lunes, 10 de mayo de 2010

Chejov por Natalia Ginzburg

Natalia Ginzburg
Anton Chejov
Trad. de Celia Filipetto
Acantilado. Madrid, 2006


Con su intuición de las constelaciones familiares y de las pasiones calladas, Natalia Ginzburg narra la vida breve de Antón Chéjov (1860-1904), desde su juventud en Taganrog y sus primeros años en Moscú, los inicios como escritor humorístico y su trabajo como médico rural, hasta su viaje al campo de Sajalín, sus primeros éxitos como autor teatral, la enfermedad, los últimos años en Yalta y la muerte prematura en Badenweiler. En este hermoso libro, como si se tratara de uno de aquellos azares del destino, la escritora italiana consigue de manera asombrosa ese tono que el retratado dominaba de manera magistral, y nos ofrece un pequeño pero hermoso bocado de quien fue, es y será siempre uno de los mejores retratistas del alma humana.


Monje

Francisco Calvo Serraller
17/06/2006

Tras ser desahuciado por el doctor Kart Ewal, eminente especialista berlinés, Antón Chéjov y su esposa Olga Knipper se retiraron a Badenweiler, pequeña ciudad de aguas termales en la Selva Negra. Allí se instalaron en el hotel Sommer, donde la noche del 2 de julio de 1904 el escritor se despertó agitado, pidiendo la asistencia de un médico. Cuando su mujer Olga le colocó sobre el pecho una bolsa de hielo para aliviar los estertores de su agonía tuberculosa, Chéjov le preguntó, saliendo momentáneamente del delirio, "¿para qué poner hielo sobre un corazón vacío?". Luego, al llegar el doctor Schöwher, le dijo simplemente: "Me muero". Aunque rechazó otro cuidado médico, sí aceptó una copa de champán, que vació, antes de acostarse de lado y morir. Como si esta muerte tan chejoviana no fuera suficiente, el espectro del escritor planeó todavía en sus exequias fúnebres, ya que su cuerpo fue trasladado a Moscú en un tren verde que transportaba ostras, mientras sus deudos se equivocaron de duelo en la estación al seguir la banda de música que acompañaba el féretro del general Keller, fallecido en Manchuria.
Con esta sucinta y muy surrealista información acerca de la muerte y el entierro de Chéjov, concluye la maravillosa biografía que escribió sobre él una colega italiana, gran admiradora suya, Natalia Ginzburg (1916-1991), biografía ahora traducida al castellano con el título Antón Chéjov (Acantilado). Miembro de una familia numerosa, los abuelos paternos y maternos de Chéjov habían sido siervos de gleba, condición que cambió su padre, que, no obstante, mal comerciante, transfirió las obligaciones de la familia al que entonces era un joven estudiante de medicina de sólo 19 años, cuyo cometido ejerció hasta su prematura muerte, a los 44 años.

Chéjov inició su carrera literaria, cuando ya era médico rural, como escritor humorístico, mediante cuentos que publicaba en periódicos rusos, que le servían para subvenir los copiosos gastos familiares. Incluso cuando empezó a tener éxito como autor dramático y cuentista, le era imposible la menor infatuación personal, siendo quizá el único escritor ruso que repudiaba cualquier sistema ideológicamente altisonante y cualquier acceso místico. Irónico y escéptico, su observación de la realidad fue tan íntima y penetrante que nos emociona precisamente por su cualidad despojada. Nadie ha logrado ser como él intenso y frío a la vez. Desde la propia Ginzburg a Raymond Carver, la literatura del XX contrajo una deuda enorme con Chéjov.

En uno de sus cuentos, el titulado El monje negro, escrito en enero de 1894, Chéjov narra la historia de un pobre hombre, Kovrin, que arruina su vida al alucinarse con un imaginativo monje que le visita para anunciarle que es un genio. Según se convence de esta revelación, mayor es la caída en la miseria de Kovrin, que, mientras agoniza, vuelve a ver al monje agorero, que le susurra que ése está muriendo porque "su débil cuerpo ya no podía servir de envoltorio a un genio".
Anton Chejov de Natalia Ginzburg por Diego Doncel

A Chéjov, como a sus personajes, hay algo que no le permite ser un ser sencillo. Demasiados silencios, demasiada leyenda o demasiada obviedad. Chéjov escribió que “lo más importante de la vida sucede entre bastidores”, esto es, en la intimidad, en lo que apenas se debe confesar.

Y, sin embargo, en alguien como él es imposible no ver esa confesión a media voz sobre su extremada conciencia de la desgracia, su extremada conciencia del dolor y de la muerte, de la tragedia en que consiste vivir. Lejos de una vida feliz, de una vida plena fue una criatura acuciada por las complejidades familiares, las relaciones amorosas y por la falta de salud, lo que le hizo un hombre de buenas intenciones vitales pero al que la vida siempre sorprendía con una carta escondida en la manga. Y siempre para mal.

Difícil, por eso, escribir sobre alguien así, difícil incluso despojar su vida de determinados mitos y darnos un retrato veraz. Y sin embargo eso es lo que consigue Natalia Ginzburg en esta biografía de Chéjov que es plenamente chéjoviana. En este relato bellísimo, triste y trágico que se lee como una novela. Ginzburg hace un recorrido canónico por esta vida, aparentemente desapasionado pero donde bullen todos los fantasmas y misterios del escritor ruso.
Al igual que Chéjov Natalia Ginzburg actúa por sugerencia pero sin desdeñar las dimensiones de esa tragedia. Una tragedia que se lee entrelíneas, o que si es revelada se hace sin exagerar ningún elemento dramático. A Tangarong, el pueblo donde Chéjov nació en 1860, lo retrata como un arrabal embarrado en invierno y lleno de polvo y con agua insalubre en verano. A Rusia como “un país de gente ávida e indolente”, donde todo el mundo se dedica a “comer mucho, beber mucho, roncar, soñar y colocarse en los márgenes de la vida”. De su matrimonio tardío con la actriz Olga Knipper escribe: “Fue una pareja rara; estuvieron juntos en contadas ocasiones y se escribieron muchas cartas”. ¿ Hace falta decir más?

Ginzburg dice mucho con poco, pero ateniéndose a la máxima de que los seres humanos tienen a veces múltiples fisonomías, discordantes entre sí, insospechadas. Eso ocurre incluso cuando nos habla de la dedicación literaria de Chéjov, de sus relaciones con el medio literario ruso (Tólstoi o Gorki), o de la tragicomedia de su muerte. Y hace de este librito un retrato intenso y profundo del más verdadero Chéjov. Ginzburg nos invita a conocer el universo de Chéjov, su grandeza y que esa grandeza está hecha a parte iguales de una insobornable fuerza de voluntad, de convicciones éticas, de búsquedas y de comportamientos donde, como en cualquiera, predomina el color gris. Una delicia.
[Diego DONCEL, El mundo, 25/5/2006]

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