martes, 20 de julio de 2010

Nathalie Sarraute o la modesta aceptación de la vida

 Qué torpes son. No comprenden nada. No es necesario haber leído mucho para ser muy sensible, para saber de qué se trata. Es un don, un talento. Se lo tiene o no se lo tiene... Ellos podrían leer bibliotecas enteras... Pero usted, siempre lo he notado... para usted las palabras... Usted nunca ha dicho una tontería. Nunca nada vago, pretencioso. Por cierto, de vez en cuando, tiene que usar palabras. No hay más remedio. Para vivir. Un mínimo. Una palabra, usted lo sabe mejor que ellos, es importante.
                                           (Nathalie Sarraute, El silencio)


Escritora francesa que formó parte de la corriente del nouveau roman, destaca por sus descripciones de los estados psicológicos furtivos. Nacida en Ivánovo, Rusia, en una familia de intelectuales judíos, fue educada en Francia tras la separación de sus padres. Se licenció en Lengua inglesa y en Derecho. Sarraute se casó con un abogado que, como ella, amaba el arte y la literatura. Ejerció la abogacía en París hasta 1940, aunque dedicándose cada vez más a la escritura. Después de Tropismos (1938), conjunto de textos breves que evocan situaciones triviales de la vida cotidiana, y de su primera novela, Retrato de un desconocido (1948), escrita durante la II Guerra Mundial, intentó poner al día los instantes efímeros de la conciencia, los dramas microscópicos que están en juego, minúsculos pero esenciales, y que mantienen las relaciones humanas, como en El señor Martereau (1953) y El Planetario (1959), o condicionan la expresión de las sensibilidades artísticas y literarias, como Les fruits d'or (1964), Entre la vida y la muerte (1968), ¿Los oye usted? (1972) y Dicen los imbéciles (1976). Bajo los tópicos y los aparentes artificios, la novelista supo detectar lo que no se dice y el mundo furtivo, atemorizado y tembloroso de lo que subyace en una conversación, como en El uso de la palabra (1980). Heredera de Dostoievski, Proust, Joyce y Virginia Woolf, Sarraute se opuso a las convenciones de la literatura basada en la intriga y el personaje en una colección de artículos titulada La era del recelo (1956), lo que la acercó durante un tiempo a escritores del nouveau roman, como Alain Robbe-Grillet o Claude Simon, publicados en Éditions de Minuit. Escribió también ensayos sobre Paul Valéry y Gustave Flaubert. Traducida a más de veinte idiomas, su obra incluye también guiones radiofónicos, a veces llevados a escena, como El silencio (1967), La mentira (1967) o Por un sí o por un no (1982). Sus lectores aumentaron considerablemente a raíz del éxito de su biografía Infancia (1983). Sus últimas obras son Tú no te quieres (1989); Aquí (1995) y Abra (1997).
EL 19 de noviembre de 1999, a los 99 años, Nathalie Sarraute falleció en París. Cada vez que se hablaba de ella se la identificaba como la reina del nouveau roman , de ese movimiento que algunos llamaron "objetivismo" y otros "escuela de la mirada".
El primer libro de importancia de Sarraute, Tropismes, apareció en 1939. Es una colección de veinticuatro textos que expresan sutiles estados de conciencia. La autora tomó la palabra tropismos de la biología. Ella misma se encargó de definir qué quería decir con esa expresión que definiría la estética y el contenido de su obra venidera. "Son las cosas que no se dicen, las transiciones, los movimientos fugaces que se suceden rápidamente en nuestra conciencia. Esos instantes, esos estados son la base de la mayor parte de nuestra vida y de nuestra relación con los otros: todo aquello que pasa dentro de nosotros, que no alcanza a ser expresado en un monólogo interior y que es transmitido por sensaciones."

En 1956, Sarraute publicó L´Ere du soupçon, un ensayo en el que formula su crítica de la literatura convencional, decreta la muerte del personaje y de la intriga en la ficción y expone su pensamiento literario. El libro se convertiría en algo así como el manifiesto del controvertido nouveau roman. Con respecto a esta supuesta escuela, Sarraute dijo: "Este movimiento llamó la atención sobre escritores que reivindicaban una libertad de forma para la escritura. Pero quienes lo integraban no tenían nada en común en su manera de escribir. Ni Butor, ni Robbe-Grillet, ni Claude Simon, se parecen literariamente".

Al comienzo, los textos de Sarraute fueron ignorados por la crítica y las editoriales. Su libro Retrato de un desconocido fue rechazado inicialmente por Gallimard a pesar de tener un prólogo de Jean-Paul Sartre. En la actualidad, las obras de Sarraute han sido traducidas a treinta lenguas y se ha vendido más de un millón de ejemplares de sus ensayos, novelas y piezas teatrales. L´ enfance es una autobiografía parcial, una historia de los primeros años de Nathalie, en la que cuenta las imágenes, las anécdotas, las sensaciones que le vienen a la mente al evocar ese período. El libro, adaptado para el teatro, se representó en Broadway. La pieza fue interpretada por Glenn Close.
Sarraute viajó mucho y, a pesar de su timidez, disfrutaba del contacto con los jóvenes alumnos que asistían a sus clases y conferencias. Le gustaba mucho el estudiantado norteamericano porque lo encontraba "abierto a todo".
En cuanto a los pintores, Klee le agradaba especialmente. Sarraute siempre elegía una imagen de Klee para ilustrar la tapa de sus libros en edición de bolsillo. Sobre el artista suizo, dijo: "Me atrae porque su sensibilidad es parecida a la mía. Klee decía que el arte consiste en mostrar no lo visible, sino lo invisible. Lo esencial para hacer visible lo invisible es la forma. Sin forma, no hay nada".
La construcción muy elaborada de sus libros no era un obstáculo para que Sarraute disfrutara de su trabajo: "Escribir es para mí una necesidad, necesidad difícil, exigente, que me interesa en razón misma de su dificultad. Podría escribir cosas fáciles, pero me aburriría".

Ici , publicado por Gallimard en 1995, fue uno de los libros más elogiados de Sarraute y, en cierto modo, su despedida literaria. Desde las primeras páginas, el lector cae en una especie de hechizo poético. El libro empieza con tres textos cortos que, de inmediato, sugieren en quien los lee recuerdos, asociaciones, ecos de sonidos cuyos orígenes se pierden en el tiempo. Una vez más, Sarraute logró en esa obra reflejar esos "tropismos" que sólo ella y los escritores en los que se reconocía (Henry James, Marcel Proust y James Joyce), consiguen atrapar en sus frases. Sarraute tenía el don de expresar lo inaudible. Era el nexo entre lo invisible y nosotros.
(Odile Baron Supervielle, diario La Nación, noviembre de 1999.) 

Dos fragmentos de Tropismos

En sus clases  tan frecuentadas del Colegio de Francia, se divertía con todo eso.
   Se divertía rebuscando, con la dignidad de los gestos profesionales, con mano implacable y experta, en las interioridades de Proust o de Rimbaud, y exponiendo a los ojos de su público muy atento sus pretendidos milagros, sus misterios, explicaba "su caso".
   Con su pequeño ojo penetrante y malicioso, su corbata de confección y su barba robusta, se parecía mucho al Señor pintado en los anuncios, que recomienda sonriendo, con el dedo en alto: Saponite, la buena  lejía, o la salmandra modelo: economía, seguridad, confort.
   "No hay nadie", decía, "ven ustedes, lo he ido a ver yo mismo, pues no me gusta dejar que me engañen; no hay nada que yo no haya ya mil veces estudiado clínicamente, catalogado y explicado.
    "No tienen que desorientarles. Fíjense, entre mis manos son como niños temblorosos y desnudos, y yo los sontengo en el hueco de la mano ante ustedes como si fuera su creador, su padre, los he vaciado para ustedes de su poder y de su misterio, he acorralado, acosado lo que en ellos había de milagroso.
    Ahora, apenas son distintos de esos inteligentes, de esos curiosos y divertidos chiflados que vienen a contarme sus interminables historias para que me ocupe de ellos, los aprecie y los apacigue.
    Ustedes no pueden emocionarse más que mis hijas cuando reciben a sus amigas en el salón de su madre y charlan amistosamente y ríen sin preocuparse de lo que digo a mis enfermos en la habitacón de al lado."

    Así enseñaba en el Colegio de Francia. Y por todos los alrededores, en las facultades próximas, en los cursos de literatura, de derecho, de historia o de filosofía, en el Instituto y en el Palais, en los autobuses, en todas las administraciones, el hombre sensato, el hombre normal, el hombre activo, el hombre digno y sano, el hombre fuerte triunfaba.
   Evitando las tiendas llenas de objetos bonitos, las mujeres trotaban alerta, los camareros de café, los estudiantes de medicina, los agentes, los pasantes de notario, Rimbaud o Proust, arrancados de la vida y privados de soporte tenían que vagar sin meta por las calles o dormitar, con la cabeza caída sobre el pecho, en alguna plazoleta polvorienta.
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Ahora eran viejos, estaban completamente gastados, "como viejos muebles que han servido mucho, han cumplido su tiempo y su cometido", y lanzaban a veces (era su coquetería) una especie de suspiro seco, lleno de resignación, de alivio, que parecía un crujido.
   Las suaves tardes de primavera, iban a pasear juntos, "ahora que la juventud había pasado, ahora que las pasiones se habían terminado", iban a pasear tranquilamente, "a tomar un poco de fresco antes de acostarse", iban a sentarse a un café, y a pasar un rato charlando.
   Elegían con muchas precauciones un rincón bien protegido ("aquí no: está en una corriente, ni allí: justo al lado de los lavabos"), se sentaban (¡Ah, esos viejos huesos!, nos hacemos viejos. ¡Ah! ¡Ah!") y dejaban oír su crujido.
   La sala tenía un brillo sucio y frío, los camareros se movían excesivamente deprisa, con aspecto un poco brutal, indiferente, los espejos reflejaban con dureza rostros ajados y ojos que parpadeaban.
   Pero no pedían nada más, no había que esperar nada, pedir nada. Así era, no había nada más, era eso, "la vida".
   Nada más, nada más, aquí o allá, lo sabían ahora.
   No había que rebelarse, soñar, esperar, hacer esfuerzos, huir; había que elegir atentamente (el camarero esperaba), ¿una granadina o un café?, ¿con leche o solo?, aceptando modestamente vivir -aquí o allá- y dejar pasar el tiempo.
[Nathalie Sarraute, Tropismos, Tusquets, Barcelona,1986.]

Nathalie Sarraute
Tú no te quieres
Tusquets, 1992 (edición agotada)

Nota editorial
Fiel a sí misma, fiel a su escritura y fiel a más de cincuenta años de permanente exploración de los «tropismos» humanos, Nathalie Sarraute, a sus 89 años, después de dieciséis libros, publicó en 1989 Tú no te quieres, brillante diálogo entre los distintos fragmentos del yo de la narradora. Esta «autobiografía» parte, como siempre, de una premisa anodina: hay personas que se aman a sí mismas y otras que no. Están los que arraigan en sí mismos y se desgajan del mundo, y los que no saben quiénes son y se hacen preguntas sin respuesta. Están la fatuidad autosatisfecha de los narcisos y el irónico malestar de quienes lo contemplan desamparados.
Nathalie Sarraute se lanza aquí a la arriesgada tarea de dar también la palabra a todos los «habitantes de su pensamiento»: se interrogan, recuerdan, conversan y discuten ante todo sobre el concepto mismo del yo, de su «bella y buena forma», del frenético deseo de ser uno. Pero, para ser uno, todos lo admiten, hay que amarse a sí mismo, lo cual no es poco cuando nadie se siente en realidad uno: «Soy el universo entero, todas las virtualidades, todos los posibles»…
Y así, en el curso de este diálogo de voces múltiples, van aflorando personajes: esos «otros» que, como descubriremos junto a Nathalie Sarraute, están en nosotros, son nosotros. Y, a veces, porque no sabemos amarnos (tal vez porque no admitimos no ser uno), pensamos que la «verdadera vida» es la de los demás, y sobre todo la de los narcisos en su estado más puro, infantil, quienes, con el fin de sentirse únicos, todopoderosos, autónomos, intocables, dueños del universo, consideran a los demás como seres inferiores.

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