ha sido uno de los más grandes retratistas del siglo. Pintor en su juventud, resulta imposible desligar su experiencia como cineasta de la que fue su vocación primera. 'La pintura –confesó- me ha enseñado que no era preciso hacer bellas imágenes, sino imágenes necesarias.' Si las relaciones entre el cine y la pintura se habían desarrollado tradicionalmente, para bien o para mal, en la superficie de la imagen, en el orden de las apariencias plásticas, las películas de Bresson, a partir de Un condamné a mort s'est 'echappé sobre todo, establecieron otro género de relación, de carácter subterráneo, mucho más independiente. Actuando como una especie de decapante capaz de limpiar los barnices de lo ornamental y lo superfluo, ayudaron al cine a prescindir de los artificios literarios y teatrales heredados desde su nacimiento, liberándolo de todas las figuras ordinarias de la seducción.




Estableció, paso a paso, una teoría, quizás como ningún cineasta lo ha hecho jamás. La expuso, de un modo admirable, sin una sola concesión a la galería, en el único libro que escribió, Notes sur le cinématographe. En sus páginas, en forma de aforismo la mayoría de las veces, transmite al lector su idea de lo que él llamó Cinematógrafo. En el origen de su invención, un rechazo esencial: el de todas las convenciones acumuladas, a lo largo del tiempo, por el cine-espectáculo.







El Cinematógrafo fue para él, además de una escritura, una forma de ascesis. Le interesó, sobre todo, la parte más recóndita de los seres humanos, su verdad interior, el misterio de su encarnación. 'Es necesario preservar el misterio ya que vivimos en él; es igualmente necesario que ese misterio aparezca en la pantalla.' (...)



Al igual que otros creadores de la Modernidad, concibió el rodaje de una película como un dispositivo de captura de una verdad desconocida, es decir, como búsqueda de una revelación: 'Voy hacia lo desconocido a través de los seres humanos que sitúo delante de la cámara. Para mí, la toma de vistas significa captura. Bajo un efecto de luz, se trata de atrapar al actor, de sorprenderlo. No hablo del actor-actor, sino del actor-criatura viva. Intento captar en él, en determinado rasgo de su fisonomía, lo que puede producir de más raro y secreto, el destello que guarda la clave de su naturaleza más profunda...Una mirada auténtica es una cosa que no se puede inventar; cuando se atrapa en una imagen, resulta admirable...Lo importante no es lo que el actor revela, sino lo que esconde'.



Cuantas veces le vi, eran siempre personas jóvenes las que le acompañaban. Y se comprende, entre otras cosas, porque quizás nadie como él ha hablado de ese tiempo donde los jóvenes, obligados a buscar su lugar en el mundo, se educan a sí mismos cultivando la idea del rechazo. Por eso mismo, fue siempre uno de los cineastas que ha despertado el mayor número de vocaciones.


No hizo escuela, era imposible. Pero si sus películas no tuvieran ninguna relación con el resto del cine, no podríamos comprenderlas. En cualquier caso, su influencia en el trabajo de alguno de los más grandes directores europeos es innegable. Por lo que al cine francés se refiere, ocupó, junto con Jean Renoir, un lugar central en el modelo estético elaborado por los más genuinos representantes de la Nouvelle Vague.

Su visión partía de un pesimismo ('Me parece –declaró en 1966- que las artes se encuentran en decadencia, e incluso cercanas a su extinción') que nunca le abandonó. Se ha afirmado que fue un existencialista cristiano, atormentado por el silencio de Dios ('No por pronunciar su nombre –manifestó- Dios se hace presente'), oscilando entre la esperanza y la desesperación. Más sencillamente, cabe decir que habló, sobre todo, del sentido trágico de la condición humana. Desde esta perspectiva hay que contemplar el destino de sus héroes de ficción, entregados a la tarea de responder sencillamente a su condición de hombres, consciente de que si no lo hacen corren el riesgo de apartarse de la existencia verdadera. En este sentido, quizá ninguna aventura resulta más representativa que la de Lancelot, presidida por el signo de una derrota que anuncia el final de todo un mundo. Imposible no ver en ella, en el arco dramático que traza su transcurrir, una alegoría del presente.

'Creo –declaró en 1970- solamente en el amor. El amor ayuda a comprender'. Uno de sus proyectos más queridos, y que no logró realizar, fue una película inspirada en el libro del Génesis. Muchas de las personas que tuvieron la ocasión de conocer en detalle sus principales rasgos, han afirmado que probablemente habría sido su obra más visionaria y radical. Pero como Florence Delay –la Juana de Arco bressoniana- escribió a raíz de la noticia de su muerte, 'ya no veremos la mano de Eva posarse sobre la mano de Adán'." (2000, al mes de la muerte de Bresson.)

[Publicado en Zunzunegui, Santos. Robert Bresson. Madrid, Cátedra, 2001]

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