domingo, 30 de mayo de 2010

Tres novelas de Adalbert Stifter

El sendero en el bosque                                Adalbert Stifter

Adalbert Stifter demuestra con “El sendero en el bosque” que la sencillez da siempre los mejores frutos cuando se trata de literatura. Pues sólo así una historia sencilla, narrada con sencillez, se convierte en una hermosa narración, llena de ternura sin caer en alambicados sentimentalismos, resultando su lectura una agradable experiencia.
“El sendero en el bosque” narra la forma en que Tiburius Kneight, quien había sido un gran necio, se convirtió en un hombre de bien gracias a una experiencia en apariencia trivial y sin embargo, absolutamente trascendental para el protagonista. Y tal vez la forma en que Stifter desarrolla este esquema, sin premura, morosamente, como si ofreciera al lector disfrutar apaciblemente de un paseo por un tranquilo bosque, es la clave de la obra.
El autor nos presenta a Tiburius como un hombre ciertamente egoísta, demasiado pendiente de sí mismo e incapaz de ver nada de aquello que no le concierne. Sin embargo, Tiburius no es un personaje antipático, sino más bien excéntrico y, por ello, su pequeña aventura es capaz de despertar interés.
Porque Stifter, en “El sendero en el bosque”, recoge de una manera sobria y a la vez ingenua la metamorfosis que acontece a Tiburius no desde el momento en que, a pesar del método que rige su vida, se pierde en un sendero de montaña: sino ya desde antes, desde el instante en que decide salir de su ciudad natal para acudir, por consejo de su médico, a un balneario, rompiendo así la regla que gobierna su existencia.
Aunque sin duda es el perderse en el camino que atraviesa el bosque el punto de inflexión que marca el comienzo del cambio en Tiburius. La tentación de lo desconocido le lleva a abandonar la rutina por él mismo impuesta, buscando un lugar para sus paseos “higiénicos” un poco más lejano que el habitual. Y el azar hace que un día pierda el rumbo y se adentre por terra incognita, lo que supondrá para él un deslumbrante primer contacto con el entorno, que hasta entonces había contemplado como si se tratase meramente de un paisaje dibujado, algo externo de lo que él no podía formar parte.

El autor trata así, de una forma sutil, fresca y huyendo de artificios, la idea de lo inesperado que se inmiscuye en las vidas mejor planificadas para alterarlo todo. Algo tan trivial como perderse en la montaña puede ser un inadvertido cataclismo que desmorone lo existente, dejando el lugar expedito para nuevas experiencias.
Y eso es lo que le sucede a Tiburius que, maravillado por la belleza del sendero en el bosque ha descubierto por casualidad, se atreve a explorarlo sin tregua hasta que encuentra en él precisamente el remedio que su médico le había aconsejado: una mujer. Ahora bien, la reticencia de Tiburius al matrimonio, que considera un trastorno mayor que desbarataría su existencia regular, ha sido sin sentirlo limada por los paseos solitarios por el bosque. Gracias a ellos, ha descubierto que él forma parte también de ese dibujo que antes contemplaba como algo ajeno y, por tanto, la felicidad de unirse a los demás seres que forman parte del mismo le pertenece por derecho propio.
Y así se completa la metamorfosis sutil, provocada por un hecho banal, demostrándonos Stifter que las complicaciones excesivas, esas conmociones terribles que sacuden la vida y la conciencia de un modo absoluto no son lo habitual en la vida; y por tanto, la literatura puede hallar fuente de inspiración en las vidas ordinarias donde los cambios son paulatinos pero no por ello menos asombrosos.
Abdías                                                   Adalbert Stifter

Hace poco comentaba aquí “El sendero en el bosque“, de Adalbert Stifter, una obra encantadora por su sencillez y por la manera sutil en que toma el pulso de la vida. Y, sobre todo, una obra encantadora por la prosa brillante y a la vez sencilla de Stifter, que prescinde de toda ampulosidad en busca de una sobriedad plena de expresión.
El que a lo largo de 2008, Impedimenta, Nórdica y Pre-Textos hayan coincido en la publicación de varias obras del austriaco, da ocasión de repetir con un autor de mérito reconocido.
La calidad de la prosa, de la que hablaba más arriba, la encontramos también en “Abdías” donde, sobre todo al comienzo de la obra, se empaña con un ligero vaho onírico que le suma belleza. Pero poco a poco ese aire de irrealidad irá desapareciendo para dar paso a una narración mesurada y, en cierto modo, parsimoniosa.
“Abdías” es la narración de una vida entera, desde el nacimiento del protagonista en un desierto de África, hasta su muerte en un recóndito valle de Europa. Con esta historia, Stifter busca poner de manifiesto las penalidades que a todos nos aguardan en el camino: la pérdida y el dolor que acompañan necesariamente al ser humano a su paso por la vida. También la dicha que llena algunos momentos de la existencia de Abdías se recoge en esta obra, pues penas y alegrías se entreveran siempre; pero éste parece condenado a perder cuanto de bueno obtiene de la manera más lamentable.
Y así, la resignación de Abdías para soportar cada golpe del destino y la entereza con que comienza de nuevo a labrar su fortuna, se erige como centro de una narración que transcurre pausada. El protagonista acepta con paciencia y mansedumbre así lo bueno como lo malo. La desesperación no parece hacer mella en él sino que, tras cada experiencia infausta, retoma el camino con sosiego.
Stifter sabe traslucir en esta narración la idea de un sino inmutable que aguarda a cada hombre. Pero sobre todo, sabe trasmitir, sin declararlo en ningún momento de manera explícita, que Abdías es un elegido, un hombre en cierta manera superior, dotado de una fuerza sobrehumana para sobreponerse a la desdicha. Abdías no se permite volver la vista atrás, ni tampoco lamentar lo que ha perdido. Inmutable, parece siempre dirigir la vista hacia adelante sin un instante de flaqueza.
Pero a pesar del buen hacer de Stifter como escritor, de esa prosa sencilla y vibrante, y pese al acierto con que aborda un tema original e interesante, “Abdías” produce cierta decepción. La obra no tiene esa chispa, esa luminosidad que cautiva en “El sendero en el bosque”. Evidentemente, la idea sombría de un destino inmutable se infiltra en la narración, velándola. Y aunque Abdías es un ejemplo de entereza, el continuo refluir de su infortunio pesa más que el pensamiento de su fortaleza.
No es óbice lo anterior para no recomendar la lectura de “Abdías” o cualquier otra obra de Adalbert Stifter pues, por encima de cualquier consideración, la limpidez de su escritura es siempre un seguro placer.

El solterón                                                   Adalbert Stifter
Es siempre un placer reencontrarse con la prosa cristalina, luminosa y sencilla de Adalbert Stifter. En “El solterón” el austriaco plantea una sutil novela de aprendizaje caracterizada con los matices propios del romanticismo. Aunque la trama de “El solterón” no parece seguir una línea clara, pero embebido en el disfrute del estilo del autor, el lector se va adentrando en la novela, acompañando a su joven protagonista en un viaje que acabará por acercarle a la madurez.

La llave de la madurez para Víctor está en manos de su extraño tío, al que visitará por exigencia de éste antes de incorporarse a su primer empleo. Solitario, el anciano vive aislado, y el término es exacto, ya que vive en lo que fue un antiguo eremitorio situado en una isla bastante inaccesible. Víctor visita a su pariente por obligación y su único deseo es que pase el tiempo estipulado para su estancia, y así incorporarse a una vida activa que él imagina dedicada al trabajo y al estudio.
Pero el tío posee conocimientos que atañen no sólo al pasado del joven, a la relación de sus padres o a su madre adoptiva; sino también, y sobre todo, conocimientos que atañen a su futuro. Un futuro que el anciano ha imaginado de un modo totalmente distinto al soñado por su sobrino. La confrontación entre el joven, lleno de esperanzas y su viejo tío, entregado a odiar un pasado que nadie puede cambiar, surgirá inevitablemente. El pasado es una espina clavada en el corazón del anciano que quien, como Víctor, mira sólo hacia adelante por su corta edad, no puede comprender.
Pero, al enfrentarse, tío y sobrino se acercarán, conscientes ambos del papel que el otro ha de jugar necesariamente en su vida. Los días compartidos en la isla lograrán que, quienes miraban en direcciones opuestas -uno hacia atrás, otro hacia adelante-, terminen mirando hacia el mismo lugar.
Es en la capacidad que Stifter demuestra para retratar juventud y senectud como opuestas y complementarias a un tiempo, donde radica la esencia de “El solterón”. De una manera sutil logra plasmar que si bien el empuje necesita de la experiencia, la inocencia es un buen antídoto contra el descreimiento. Así, Víctor conocerá de boca de su tío verdades fundamentales que éste ha aprendido a costa de grandes errores; pero el anciano comprenderá que la juventud es una planta tierna, que un jardinero experimentado debe cuidar para que no se malogre: esa es la misión de la vejez.
De este modo, tío y sobrino, enfocarán su mirada sobre un mismo punto: el futuro del muchacho. En ambos casos es ley de vida: para Víctor es aún temprano para mirar hacia atrás, mientras el anciano ha descubierto que, por su edad, debe ya sólo dedicarse a cuidar los brotes de la higuera, como una forma de asegurar la permanencia de su recuerdo en este mundo.
[solodelibros.com

1 comentario:

Impedimenta dijo...

Excelentes entradas. Queríamos darte las gracias por lo que nos toca. Se trata de un autor muy especial, realmente seductor, y que está gustando a muchos lectores.
Gracias pues, y a vuestra disposición.
Enrique Redel
IMPEDIMENTA