sábado, 1 de mayo de 2010

La leyenda de los hermanos Collyer

La leyenda de los hermanos Collyer

LOS INICIOS
Muchos tenemos tendencia a coleccionar libros, llaveros, zapatos, bolsas y hasta el cuaderno de primero de kínder en el que la maestra nos puso una carita feliz por haber hecho planas y planas de palitos y circulitos de colores; y qué decir de las muñecas tuertas y sin pelo que nuestras mamás guardaban para cuando tuvieran hijas y jugaran con ellas. Y es que todo mundo tiene un cuarto de tiliches en su casa donde guarda de todo: periódicos, zapatos anticuados, herramientas, juguetes, ropa vieja, aparatos electrónicos y hasta cosas que ya ni se usan, pero qué tal si algún día vuelven a estar de moda, como los cassettes, discos LP, zapatos de plataforma o pantalones acampanados. Así pues, la historia de los hermanos Collyer es un ejemplo de trastorno de acumulación compulsiva, donde recoger basura no es sólo una cuestión antihigiénica, sino un cuento de terror.


No importa no haber viajado a Nueva York para imaginarnos la mansión en la que vivían los Collyer, basta haber visto alguna película de Hollywood para imaginarnos sus calles, sus edificios y su gente. Así, Harlem es lo mismo que pensar en un barrio peligroso donde bandas de afroamericanos se reúnen para bailar, rapear o comerciar lo que sea posible. Y si vamos más allá de lo común, podemos tener en mente la imagen de los típicos edificios neoyorquinos, sobretodo de esta zona, con sus pequeñas escalinatas al frente, sus fachadas sobrias y de colores pálidos que no invitan más que al silencio. Hoy, Harlem no refleja su actualidad, sino la degradación de una clase alta que nació con el siglo —en este caso, el reciente fallecido siglo xx—. Quién no ha escuchado historias de gente que vive en Nueva York y donde recoger toda serie de cosas de la basura, desde juguetes para los niños como objetos de uso personal dentro del hogar, es de lo más normal. Eso es pues, lo que caracteriza la leyenda de los hermanos Collyer: la basura.


La familia Collyer llegó a los Estados Unidos, una semana después de que el Mayflower zarpó de Inglaterra. A su vez, los Collyer descienden por el lado paterno de los Livingston, una tradicional y acomodada familia establecida en Nueva York desde el siglo xviii. Herman Collyer Livingston, médico ginecólogo, y Susie Collyer, cantante de ópera, primos en primer grado, se casaron y tuvieron tres hijos: Susan —quien muere siendo aún una niña—, Homer y Langley. En 1909, los esposos Collyer se mudaron a un brownstone, el cual constaba de cuatro pisos y doce recámaras—, en el número 2078 de La Quinta Avenida. Desde un inicio, los Collyer eran vistos como un matrimonio excéntrico y reservado, así como sus dos hijos: Homer y Langley. Homer era miembro de la fraternidad Beta Kappa de la Universidad Columbia, graduándose con honores de la carrera de derecho de almirantazgo. Langley, por el contrario, estudió ingeniería mecánica, aunque no existen registros de su paso por las aulas de esa universidad. Sin embargo, desarrolló talento para tocar el piano, por lo que decidió, en ese entonces, adoptar un aspecto más artístico y dejarse el pelo largo, algo raro para la época. También gustaba de hacer inventos con lo que se encontrara en su casa, pero sobre todo, en la calle. Como cuando decidió instalar un modelo Ford-T en la sala de su casa para generar energía. A su vez, el Dr. Collyer, el padre de familia, era conocido por ser el más excéntrico de todos. Se dice que para irse al hospital donde trabajaba, lo hacía en canoa… Mejor dicho, la canoa la colocaba en su cabeza y así la cargaba hasta el río y luego remar hasta la Isla de Blackwell.

El Dr. Collyer abandonó a su familia alrededor de 1919 y se mudó al 153 West 77th Street en Manhattan. Y es que Harlem ya no era más la colonia de moda para los blancos; tras el paso de la Primer Guerra Mundial y la urbanización de Nueva York, se fue empobreciendo y los crímenes comenzaron a subir a medida que las familias acomodadas comenzaban a abandonarlo. Harlem dejó de ser lo que era antes, un barrio con limpios edificios para los ricos de entonces, para entonces convertirse en el barrio de los negros. No se sabe por qué el doctor Herman Collyer decidió abandonar a su esposa y a sus hijos, ni tampoco si Susie Collyer lo siguió después. Sin embargo, sí es conocido que Homer y Langley decidieron quedarse en la casa de La Quinta Avenida con el resto de la servidumbre, que poco a poco, también los fueron dejando. En 1923 murió Herman Collyer y en 1929, Susie Collyer. Los hermanos heredaron todas su posesiones, las cuales guardaron en la casa de Harlem. El tiempo pasaba y con la muerte de sus progenitores, los hermanos Collyer se quedaron desolados y no sólo se volvían más uraños, sino anacrónicos, por lo que generaban la curiosidad y el rechazo de todos sus vecinos.


EL DESASTRE
Corría el año de 1932, y Homer, quien traía el gasto al hogar y trabajaba como abogado en un importante bufete de Nueva York, comenzó a perder la vista, por lo que su hermano menor, Langley, se convertiría en su enfermero: lo lavaba y alimentaba con 100 naranjas a la semana, como un intento para mejorar su visión. Pero Langley no sólo cuidó a su hermano, sino que pensó en el momento en que éste recuperara su vista, y fue guardando —y acumulando— cientos y cientos de periódicos, para que Homer no se perdiera de nada cuando volviera a ver. Los apilaba en el interior de la mansión, en las paredes y ventanas y donde hubiera espacio. Tiempo después, al mismo Homer le diagnostican una parálisis ocasionada por el reumatismo, que lo tumbó en una silla de ruedas por el resto de sus días.


Mientras tanto, la historia de los Collyer comenzaba a hacerse conocida entre los vecinos y a volverse leyenda, por lo que se creía que tenían grandes cantidades de dinero escondidas en su mansión, producto de la herencia que les dejaron sus padres al morir. Lo que ellos no sabían era que el dinero les fue insuficiente a los hermanos, y comenzaron, inclusive, a dejar de pagar sus impuestos, por lo que se quedaron sin agua, luz y gas; por lo que el generador de energía que Langley había inventado años antes, fue su salvación, en cuanto a la luz se refiere. También se las ingenió para construir un túnel y así obtener agua y gas de las tuberías. Sin embargo, los intrusos no se hicieron esperar, por lo que Langley, haciendo uso de sus conocimientos en ingeniería, comenzó a poner trampas mecánicas para alejar a todos los ladrones y curiosos de la mansión. Los hermanos eran conocidos, entonces, como los «Hombres fantasma» y pronto dejaron de ser vistos, por lo que empezaron las sospechas de su supuesta muerte. Esto se confirmó hasta que el hedor comenzó a ser insoportable y los vecinos dieron aviso a las autoridades.


La policía llegó al 2078 de La Quinta Avenida un 21 de marzo de 1947. La muchedumbre ya se encontraba esperando a las puertas de la mansión: todos querían saber la verdad sobre la leyenda de los Collyer. Las ventanas estaban selladas con tablones de madera y bloqueadas por lo que parecían ser columnas inmensas de periódico, por lo que no fue una tarea fácil el ingreso al inmueble, sino hasta que bomberos y autoridades entraron por la azotea del mismo. Adentro no se encontraban más que ratas en un laberinto hecho con murallas de periódicos y un sinfín de objetos inútiles que los hermanos fueron acumulando durante su reclusión. Transitar por la vivienda era casi imposible, sin embargo no se dieron por vencidos hasta que encontraron el cadáver de Homer sentado en su silla de ruedas con la cabeza sobre las rodillas, en un estado deplorable y desprendiendo un olor insoportable. Su cuerpo fue sacado por la ventana en una bolsa de plástico negra, ante la mirada incrédula de miles de espectadores. Mientras buscaban al segundo hermano, se iban descubriendo miles y miles de objetos más, que se acomodaban a lo largo de cuatro pisos en las doce habitaciones de la mansión. Se llegó a pensar que Langley Collyer había abandonado a su hermano para irse a algún lugar paradisíaco, algunos dicen haberlo visto en Atlantic City. Pero, a los diecinueve días de la muerte de Homer, fue hallado el cadáver de Langley, parcialmente devorado por las ratas y quien sólo estaba tirado a unos metros de él, pero que no había sido visto porque estaba escondido entre cientos de periódicos que se habían derrumbado debido a las mismas trampas mecánicas que él había colocado para alejar a los ladrones y que había accionado, por accidente, mientras llevaba de comer a Homer. Tenía a su lado la charola con comida que le llevaba a su hermano, quien murió de inanición.


LA LEYENDA
Los objetos que se encontraron eran de las más variadas categorías, por lo que la pregunta sería para qué querían todo eso los hermanos Collyer, ¿acaso Langley tenía la ilusión de que Homer algún día llegara a ver? ¿Cuál sería la sorpresa de Homer, al descubrir que vivía tapiado por periódicos y objetos de todo tipo? Lo curioso es que Homer dependía de Langley y confiaba completamente en él: comía 100 naranjas a la semana, estaba ciego y paralítico. Y Langley, el hermano excéntrico, estaba temeroso de las miradas ajenas que lo creían un loco más, o bien, un fantasma viviente. Algunos de los objetos que se encontraron en la casa de los Collyer, y que formaron en total 103 toneladas de basura, fueron: diversos instrumentos musicales —14 pianos, un banjo, violines, cornetas, acordeones, un clavicordio—, banderas —seis estadounidenses y una británica—, una máquina de rayos X, coches de bebé, comida caducada, arañas de cristal, peladores de patatas, bolas de boliche, frascos con órganos humanos, bustos de escayola, retratos al óleo, paraguas, rastrillos, tres maniquiés, una estufa de queroseno, 250 mil libros —miles de libros de medicina e ingeniería y unos 2 500 de derecho—, resortes de camas oxidados, tapices, relojes, tejidos, un gramófono, instrumental quirúrgico, ocho gatos vivos, cuerdas, el arcón de la señora Collyer, bicicletas oxidadas, esqueletos de caballos y vacas, animales en frascos con cloroformo, una colección de armas —ametralladoras, balas de tanque y granadas—, un chasis retocado por Langley y, por supuesto, 191 625 periódicos, desde la fecha en que Langley dejó de ver.
Así acabó la historia de los hermanos y nació su leyenda. El edificio tuvo que ser demolido por la deplorable situación en la que se encontraba. En su lugar, se construyó un parque —Parque de los hermanos Collyer— y se plantaron unos cuantos sicomoros. Ahora, cuando los bomberos de Nueva York reciben una alerta de una casa con «situación Collyer», deben ir preparados para lo inesperado y, por supuesto, para un montón de basura.

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