jueves, 26 de agosto de 2010

Philippe Sollers, Diccionario del amante de Venecia




Cien soledades profundas conforman la imagen de la ciudad de Venecia;
 ahí reside su encanto. Una imagen para los hombres del futuro.
       (Nietzsche)

Recuerdo mi llegada a Venecia por primera vez, en el año de 1963, de noche. Vengo de Florencia, y de pronto me encuentro en la plaza de San Marcos. La precisión de la escena es asombrosa: de pie, bajo los soportales, al contemplar la basílica apenas iluminada, tan petrificado y sobrecogido estoy que dejo caer la bolsa de viaje o, mejor dicho, se me cae de la mano derecha. Aún puedo oír el ruido sordo que hace sobre las losas. Enseguida comprendo que voy a pasarme la vida intentando coincidir con este espacio que se abre frente a mí. Sentí una emoción similar, pero menos fuerte en Pekín, al penetrar en la Ciudad Prohibida y, sobre todo, al visitar en los alrededores el templo del Cielo del tejado azul. Es un breve movimiento de todo el cuerpo, violentamente retraído, como si acabara de morir allí mismo y, en realidad, hubiera vuelto a casa. Estar fuera es quizás una ilusión permanente: tal vez sólo existe el interior y nos obstinamos en no saberlo. La noche (era muy tarde, no había nadie ni en la plaza ni en las callejuelas) propiciaba esta conmoción semejante a la que se siente en el hombro al disparar una escopeta. Detonación silenciosa, vacío, lleno, vacío: evidencia íntima.


Florencia, la capital de Dante, es una ciudad seráfica, violenta, ardiente, sacrificial, enrojecida. Es como los ángeles rojos de Mantegna que rodean, cual escafandra de fuego, al Cristo que sale de la tumba. Venecia, por su parte, es la ciudad querúbica por excelencia: contemplación y comprensión de la lontananza, mirada infinita que vuelve sobre sí tras haber cerrado el círculo, retiro y concentración de las exploraciones del conocimeinto. Es el rostro de la piedra que ve el tiempo en su fibras. Los franciscanos seráficos están también presentes, sin duda, pero Venecia es una ciudad dominica, a cuyo apogeo rinde homenaje Tiepolo en el techo de la iglesia de los Gesuati. "Los querubines de ojos niños", dice Shakespere. Infancia y recomposición de la vista: si uno no ha comprendido algo en el entramado de su propia existencia, Venecia es la última oportunidad de reponerlo y sobreponerse.



Recuerdo que fue aquí donde leí, sentado en el muelle, al sol, El peregrino querubinico, de Angelus Silesius. "Nada perdura sin disfrute. Dios debe de disfrutar de sí mismo, o su esencia debería secarse como la hierba." Y también: "El destello del esplendor brilla en el corazón de la noche. Quién puede verlo: el que tiene ojos y está atento". Y también: "Dicen que el tiempo pasa rápido. ¿Quién lo ha visto volar? Permanece inmóvil en el concepto del mundo". Y también, y quizá sobre todo: "Dios sale por la mañana, duerme a mediodía, vela por la noche y viaja por la tarde sin pesar".







Aproximémonos, recorramos las islas. Son estas las que, de lejos, preparan el acontecimeinto floreciente, en algún lugar intermedio entre ellas. La fuerza radiante de Venecia reside en esta dispersión, este enjambre de parcelas carcomidas de agua, estas estelas planas, estos centinelas. Nos hallamos en una Grecia desplazada, torneada de otra manera...

1 comentario:

Ana Bande dijo...

¡que bonito! un saludo, llegué aquí buscando buscando VEnecia mientras no llega el día