lunes, 10 de mayo de 2010

Natalia Ginzburg
Querido Miguel
Trad. de Carmen Martín Gaite
Acantilado. Madrid

Este libro nos presenta la historia de un hijo perdido, Miguel, que abandonó de joven su familia, que se casó en un país lejano y que, tras una vida poco ordenada, murió en otro país lejano en circunstancias poco claras. Su madre podrá llorarlo, pero no entender sus secretos. Retomando una vieja forma narrativa, la novela epistolar, Natalia Ginzburg enhebra con maestría asuntos nucleares de su quehacer literario: la relación entre generaciones y la proximidad y lejanía de lo humano. Si bien esta novela se sitúa bajo el signo de la dispersión de los sentimientos y de su incomunicabilidad, apunta, por encima de todo, a la soledad esencial y su vacío.

Como podemos constatar, su nacimiento en un período conflictivo de la historia italiana y mundial hizo que Natalia Ginzburg creciera en la opresora atmósfera del fascismo y sufriera en primera persona las persecuciones de este régimen, ya por su origen judío a través de las leyes raciales, ya por su ideología claramente antifascista. Todo ello condicionó, evidentemente, su carácter y su escritura, presentándose como un ser frágil y melancólico, introvertida y celosa en la defensa de su intimidad, a veces aparentemente insegura e incapaz de comprender el mundo, algo que refleja fielmente en sus escritos, con cierto distanciamiento, como espectadora de una realidad imposible de cambiar, sin intervenir ni plantear soluciones, dado que lo sucedido es inmodificable, recuperable únicamente por medio de la memoria y de su plasmación a través de la palabra escrita.
Sus obras son un reflejo de las devastadoras consecuencias sociales e intelectuales provocadas por la guerra. Por este motivo, son frecuentes en sus textos temáticas como las desigualdades e injusticias sociales; la exposición de las más variadas pasiones humanas; la falta de valores; la soledad y la incomunicación en las que el ser humano está sumido; la preocupación por mostrar la cotidianidad humana, en especial de las mujeres en su ámbito familiar e íntimo; la incomprensión y la indiferencia como motores de la vida en el hogar y, a raíz de ella, del resto de las relaciones sociales; el debate entre la realidad y el sueño, entre el realismo y la fantasía, entre el espacio y el tiempo; la recuperación proustiana de la memoria y el sueño como forma de conocimiento interior, que da sentido a la propia existencia y reafirma la propia identidad; el recurso a la técnica de la fragmentariedad y la reconstrucción de la realidad narrada por medio de diferentes interpretaciones de la misma experiencia...; temáticas que siempre ubica en espacios comunes –muchas veces la casa familiar–, y cuyos protagonistas son gente común, de manera que cualquier lector pueda reconocer un caso real.
Cabe señalar su ansia por reflejar la realidad del momento de la forma más verídica posible y desde la perspectiva de quien la ha sufrido, sobre todo desde el punto de vista de los más desvalidos, así como por transmitir tal inquietud de una manera clara y concisa, con un lenguaje sencillo, escueto, sin excesivos artificios, despojado de retóricas innecesarias, pero de gran profundidad y cargado de simbolismo; un lenguaje real –o, por lo menos, verídico–, como la realidad misma y los personajes que presenta en sus escritos: tipologías y vivencias humanas totalmente verosímiles, propias del contexto histórico y social en que se desarrollan, y con las cuales se podrían identificar numerosas familias reales; vivencias que el lector presencia como podría presenciar la propia realidad, llegando incluso a identificarse con los personajes o a compadecerlos, como si de conocidos se tratara. Muestra de que las tipologías humanas presentadas pueden adaptarse perfectamente a cualquier cultura, sociedad y país afín son las diferentes adaptaciones cinematográficas y teatrales que de sus obras se han hecho en diferentes naciones, como en España o en Inglaterra.
Como clara crítica a la sociedad de la época, los protagonistas de sus escritos son, en su mayoría, personajes apáticos, que aceptan pasivamente la realidad que les circunda, resignados a su condición y a la monotonía, faltos de estímulos que les hagan reaccionar ante cualquier adversidad, que, sin embargo, prefieren soportar estoicamente como si nada les afectara, incapaces de transformar su destino y sumidos en la soledad e incomunicación, mientras se debaten entre la realidad y la ensoñación. Se trata, frecuentemente, de seres unidos por lazos afectivos o de parentesco, pero que, a pesar de ello, se comportan como extraños que no logran demostrar ni comunicar sus afectos, por lo cual viven sumidos en su propia soledad, insatisfechos con la situación que le ha tocado vivir, pero sin hacer nada por cambiarla.
Pero lo más destacado en Natalia Ginzburg es su condición de mujer intelectual –sobre todo en los primeros años de su trayectoria literaria-, casi pionera en una sociedad que aún no asimila en la mujer ciertos roles concedidos sólo a los hombres, entre ellos el de intelectual. Por este motivo, solidaria e identificada con la problemática que afectaba a la mujer de la época, en casi todas sus obras, a la hora de exponer los problemas humanos y sociales, predomina el tema de la mujer desvalida y su precaria condición en la Italia del momento, insistiendo en la desigualdad entre hombres y mujeres en una sociedad cuyo sistema binario presenta lo masculino, o positivo, en oposición con con lo femenino, y, por tanto, negativo. De este modo, la mayoría de los personajes protagonistas de las obras de Ginzburg son mujeres que podrían considerarse estereotipos de la Italia de primeros y mediados del siglo XX –aunque la imagen podría ser extensible a otros países–, de las que intenta plasmar los más variados sentimientos e inquietudes, así como la problemática social que las circunda.Esto convierte la narrativa testimonial ginzburgiana en una especie de crónica de la mujer mediosecular, en la que, a través de personajes extraídos de la sociedad en que vivía, refleja el panorama italiano, y europeo, y, en especial, el de la dura situación de impotencia y limitación en que la mujer se hallaba sumida, ofreciendo, además, las diferentes formas que ésta tenía de reaccionar ante tales injusticias.
Por otra parte, en oposición a la figura femenina, la masculina, en la mayoría de los casos, se presenta, generalmente, como figura negativa y problemática, egoísta y falta de valores: hombres frecuentemente fracasados tanto a nivel familiar como laboral, incapaces de comunicar con su entorno, y que, precisamente por ello, a veces suscitan cierta ternura y compasión.
Con todas estas premisas, es fácil entender el porqué del éxito y la importancia dentro del panorama literario italiano de Natalia Ginzburg, la cual, refugiada en la escritura como único medio de desahogo para expresar con plena libertad sus inquietudes y su descontento ante la realidad que le tocó vivir, compensando así su carácter frágil e introvertido, hizo llegar su voz y compartió sus pasiones a través de sus textos, que quedarán indudablemente impresos en quienes se acerquen a su obra. Escritos que muestran la realidad la mayor parte de las veces con crudeza, y en cuyo desenlace no hay lugar para la esperanza, dejando en el lector cierta sensación de melancolía e impotencia, y llevándolo a reflexionar sobre las situaciones que presenta: experiencias que pasaron y quedarán en la memoria, sin posibilidad de modificación alguna, y que no habrían ocurrido si alguien hubiera podido hacer algo por cambiarlas... Como su historia misma y la de todos nosotros.

Obras traducidas al español:

Las pequeñas virtudes (Le piccole virtù), trad. de Jesús López Pacheco, Alianza Editorial, Madrid.
Nunca me preguntes (Mai devi domandarmi), trad. de Jaume Fuster y María Antonia Oliver, Dopesa, Barcelona, 1974.
Querido Miguel (Caro Michele), traducido por Carmen Martín Gaite, Lumen, Barcelona, 1989, y Acantilado.
Léxico familiar (Lessico famigliare), trad. de Mercedes Corral, Trieste, Madrid, 1989.
Las palabras de la noche (Le voci della sera), trad. de Andrés Trapiello, Pre-Textos, Valencia, 1994.
Nuestros ayeres (Tutti i nostri ieri), trad. de Carmen Martín Gaite, Debate, Barcelona, 1996, y Círculo de lectores.
El camino que va a la ciudad (La strada che va in città), trad. de Arantxa Iturrioz, Bassarai, Vitoria-Gasteiz, 1997.
Sagitario, trad. de Félix Romeo, Espasa Calpe, Madrid, 2002.
La ciudad y la casa (La città e la casa), traducción de Mercedes Corral, Debate, Barcelona, 2003.
Las pequeñas virtudes (Le piccole virtú), traducción de Celia Filipetto, El Acantilado, Barcelona, 2002.
Antón Chéjov: vida a través de las letras, traducción de Celia Filipetto, Ed. Acantilado, Barcelona, 2006.

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