lunes, 22 de marzo de 2010

Guido Morselli o la retórica de la incomunicabilidad

"La tesis de Mylius (ex-paranoico) era tétrica e irrefutable, lúgubremente tranquilizadora.
[...]
Mylius: Es necesario partir de la premisa realista de lo que significa para nosostros 'estar muertos'. Ausencia de participación en el mundo exterior, insensibilidad, indiferencia. Una vez establecido que la muerte es eso, se llega a la conclusión de que la vida se le asemeja, siendo la diferencia puramente cuantitativa. Idealmente, la vida debería ser aprendizaje, experiencia, intereses, pero usted comprende que, en comparación con la multiplicidad de las experiencias (o relaciones) teóricamente posibles, ninguno de nosostros es muy distinto de un muerto. El rasgo característico del muerto es la impasibilidad: ahora bien, la ignorancia y (añada) el olvido o la facilidad de olvidar nos reducen a nosotros, los vivos, por lo que se refiere a la casi totalidad de las experiencias (o relaciones) posibles, a una impasibilidad análoga. Estamos muertos a todo lo que no nos afecta o no nos interesa. No digo a lo que sucede en la Luna, sino a lo que sucede a los que están en la casa de enfrente nuestra. De los miles de acontecimeintos que se producen cada día en nuestra esfera humana más próxima, solamente conocemos algunos, digamos algunas decenas, y normalmente de forma indirecta, a través de un noticiario. Utilizamos, y mal, una lengua entre las 3.000 que se hablan en el mundo. La muerte biológica es el perfeccionamiento de un estado en el que nos encontramos ahora.


Yo: Pero mi muerte biológica me vuelve impasible respecto a mi individuo íntimo, en cambio, mientras estoy vivo, lo que atañe a mi individuo lo sufro y lo disfruto, ¡y cómo!


Mylius: No hay motivo para hacer de nuestro individuo íntimo un motivo privilegiado de experiencia. Todo cuanto es real puede ser experimentado, y nosotros no tenemos capacidad para eso, tenemos muy poca. Consolarnos diciendo que ese poco es importante para nosotros, o valioso, es una actitud comprensible pero que no mejora la situación.


Yo: Puede ser, pero a mí me bastaría ese poco.


Mylius: Considere la cegura de un muerto y la ceguera de un vivo. ¿Qué diferencia hay? Nuestra ignorancia y, por tanto, indiferencia, impasibilidad, respecto a la casi totalidad de los 'datos' posibles, o también respecto a las experiencias efectivas de los demás, es decir, de nuestros semejantes, es una auténtica oclusión. Esos datos, esas experiencias, 'no existen' para nosotros, y nosostros no existimos para ellas. No importa que, para otros individuos, constituyan la trama de lo 'cotidiano': nosostros, aquí, estamos muertos, y no hay razón para llamar 'metafórica' a semejante muerte. Es una muerte parcial, pero real.


Yo: La vida es movimiento; la muerte, inmovilidad.


Mylius: No se niega la distinción entre esos dos estados: es cierto, la vida es movimiento. Un movimiento, sin embargo, circular (alrededor de ese pequeño núcleo llamado 'yo'), un movimiento de tal manera circunscrito que se asemeja a un 'piétiner sur place'. Circunscrito por el gran círculo de sombra de todo aquello que escapa a nuestro conocimeinto, o de lo que no nos interesa conocer. Y no aludo a lo cognoscible, ni tampoco al 'misterio del universo', aludo a lo que representa la realidad más ordinaria y, como le decía, más cercana a nosostros.
Hablemos también del dinamismo vital del individuo, de la multiplicidad virtualmente infinita de las relaciones o de las experiencias. Pero démonos cuenta de que es retórica. Cada cual está vinculado a su diminuto fragmento de realidad y, de hecho, no sabe nada de él. La retórica opuesta, la de la incomunicabilidad, se justifica únicamente en este sentido. No sólo actuar, sino también aprender, sentir, son funciones ante las que damos vueltas en círculo. Y, advierta usted, somos individuos, mantenemos una coherencia y una estabilidad (también orgánica), precisamente gracias a eso. Alrededor está lo posible, que casi nunca envuelve lo real (para nosostros), y en esa inmensidad estamos encerrados y aislados: por suerte para nossotros, puesto que de otro modo nos dispersaríamos. La determinación es negación, nuestro estatus de individuos requiere estos estrechos límites, estamos hechos de exclusiones, de oclusiones. Pero esto hace que la vida, por lo menos en la nuestra, lo que llamamos su contrarrio se le parezca mucho.


Yo: No es muy alegre.


Mylius: ¿No es alegre?  Más bien es reconfortante, habida cuenta de que todos tenemos que morir. Incluido usted, aunque aún sea joven. ¿O se cree una excepción?


Yo: Por supuesto que no. (Está claro que en ese momento yo no era adivino.)


Mylius: Piense en la ataraxia o imperturbabilidad, en la que consiste la culminación  de la vida espiritual del estoicismo, el budismo, la ascesis cristiana. Semejante indiferencia ante los males morales o físicos anticipa la impasibilidad de la muerte. Pero, incluso para el laico, la imperturbabilidad o impasibilidad de la muerte es la condición límite a la que tiende el héroe, o simplemente el hombre dotado de valor, el verdadero hombre. Lo que se afirma explícitamente en la famosa fórmula: 'perinde ac cadaver'.  Usted conoce el chiste de aquel soldado que dice, observando a un compañero suyo muerto ante la trinchera: 'Fijaos bien, ése es el más valiente de todos, pues está ahí tumbado bajo el fuego de la ametralladora, mirando tranquilamente el cielo'. Este chiste no es irreverente: es profundo.


Hasta aquí el filósofo Mylius aquella mañana de abril. Por lo demás mejor para él ... El pesimismo radical limita con el optimismo.
Alguien podría añadir que mi filósofo tenía casi 60 años, que su mujer lo había abandonado hacía varios años para fugarse con un profesor auxiliar de su misma facultad. Aun con todo, aquella filosofía tenía un mérito, se oponía a la retórica ... Sí, en cierta medida puede consolarme".


(Guido Morselli, Dissipatio humani generis, Pamplona, Laetoli, pp. 72-75.)

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