jueves, 8 de abril de 2010

Amore, de Giorgio Manganelli

Amore
Giorgio Manganelli
Trad. de Carlos Gumpert
Siruela, Madrid, 2008

De Giorgio Manganelli dice Roberto Calasso que es "un impresionante virtuoso de la lengua", una especie de excepcional escritor barroco, un inventor de mundos de los más bizarros que aparecen en sus novelas, y al mismo tiempo un crítico agudísimo, el autor de un libro titulado La literatura como mentira, donde pone de manifiesto su notable capacidad crítica y neovanguardista. La editorial Adelphi de Milán ha publicado en los últimos años toda su obra, lo que constituye uno de los mayores orgullos de Calasso.

El raro escritor Manganelli comenzó en 1953 escribiendo críticas, a veces sobre escritores imaginarios. Su consagración en Italia como escritor se inicia ya con el primer libro, Hilarotragoedia, a los cuarenta años, al haber tomado contacto con la enfermedad y la locura, según se sabe hoy. Pero sólo tras el premio Viareggio, conseguido 1979 por a su Centuria, se tradujo al alemán y al castellano. Desde entonces se le ha considerado como un verdadero e inclasificable creador del siglo XX.

Manganelli desarrolló una prosa barroca y riquísima, difícil pero rigurosa y absorbente. Por ello se dice que el protagonista de sus obras de ficción es ante todo el propio lenguaje. Estilista implacable y de una imaginación desbordante, se le ha comparado en ocasiones con Italo Calvino, que fue su mentor e impulsor, Borges o Samuel Beckett, si bien su modo de hacer es totalmente "Manganelli".
La confusión viscosa entre los órdenes de la realidad y la ficción, las parodias semi-teológicas sobre los muertos y el Infierno, y la escritura como creación de mundos son algunos de los temas que trató de forma recurrente.
Junto con Umberto Eco, Edoardo Sanguinetti y otros es una de las principales figuras surgidas de la Neoavanguardia y el Gruppo 63, corrientes literarias italianas de la segunda mitad del siglo XX.

Tradujo, sobre todo, a Poe. Fue un gran viajero, y llegó a China, India, Malasia. Murió en 1990, en Roma, ciudad que era la suya desde hacía mucho (1953). Dejaba sobre su mesa de trabajo el manuscrito de La ciénaga definitiva, una de sus mejores y más desesperanzadas obras, que se publicó de manera póstuma.

«Amor, creo necesario nombrarte, más exactamente pronunciar tu definición, tu cometido, puesto que de ti ignoro nombre y existencia. Así pues, yo te nombro: un dedo fónico te señala en el centro de la noche. No rememoro tiempos en que no fuera de noche, de manera que no he tenido jamás forma distinta para señalarte que no fuera este distraído y atento juego de una mano que no diviso. Esto, a ti que no puedes escuchar, quisiera decirte: tengo que marcharme, al punto, en esta noche que en todo instante está igualmente lejos del alba y del ocaso; camino y hablo quedamente, rechina bajo mis pasos la madera del pórtico, escucho el fragor del bosque. Bajo la luminiscencia de nubes bajas, de nieblas, intento escribir una carta que no irá a parar a ti jamás.»

El amor, para Manganelli, más que un sentimiento, es un continente de ausencias, de lejanías, de despedidas, de desolación. Como él mismo dice: «No negaremos que esta jamás historia de amarnos, perseguirnos, negarnos, no pudiendo en modo alguno conseguirnos, es cuita, tormento, postración. […] En este bosque de amor tu ausencia ecuánimemente distribuida desata el furor, la postrada devoción, el llanto».


"... en la sólida fortaleza de tu reposo, en la ciudad antigua de tus sueños, allá donde ninguna carta te será jamás entregada, yo creo que tú sabes que, al igual que tú me ofreces un «aquí» inasible y no desleal pese a
todo, así parto yo, no para perderte sino para buscarte; ya que en estos enigmas, juegos de palabras, palíndromos, desamores y amores, anfibologías de encuentros y simetrías de fantaseados abrazos, yo debo huir para buscarte, debo abandonarte para conseguirte, y darte la espalda para sorprender tu rostro. Esto sé yo: cuanto más cerca de ti permanezca, cuanto más acepte estos falaces y volubles mapas de la casa en la que podría encontrarte, más oculta, incomprensible, inexistente me estarás. He imaginado en ocasiones que recorría atropelladamente, con antorchas y espadas, esta casa, para hacerla añicos y entregarla a las llamas;
y nadie me hubiera retenido. Pero, en tal caso, ¿habrías sido alguna vez algo distinto a los escombros frágiles
y fugaces de una casa diseminada por un viento inocuo, pueril? Si te busco, te pierdo; si demuelo lo que me separa de ti, todo aquello que demuelo forma parte de ti; eres tú; me propones un abrazo de escombros.
Al perderte, te busco; si me marcho, me vuelvo peregrino, reconociendo que de todos los rasgos de tu rostro, de tu cuerpo, éste, la lejanía, es el que me permite reconocerte por doquier; y en eso eres tú desemejante a cualquier otro.
Por lo tanto, no te diré «adiós», palabra que a su insoportable oratoria une una aguda, penosa deslealtad.
Y con todo, sé que hay algo de verdad en esta despedida de encuentro, ya que las extravagancias del tiempo, los balbuceos de los lugares, las velocidades y las subitáneas paradas de las estrellas podrán, en cualquier momento, acercarnos y desunirnos. ¿Estaremos pues innúmeras veces cercanos e invisibles, seré contemplado y transparente, llamado y sordo, nombrado y anónimo por consueta y firme soledad? Chocaré contigo y me disculparé, distraídamente, mirando hacia otro lado; y no reconoceré tu voz que me pregunta «¿Lloverá esta noche?». Esto puedo suponer asimismo: que viajaré contigo, y también que ese viaje tiene un término que podría estar a tiro de piedra de su comienzo.
Por lo tanto, amor, me marcho. En el momento en el que me aplico al itinerario de la salida, y tanteo la
fórmula del adiós, es posible que tus sueños, lejanos y lentos, se vean invadidos por un variopinto estrépito
de caballos, gente armada, enseñas perdidas, sangre. La sombra arrollada, desgarrada que tú dudosamente
vislumbras es aquel que, amándote, persigue el descalabro, feliz ante la catástrofe, y que hace de la deserción una huida, de la silueta asaetada a muerte, el furor de un pendón.
Dejo a mis espaldas una batalla feroz y estridente, con ignotos enemigos, o a quienes sólo yo he consagrado
como enemigos, con el objeto de arrebatarles una derrota. El suplicio padecido devasta, dibuja mi cuerpo. La fuga genera, retrospectivamente, todos los síntomas liberadores del descalabro. He rechazado la tentación de la victoria y buscado meticulosamente la muerte, la dispersión de mis miembros. Desmañado,
aunque pedante, combatiente, he perdido escudo, armadura, lanza. He experimentado la muerte, he escogido el deshonor...".

Otros libros del escritor en la editorial Siruela y Anagrama: La ciénaga definitiva, Encomio del tirano, Hilarotragoedia, Del Infierno...

Esta novela, La ciénaga definitiva –la última escrita por Giorgio Manganelli antes de su muerte en 1990– es la visión alucinada de un lugar, «en el que es difícil entrar e imposible salir», llamado la ciénaga definitiva. Entra en ella quien lleva una culpa pero no sabe por qué. A medida que seguimos al narrador y a su caballo, adentrándose en esta tierra «turbiamente viva», nos sentimos arrastrados en los remolinos metafísicos de la creación de un demiurgo maligno. Manganelli, inventor de mitos, en cuyos textos encontramos los Fuegos, las Esencias, el Diluvio, el Infierno y el Sueño, se enfrenta ahora con la Ciénaga del Error y el Arca. Esta ciénaga es infierno y jardín, es lugar de castigo y suave regazo de barro, útero y excremento, cementerio y monólogo demente, y parece habitada por la soledad de la muerte. En definitiva, la gran obra póstuma de Manganelli.


Diversas veces, en la obra de Manganelli, había aflorado la figura del Bufón, como el personaje que es el lugar natural de la literatura y de toda invención de historias. Pero sólo en este libro el Bufón se presenta directamente sobre el escenario y habla de principio a fin en una novela que contiene en sí muchas otras novelas (entre ellas una irresistible novela de espías), como si la voz narradora fuera también la de un mercader que exhibe suntuosas telas para encantar (¿para engañar?) a su cliente. Y el cliente del Bufón no puede ser más que uno, su eterna contrapartida, el Tirano, del cual el lector –todo lector– no es más que uno de sus muchos dobles.





Hilarotragoedia apareció en 1964. Era el primer libro de Giorgio Manganelli. Y puede decirse que en rarísimos casos un primer libro ha presentado un horóscopo tan elocuente de su autor. Desde el principio se muestra aquí que, para Manganelli, la literatura se remite, como el Género de los Géneros, al viaje a los Infiernos, a la Nekya. De «hadesdestinados» en la Hilarotragoedia se habla mucho, pero porque la palabra misma, la palabra literaria, es para Manganelli, por encima de todo, invitación a traficar con espíritus.





De las numerosas tentativas realizadas en este siglo por liberar a la literatura de ficción del yugo del realismo, la de Manganelli sin duda dejará huella perdurable en la evolución de la narrativa contemporanea. Este efecto no es ajeno por completo a los fuegos de artificio: Del infierno es una obra en la que innovación y perfección formal son momentos de una misma agitación. Con la entonación de un clásico y la sugestión expresiva de un estilista, el inquietante perfil del infierno de Manganelli aparece a la vez como fiesta del lenguaje y como su crítica más corrosiva (de ahí que se haya visto en este libro "una siniestra alianza entre retórica y metafísica").
Como el Malone de Beckett, de quien sin duda Manganelli es el más inteligente heredero, el narrador de estos textos materializa la absoluta incertidumbre de la condición humana, la fragilidad de la conciencia como pilar de la moral y de la acción. Ni siquiera está seguro de haber muerto, de estar en el infierno; la prolongada metamorfosis que sufre lo lleva a un largo viaje sin movimiento, metáfora de la lectura y de la memoria, paródico homenaje a la literatura del Barroco y a las obras de raigambre leopardiana. Después de atravesar la permanente sorpresa de estas páginas, el lector comprenderá por qué Italo Calvino señaló a Giorgio Manganelli como el narrador más importante de la literatura italiana contemporánea.

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