lunes, 22 de marzo de 2010

Guido Morselli: un fragmento en observación

"Me mantengo en observación.
 En el banco de pruebas de una situación inédita, y sobre todo extrema y agotadora, acumulo un material de estudio de cierto interés. La preparación no me falta por completo: tengo antecedentes, he garabateado algo sobre psicología, aunque solo fuese para 'tirar piedras sobre mi propio tejado'. Lo que me falta es gusto por mí mimso. He rozado mucho tiempo el solipsismo pero, en cambio, no soy ni introvertido ni introspectivo. Mirándolos bien estos dos comportamientos no tienen nada en común: Nietzsche, solipsista confeso pero furibundo, no llevaba un diario íntimo; el trémulo Marcel Proust y el quejumbroso Frédéric Amiel, pesos pesados (y tediosos héroes) de la introversión, no conocían la otra tendencia, no sabían qué significa: 'Quiero un mundo para mí solo'.
Mi autoanálisis debería partir del dato específico de que me encuentro en un estado de imponderabilidad social. Lo definiré así. Ausencia total de trampas interpersonales. Por ejemplo: ya no soy sujeto pasivo, o receptor de esa cosa, esencial en apariencia, que es la 'noticia'. Ni periódico ni radio ni debate. Nada. Una privación total. O un privilegio. Como yo quiera.
Pero ¡qué ganga habría sido mi caso límite para la psicología, la sociología y la sociopsicología! Me habrían descubierto:


trastornos, desmayos, disfunciones
insuficiencias, regresiones
atrofias, desequilibrios
degradaciones, hundimientos
derrumbamientos, debacles
desconexiones, confusiones, disgregaciones
obnubilaciones, eclipses de la reactividad
tempestades (neuróticas)
defoliaciones (afectivas)


por no decir nada del área de la angustia (o dicho de otro modo, tensión, estrés), en su vasta tipología y compleja semiótica.
De la abundancia rabelaisiana de locuciones resultaría que la psicología o el psicodiagnóstico -sin hablar de las disciplinas asociadas- no constituía solamente una laboriosa industria clínico-cultural. Constituía por encima de todo -o ante todo- una densa concreción lingüístico-literaria, un edificio de tropos y metáforas (poco alegres), y en eso se revelaba como una de las herederas legítimas de la retórica".


(Guido Morselli, Dissipatio humani generis, Pamplona, Laetoli, 2009, pp. 63-64)

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