sábado, 26 de junio de 2010

Nuno Júdice: el amor por dentro del poema


Nuno Júdice, 60 años, es uno de los poetas mayores de lengua portuguesa. Nació en Algarve, Sur de Portugal, en 1949. Poeta, narrador, ensayista, dramaturgo, editor profesor universitario y diplomático. Realizó estudios de Filología romana. Ha publicado doce libros de poesía, seis de ficción, y varios volúmenes de ensayo.
 Fue el primer poeta portugués en ser editado en Francia por la prestigiosa editorial Gallimard.
Fundador y director de la revista de Poesía Tabacaria.
Algunas de sus obras son Juego de reflejos, Líneas de agua, Trazos de sombra, Un canto en el espesor del tiempo, Meditación sobre las ruinas, Viaje en un siglo de literatura portuguesa.
Como novelista ha publicado Plâncton (1981), A Manta Religiosa (1982) y Adágio (1989).
También crítico e investigador literario, se ha especializado en la época modernista portuguesa, a la que ha dedicado sus libros Poesía Futurista Portuguesa (1981), A Era do «Orpheu» (1986) y los prólogos a las reediciones de las revistas Portugal Futurista, Centauro y Sudeste.


Verbo

Pongo palabras encima de la mesa, y dejo
que se sirvan de ellas, que las partan en rebanadas, sílaba
a sílaba, para llevarlas a la boca –donde las palabras se
dan vuelta para juntarse, para caer en la mesa.

Así, conversamos unos con los otros. Cambiamos
palabras; y robamos otras palabras, cuando no
las tenemos; y damos palabras, cuando sabemos que están
de más. En todas las pláticas sobran las palabras.

Pero hay las palabras que quedan sobre la mesa, cuando
nos vamos en buena hora. Quedan frías, con la noche;
si una ventana se abre, el viento las sopla hacia el suelo.
Al día siguiente, la sirvienta habrá de barrerlas para la basura:

Por eso, cuando me voy en buena hora, verifico si quedaron
palabras sobre la mesa; y las meto en el bolsillo, sin que
nadie lo repare. Después, las guardo en la gaveta del poema.
Algún día, estas palabras han de servir para una cosa.

(Versión de Marco Antonio Campos)

Arte poética (Explicación)

Distingo deseo y amor, como si las dos cosas
no tuvieran nada que ver una con otra;
en medio de las palabras abstractas, los conceptos difíciles,
las citas de los clásicos,
tus ojos se cerraban de sueño y tus cabellos se hacían
más claros, como si los iluminara
por dentro la tenue luz del conocimiento.
Para despertarte
pregunté qué relación podía haber
entre la vida y el poema.
La duda no era posible: en efecto, para los teóricos,
la poesía es pura imitación,
y nada de lo que está en las palabras tiene que ver con la materia sensible,
con lo real, con todo lo que nos rodea.
Pero tu respuesta fue lo contrario de lo que ellos dicen,
como si vida y poesía participaran de la misma naturaleza.
Debía haber corregido. Son las certezas científicas
las que hacen avanzar el mundo,
y no los errores en que seguimos insistiendo.
Sí, iba a decirte que es a partir de esa oposición entre la vida y el poema,
de esa realidad absoluta del lenguaje,
construida contra nuestros hábitos, los lugares comunes de lo cotidiano,
la banalidad de los sentimientos, que la esencia de lo estético, se puede afirmar.
Pero tus ojos me demostraban lo contrario de todo eso.
Contra lo que yo mismo pensaba,
cedí a su lógica. Contra el amor,
hasta las leyes de la poética
son absurdas.

Ejercicio de gramática

Tú, a quien
los vientos recorren
con los labios
del horizonte,
y una nube extraña cubre
como la sábana amarga
de la madrugada: dame
tus manos, ahora
que tu nombre se
demora en los oídos de la tierra;
o corre por ese río
subterráneo que desagua
en lo hondo
de los espejos, de donde
ninguna voz te llama.

Tú, el más
abstracto de los pronombres,
vestida con el fuego sordo
de la última vocal, como
si una sombra de silencios
danzase por entre
murmullos y memorias: no
partas con el nacimiento del día,
el sueño vago de un deseo,
o la luz efímera
con
que te miré.

Quédate en la tinta de mis dedos,
resto de un verso, secreto
sin rostro; o llévame contigo,
limpio de reflejos y pronombres,
mientras un rumor de fuente
me enseña a encontrarte.

Figura con realidad

Te escribo ahora, por dentro de este poema.
Podría soñar que vas a nacer de dentro de él, o
que estás dentro de él
como la flor futura habita el centro del invierno.
La analogía es el punto a donde el poema va a beber,
como se va a la fuente, o como se oye, en el silencio
de la tierra, un rumor de aguas subterráneas.
Entonces, tu voz se abre, como si fuese
la propia flor. Entra en mí,
y recorre los espacios desiertos de mi alma,
como si un viento empujase las puertas y las ventanas,
atravesase las salas, y avivase el fuego
en las cenizas del corazón. Me limito
a oírte en el intervalo de los versos, mientras
la vida reemprende, despacio, su curso:
oraciones por dividir, una enunciación de figuras
de retórica, el paralelismo
de ciertas comparaciones. Todo esto desembocaría,
como es evidente, en el ritmo
al que el poema obedece si no te encontrase
en cada cesura, como si tu imagen insistiese
en llenar los vacíos de la palabra. Entonces,
dejo que entres dentro del poema; y te veo
avanzar por las frases, hasta el final de la línea,
donde te espero,
como si cada sueño no se deshiciese
con el aire.

Semiología

Digo: el amor. Hay palabras que parecen sólidas,
al contrario de otras que se deshacen entre los dedos.
Soledad. O también: miedo. Las palabras, podemos
escogerlas, meterlas dentro del poema como
si fuese una caja. Pero no esconderlas. Ellas
quedan en el aire, invisibles, como si no necesitasen
de los sonidos con los que las decimos.

Ahora, el efecto de las palabras. Su rotación
en la cabeza, y por las arterias, hasta el centro:
el corazón. Otra palabra con que se dice: el
amor. Pero no hablo de sinónimos; además,
hay palabras que esconden lo contrario de lo que
quieren decir, y solo las conoce quien ama, si
la vida no lo llevó por caminos confusos.

Te amo. También podría decir: la soledad
con que te amo, o el miedo a amarte. A partir
de una palabra todo se puede hacer, en una página,
cuando lo que está en ella es un poema. Mientras,
esas palabras me conducen a ti, esto es,
te hacen vivir por dentro de ellas. Por eso
todo se confunde: el amor, la soledad, el miedo,

y hasta la vida, que también es una palabra.

Paciencia

Se hace el amor como si fuese un castillo
de naipes. Copas, bastos, oros, espadas. Un equilibrio
difícil. Negros sobre rojos, damas y valets
en medio de reyes y ases. Coloco una carta
sobre la carta que tú has colocado; y tú añades
a esa otra más. ¿Hasta dónde? En ese juego, no
conviene respirar con mucha fuerza; evitemos
los gestos bruscos, los que echan todo abajo,
de pronto; y espiemos la mirada de cada uno de nosostros
cuando nos preparamos para hacer que suba el castillo.

Así coloco mi emoción sobre el sentimiento
que me confiesas. No necesitas decírmelo;
basta que sepa que tus dedos juegan
entre corazones y picas; que tu voz tiemble
cuando el edificio parece un laberinto;
y que ambos descubramos una salida, hacia un lado u otro
del mantel. En la mesa, en efecto, pueden ya
nacer las flores, cantar las aves que brotan
de una ilusión de primavera, o morir frases
y mariposas que aletean en una corriente de aire.
¿Por qué has abierto la ventana? Ahora que todo ha caído,
sin que ni uno ni otro hayamos hecho nada
para ello, ¿de quién es la culpa? Así que,
aprovechemos este silencio breve, mientras llega
la tarde, y volvamos a empezar el juego.

[Poemas de Nuno Júdice, de su libro Tú, a quien llamo amor (Antología). Selección y coordinación: Manuela Judice. Presentación de Inês Pedrosa. Traducción de Jesús Munárriz. Edición bilingüe. Madrid, Hiperión, 2008.]

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