jueves, 6 de mayo de 2010

La trágica honestidad de Richard Yates




Vía revolucionaria (Revolutinary Road)
Richard Yates
Trad. de Luis Murillo Fort
Alfaguara. Madrid, 2008

Hay casitas con jardín que matan. Que pasan la cuchilla del cortacésped por la medida de los deseos más altos. Pasa en Vía Revolucionaria (Alfaguara), la primera y más reconocida novela de un olvidado de las letras americanas, Richard Yates, que está dejando de serlo por obra y gracia del director Sam Mendes. Hollywood está colocando a Yates otra vez en las estanterías de las que llevaba fuera años antes de su muerte, en 1992. Algo que le pasó hace no tanto a Cormac McCarthy.

Vivir sin darse cuenta
Nació en Yonkers en 1926 y hubo dos cosas que nunca le abandonaron: una timidez que su biógrafo Blake Bailey llamó mórbida y una veneración sin límites por Scott Fitzgerald. Yeats retrató a personas que sienten su vida “como una sucesión de momentos que no han querido vivir” (así se siente Frank Wheeler en Vía revolucionaria). La vida ordinaria de la clase media, las aspiraciones y las traiciones que las personas se infligen, la soledad, el desencanto y las ansiedades de la sociedad americana de la segunda posguerra mundial no están tan lejos de lo que pasa todavía hoy. Por eso leer a Yates tiene que ver con la verdad. De verdad simple, contada con una prosa llana.

Él dijo en una entrevista poco antes de morir: “Si en mi obra hay un tema, sospecho que es uno simple: que la mayor parte de los seres humanos están irremediablemente solos, ahí es donde reside la tragedia”. Yates pregunta a lo largo y ancho de sus nueve libros: ¿Qué nos hace perdernos? ¿Qué dejamos que la sociedad haga con nosotros?

Algo parecido a la fatalidad recorrió su vida. Vía Revolucionaria se publicó en 1961 y fue finalista del Premio Nacional de Literatura de EEUU en 1962. Pero fue también el mismo año de Franny y Zooey, de J. D. Salinger y de Trampa 22, de JosephHeller, que se llevaron toda la atención. Su novela gustó y se le consideró un acertado y emocionante cronista de su tiempo: cuando la estandarización, el consumo y el sentimentalismo iban creando un mullido colchón de comodidad y amnesia, que no lograba extirpar la ansiedad.

Pero su segunda novela, A Special Providence –con la aparición anterior de los cuentos de Once tipos de soledad en 1962–, no vio la luz hasta 1969, cuando su realismo lúcido no casó con la experimentación del momento. Sólo con la aparición de Las hermanas Grimes (Alfaguara) en 1974 se le volvió a reivindicar. Para entonces el alcohol y la soledad lo habían convertido en un atormentado y en algo parecido a un misántropo. A pesar de un éxito relativo –sobre todo entre escritores como Kurt Vonnegut, Raymond Carver y Richard Ford–, nunca vendió más de 12.000 ejemplares.

Nada le fue del todo bien en su vida, como tampoco a sus personajes: ni la Emily de Las hermanas Grimes, que busca entre parejas algo como la felicidad y se pierde de camino, o a los Wheeler de Vía Revolucionaria, que dejan que la casita con jardín a las afueras de la ciudad se cargue sus aspiraciones revolucionarias.

Uno de los suyos
Su vida podría ser la de uno de sus personajes: hijo de una escultora fallida y un cantante frustrado, sus padres se divorciaron, después de lo que crecería, como nómada urbano, de suburbio en suburbio. Alcohólico –como su madre–, celoso de los que tenían más éxito que él, Yates nunca consiguió la ansiada portada en The New Yorker y lo máximo a lo que llegó fue a una reseña en la cuarta página del The New York Times Review of Books. Como Frank Wheeler él también tuvo “el empleo más aburrido que pudiera imaginarse”: escribiendo en catálogos de máquinas calculadoras. Su desgaste y desilusión pasó directa a sus personajes.

De entre ellos, Frank y April Wheeler, retratados con una fatalidad que deja más hueco a la desolación que a la ironía. Yates sitúa al joven matrimonio en la Vía Revolucionaria, poco más arriba de la vulgar urbanización Revolutionary Hill Estates, donde la plaga de la uniformidad y la ansiedad del sueño americano campa a sus anchas. Los Wheelers, son distintos o eso creen: piensan que son capaces de plantar cara a lo convencional. Pero el abismo entre lo que ellos piensan que son y en lo que se convierten les lleva directos a la tragedia.


Yates convierte la ruptura de lo sueños de un matrimonio joven en un asunto claustrofóbico que, por momentos, se acerca a la temperatura de un relato de terror. “No existe en Yates el desenlace que podría conducir a un final feliz. No hay comedia que diluya la humillación. Cuando se abre camino lo peor, no hay asidero”. Así hablaba el escritor Stewart O’Nan de la oscuridad que tiñe la prosa de Yates. Fue él quien, en 1999, escribió el ensayo El mundo perdido de Richard Yates en la Boston Review, comenzando su lenta recuperación. Allí se lamentaba: “Escribir tan bien y luego ser olvidado es un legado terrorífico”.


El olvido se ha ido despejando gracias a otros realistas sucios como Richard Ford, que lo tiene como su padre literario, o Raymond Carver, en cuyos relatos de gente nada heroica se lee a Yates. Como Carver, su prosa rehúye el sentimentalismo: la misma empalagosa atmósfera que trae el olor a pastel, que adormece el espíritu y convierte los sueños de revolución en un capricho que guardar en el congelador.
[Sara Brito, Público.es, 5/1/2009]

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Richard Yeats y los escombros de su propia familia

Por esos días, Richard Yates (1926-1992) entraba y salía de hospitales psiquiátricos. Tenía 60 años y ya no iba a parar de beber. Tampoco paraba de escribir. Después de un par de semanas lúcido y trabajando, a mediados de 1986 envió a su agente el manuscrito de Cold Spring Harbor. "Una pequeña novela", le diría a un amigo. Sería la última. Otra tragedia en los suburbios: la historia de dos familias que combinan sus frustraciones y avanzan sostenidamente hacia el fracaso. Sin ninguna concesión sentimental, Yates terminaba de concretar un proyecto en el que trabajaba desde Vía Revolucionaria (1961), su primera novela: "Los personajes deben encantar y repeler, al diablo con la compasión de los lectores".

Deliberadamente autobiográfica, en Cold Spring Harbor perfila los tormentos de su familia. La novela fue publicada el año pasado en España. Es otro capítulo en el redescubrimiento de un autor que, según Kurt Vonnegut, tenía una "desgarradora honestidad para inventariar la mediocridad de la clase media". Ensombrecido por autores del peso de John Cheever y John Updike, Yates apenas vislumbró la fama a inicios de los 60 con Vía Revolucionaria. En adelante, daría tumbos entre la escritura, el alcohol, los cigarrillos y varios episodios de locura.


Ambientada en un pueblo cercano de Nueva York -justamente Cold Spring Harbor- en la década del 40, la novela retrata a las familias Shepard y Drake a través del matrimonio de sus hijos mayores, Evan y Gloria, respectivamente. Más inclemente que con la familia de Las hermanas Grimes, en Cold Spring Harbor Yates se fija minuciosamente en la fragilidad y patetismo de personajes destinados a presenciar el fin de sus vidas como si fuera una colección de sueños rotos.


Por el lado de los Shepard, hay una esposa que vive encerrada a causa de constantes ataques de nervios, mientras su esposo, Charles, mantiene a la familia con un pequeña pensión militar; es un capitán del Ejército retirado, sin ninguna historia heroica que contar y demasiada rutina de oficina. Su hijo, Evan, echó por la borda un futuro prometedor, acostumbrándose a trabajar en una fábrica y con un matrimonio mediocre con Rachel Drake.


En los Drake, el padre es alcohólico. La madre, Gloria, una pobre soñadora, incapaz de mantener un trabajo, que ha ido y venido por ciudades de EEUU buscando asentarse. Sus hijos, Rachel y Phil, van encaminados a repetir el molde: "Ambos tenían un aspecto tan frágil como su madre, cosa que parecía presagiar que en esa familia nadie llegaría a ser fuerte", anota Yates, y en lo que sigue de Cold Spring Harbor se dedica a detallar una serie de pequeños y enormes problemas que hacen que el día a día de los Shepard y los Drake se vuelva cada vez más insoportable.

Como cuenta Blake Bailey en su biografía de Yates, A tragic honesty, la novela tiene un fuerte componente autobiográfico. Los Drake son los Yates. La patética Gloria Drake es la madre del escritor, y sus hijos son Richard y su hermana. De ahí, que el tono del autor resulte aún más implacable: "Nunca serían fuertes, ni el chico ni la chica", se lee en la novela. No era falso. La hermana del novelista fue alcohólica y su marido la golpeaba. Yates viviría siempre al borde del infierno. De hecho, algunas partes de Cold Spring Harbor fueron escritas en un hospital de Boston, donde Yates fue llevado por la policía tras un episodio alucinatorio a causa de varios días de whiksy. A mediados de los 80, en sus momentos de sobriedad, se aferraba a la literatura. Su plan era "eliminar todo sentimentalismo y que los personajes se odien y se amen tal como lo hacen las personas reales".
[Roberto Careaga, latercera.com, 01/04/2010]




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 Richard Lacayo y otros críticos de la revista Time, publicaron en 2005 una lista de las cien mejores novelas modernas escritas en inglés: TIME's Critics pick the 100 Best Novels, 1923 to present.
En esa lista, se incluía Vía Revolucionaria, de Richard Yates, la novela en la que se basa el largometraje Revolutionary Road, de Sam Mendes.
Richard Lacayo escribió sobre Yates: “Si Revolutionary Road no le hace inmortal, la inmortalidad no vale la pena. (…) Habiendo oído decir durante años que Revolutionary Road de Richard Yates era una de las grandes pero subestimadas novelas norteamericanas, la busqué. Desde entonces, he pasado meses poniéndola en manos de todo aquel que quiera leerla”.

En 1961, esta novela sacudió el mundo literario. Los personajes principales de la historia (una pareja de enamorados con grandes sueños, Frank y April Wheeler) se hicieron indeleblemente reales para los lectores, y desde entonces han desatado una apasionada discusión sobre la naturaleza del matrimonio, los papeles del hombre y la mujer en la sociedad moderna, y la posibilidad de conciliar las realidades de la familia, el trabajo y la responsabilidad para con los anhelos idealistas de la juventud.
Cuando Frank y April idean un plan para revitalizar su matrimonio mudándose a la exuberante libertad de París, se desata un conflicto entre los sueños de ella y el temor de él a convertirlos en realidad.
La novela llegó a convertirse, a la chita callando, en uno de los libros más influyentes del siglo. El ganador del Premio Pulitzer Richard Ford dice que se convirtió en “un apretón de manos secreto” entre los escritores: un reconocimiento común de que era una de esas novelas norteamericanas auténticamente excepcionales y reveladoras que todo autor desearía escribir.
Parecía captar un momento profundo de Estados Unidos, a medida que la clase media empezaba una nueva existencia al finalizar la Segunda Guerra Mundial, asentándose en una cotidianidad familiar centrada en la prosperidad y la seguridad, y no obstante plagada de complacencia y conformidad.
Sin embargo, aunque evocaba esta época, la novela abordaba simultáneamente uno de los dilemas más inquietantes e intemporales: el conflicto entre la ardiente pasión de los ideales juveniles y las responsabilidades de las relaciones humanas.
Aunque nunca llegó a alcanzar una popularidad masiva, la novela inició una corriente subterránea que influiría profundamente sobre muchos de los más grandes escritores norteamericanos del siglo XX.

Willian Styton describió Via Revolucionaria como “una novela hábil, irónica, bella, que merece ser un clásico”. Kurt Vonnegut dijo de ella que era “El Gran Gatsby de mi época… uno de los mejores libros de un miembro de mi generación”.

Tennessee Williams la describió en los siguientes términos: “Aquí hay algo más que buena escritura, aquí hay algo que, añadido a la buena escritura, hace que un libro cobre inmediatamente una vida intensa y brillante. Si hace falta algo más para realizar una obra maestra en la ficción moderna norteamericana, yo no sé que pueda ser”.

En Esquire, Dorothy Parker elogió la obra de Yates: “Un tesoro –escribió–, una joya, un hallazgo es Revolutionay Road, de Richard Yates. Los ojos y oídos del señor Yates son un don del cielo. Creo que no sé de ninguna otra novela reciente que me haya impresionado tanto, pues las costumbres y modos de sus gentes están, a mi parecer, perfectamente observados”.

Un autor moderno, ganador del Pulitzer, Michael Chabon, opina en parecidos términos: “Me encanta Richard Yates, su obra, y la novela Revolutionay Road. ¡Es una novela demoledora!”

En un artículo publicado en New York Times por las mismas fechas en que la obra salía al mercado, Martin Levin escribió: “La excelencia de Revolutionary Road estriba en la integridad con la que el autor describe el matrimonio en desintegración de los Wheelers. Evitando los riesgos de la caricatura obvia o del moralismo patente, el señor Yates escoge el camino más difícil de permitir que sus personaje se revelen por sí solos, lo cual hacen con una intensidad que provoca la compasión del lector, así como su interés”.

En opinión de David Hare: “Yates es junto con Fitzgerald y Hemingway uno de los tres grandes novelistas indiscutibles del siglo XX. El mayor cumplido que puedo hacerle es decir que escribe como un guionista, no como un novelista. Quiere que uno vea todo lo que describe. Los escritores dramáticos encuentran insoportables a las novelas porque los novelistas mayormente apilan palabras sobre palabras, incidentes sobre incidentes… Yates describe todo con mortífera precisión, y después sigue cortando y cortando hasta llegar al hueso. Tiene un auténtico sentido trágico, que proviene de un intenso romanticismo para con las cosas sensuales de la vida: cigarrillos, bebidas, el sexo opuesto”.

Más recientemente, Nick Fraser analizó la obra en The Observer (17 de febrero de 2008): “Ahora soy conciente de la existencia de una hermandad que incluye a Nick Hornby, Kate Atkinson, David Hare, Raymond Carver, Kurt Vonnegut, Joan Didion y Richard Ford. Los Yatesianos intercambiamos lo que Ford acertadamente describió como ‘un apretón de manos cultural’ cuando nos identificamos entre nosotros”.

Llegados a este punto, las preguntas se acumulan: ¿Quién fue Richard Yates? ¿Quién fue este estudioso de la soledad, merecedor de tantos y tan expresivos elogios? ¿Y de dónde extrajo la inspiración para convertirse en un cronista capaz de influir en escritores como Raymond Carver y Richard Ford?

Nacido el 2 de febrero de 1926 en Yonkers, Nueva York, Richard Walden Yates nació del matrimonio formado por Vincent Matthew Yates y Ruth Maurier. Su padre había estudiado para ser cantante de concierto, pero acabó trabajando de vendedor para General Electric, mientras que su madre, tras divorciarse en 1929, intentó mantener a su dos hijos –Yates y su hermana– con una carrera fracasada como escultora.

Se crió en Manhattan, Scarsdale y Cold Spring Harbor. Tras conseguir una beca, Yates asistió a la Avon Old Farms School, un internado en Connecticut. Al año de llegar, estaba editando el periódico de la escuela.

Graduado en 1944, fue reclutado por el ejército de Estados Unidos y prestó servicio como soldado de infantería en Bélgica y Francia, donde participó en la batalla de las Ardenas, durante la cual contrajo una pleuresía.

Rechazó el tratamiento médico, y siguió combatiendo hasta que se derrumbó. Aquel incidente le dejó los pulmones debilitados para el resto de su vida

De nuevo en Nueva York, trabajó como periodista y como redactor publicitario en la Remington Rand Corporation.

Publicada en 1961, Vía Revolucionaria (Revolutionary Road) le llevó a ser finalista del National Book Award y concitó la admiración de autores como Dorothy Parker, John Cheever, Kurt Vonnegut, Tennessee Williams y William Styron.

En 1992, Yates falleció a causa de un enfisema Birmingham, Alabama. Pese a los considerables elogios de la crítica, su obra nunca obtuvo el reconocimiento ni la ingente cantidad de lectores que él anhelaba. Combatiendo contra sus propios conflictos internos, incluidos dos matrimonios fracasados y una adicción a la bebida que fue una lucha toda su vida, Yates murió arruinado y aún bastante desconocido, sobre todo si tenemos en cuenta que era un autor muy admirado por otros escritores coetáneos suyos.

Como narrador, le debemos títulos como la citada Revolutionary Road (Atlantic-Little, Brown, 1961), Once clases de soledad (Atlantic-Little, Brown, 1962), Perturbando la paz (Delacorte, 1975), El desfile de Pascua (Delacorte, 1976), Una buena escuela (Delacorte, 1978), siete historias de la recopilación Mentirosos enamorados (Delacorte, 1981), Jóvenes corazones llorando (Delacorte, 1984), un guión adaptado de la obra de William Styron Tiéndete en la oscuridad (1985), Cold Spring Harbor (Delacorte, 1986), un boceto de guión titulado El mundo en llamas (1989) y Tiempos inciertos, novela inacabada.

Blake Bailey, quien escribió en 2003 Una trágica honradez, la primera biografía de Yates, piensa que Vía Revolucionaria ha perdurado porque su narrativa arroja luz sobre muchas más cosas que un matrimonio norteamericano. “Trata nada menos que de los temas fundamentales de un ser humano”, dice, “trata de llegar a estar en paz con uno mismo, de ser honrado con uno mismo, enfrentándonos a nuestras propias limitaciones e intentando hacernos un hueco en la vida pese a todas nuestras limitaciones. Como decía Yates, lo peor que se puede hacer en la vida es vivir una mentira”.

Los años 50 retratados por Richard Yates tienen demasiados parentescos con los tiempos que vivimos. El aislamiento que nace de la comodidad. La incomunicación que produce la falta de sentimientos sinceros. La pérdida, muchas veces inconsciente, de valores, que en algún momento parecían fundamentales.

Brillantes, bellos y confundidos, Frank y April Wheeler tratan de sostener sus ideas incluso contra sí mismos y sus debilidades. Yates los examina con una lucidez que tiene mucho de tristeza en esta magnífica novela: una indagación profunda y conmovedora sobre lo que las personas dejan que la sociedad haga con ellas.



Curiosidades sobre Richad Yates


Fue amigo íntimo de Kurt Vonnegut, y escribió discursos para el senador Bob Kennedy a principios de los 60.
Woody Allen, actor y director, también homenajea al escritor en Hannah y sus hermanas. A un personaje de la película le prestan El desfile de Pascua, y dice que el libro es magnífico.
El libro En picado (2005), de Nick Hornby, presenta a un personaje que planea suicidarse con Revolutionary Road, de Richard Yates, en el bolsillo. El personaje en cuestión cree que eso hará que lo lea más gente.

Observaciones de otros escritores sobre Richard Yates:

Stewart O’Nan (Boston Review, 1999):
“Lo que distingue a Yates en Revolutionary Road (y en toda su obra) no es sólo la agudeza de su visión, sino la manera en que esa visión se ciñe no sólo a la guerra o cualquier otro horror, sino a las aspiraciones de los norteamericanos de a pie. Compartimos los sueños y temores de su gente (el amor y el éxito equilibrados por el fracaso y la soledad) y, muy a menudo, la vida, tal y como la definen los brillantes paradigmas de la publicidad y las canciones populares, no es ni siquiera amable con nosotros. Yates demuestra esto con una dramatización totalmente plausible, y luego exige que sus personajes (y nosotros, como lectores, y quizás el país en conjunto) admitamos la sencilla y dolorosa realidad”.

Orville Prescott (The New York Times, 10 de marzo de 1961):
“Richard Yates es un joven periodista y profesor con un brillante talento natural para la ficción. Es capaz de crear personajes, contar una historia, hacer que brutales altercados cobren una intensa vida. Su diálogo es experto y su prosa está astutamente controlada. No cabe ninguna duda de la gran calidad de su talento (…) Richard Yates ha conseguido que su historia se mueva con viveza. La ha poblado de personajes menores retratados con esmero, incluido un paciente genuina y patentemente loco al que dejan salir cada dos por tres de un hospital público. Y ha ideado una serie de escenas dramáticas, penosas y dolorosamente espantosas. Ningún lector imparcial podrá terminar Revolutionary Road sin sentir admiración por el impresionante talento del señor Yates. Pero decidir si los mentalmente desequilibrados Wheelers merecen los cinco años de trabajos forzados que el señor Yates les otorga es otra cuestión.”

James Wood (The Guardian):
“Es un escritor para los lectores, siempre lúcido y elegante, y a veces conmovedor”.

Kurt Vonnegut:
“Richard Yates no solo nos ofreció retratos compasivos y meticulosamente detallados de nuestros propios e imperfectos egos en la ficción, fue también un actor fundamental de la historia norteamericana”.

Richard Yates sobre sí mismo (Ploughshares Literary Journal, 1972):
“Cuando un escritor duro y sincero puede mirar directamente a todos los horrores del mundo, enfrentarse a todos los hechos, y aún así obtener al final una alegre y esforzada celebración de la vida pese a todo, eso puede ser maravilloso… Es una perogrullada decir que nuestros tiempos son demasiado agitados o frenéticos o confusos como para que puedan surgir novelas buenas, tradicionales y formales. Creo que esa es una respuesta simplona”.

Bibliografía de Richard Yates:

Las historias recopiladas de Richard Yates (The Collected Stories Of Richard Yates, 2001)

Cold Spring Harbor (1986)
Jóvenes corazones llorando (Young Hearts Crying, 1984)
Mentirosos enamorados (Liars in Love, 1981)
Una buena escuela (A Good School, 1978)
El desfile de Pascua (The Easter Parade, 1976)
Perturbando la paz (Disturbing the Peace, 1975)
Una providencia especial (A Special Providence, 1969)
Once clases de soledad (Eleven Kinds of Loneliness, 1962)
Vía Revolucionaria (Revolutionary Road, 1961), adaptada al cine en Revolutionary Road, de Sam Mendes.

[Revista Cine y Letras, Guzmán Urrero Peña, Madrid, 2008.] 

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