He pasado toda la noche sin dormir, viendo...
He pasado toda la noche sin dormir, viendo,
sin espacio tu figura.
Y viéndola siempre de maneras diferentes
de como ella me parece.
Hago pensamientos con el recuerdo de lo que
es ella cuando me habla,
y en cada pensamiento cambia ella de acuerdo
con su semejanza.
Amar es pensar.
Y yo casi me olvido de sentir sólo pensando en ella.
No sé bien lo que quiero, incluso de ella, y no
pienso más que en ella.
Tengo una gran distracción animada.
Cuando deseo encontrarla
casi prefiero no encontrarla,
Para no tener que dejarla luego.
No sé bien lo que quiero, ni quiero saber lo que
quiero. Quiero tan solo
Pensar en ella.
Nada le pido a nadie, ni a ella, sino pensar.
(Versión de Teodoro Llorente)
Poema XXIX
No soy igual en lo que digo y escribo.
Cambio, pero no cambio mucho.
El color de las flores no es el mismo bajo el sol
que cuando una nube pasa
o cuando entra la noche
y las flores son color de sombra.
Pero quien mira ve bien que son las mismas flores.
Por eso cuando parezco no estar de acuerdo conmigo
fijaros bien en mí:
si estaba vuelto para la derecha
me volví ahora para la izquierda,
pero soy siempre yo, asentado sobre los mismos pies.
El mismo siempre, gracias al cielo y a la tierra
y a mis ojos y oídos atentos
y a mi clara sencillez de alma.
(Del heterónimo Alberto Caeiro)
Si yo pudiera morder la tierra toda...
Si yo pudiera morder la tierra toda
y sentirle el sabor sería más feliz por un momento...
Pero no siempre quiero ser feliz
es necesario ser de vez en cuando infeliz para poder ser natural...
No todo es días de sol
y la lluvia cuando falta mucho, se pide.
Por eso tomo la infelicidad con la felicidad.
Naturalmente como quien no se extraña
con que existan montañas y planicies y que haya rocas y hierbas...
Lo que es necesario es ser natural y calmado en la felicidad o en la
infelicidad.
Sentir como quien mira. Pensar como quien anda,
y cuando se ha de morir,
Recordar que el día muere y que el poniente
es bello y es bella la noche que queda.
Así es y así sea.
(Versión de Teodoro Llorente)
Llueve en silencio, que esta lluvia es muda...
Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.
El cielo duerme. Cuando el alma es viuda
de algo que ignora, el sentimiento es ciego.
Llueve. De mí (de este que soy) reniego...
Tan dulce es esta lluvia de escuchar
(no parece de nubes) que parece
que no es lluvia, mas sólo un susurrar
que a sí mismo se olvida cuando crece.
Llueve. Nada apetece...
No pasa el viento, cielo no hay que sienta.
Llueve lejana e indistintamente,
como una cosa cierta que nos mienta,
como un deseo grande que nos miente.
Llueve. Nada en mí siente...
(Versión de Ángel Crespo)
Emoción y poesía
Quien quiera que sea de algún modo un poeta sabe muy bien que es más fácil escribir un buen poema (si los buenos poemas se hayan al alcance del hombre) respecto de una mujer que no interesa mucho que sobre una mujer sobre la cual se está profundamente apasionado. La mejor especie de poema de amor es, en general escrito al respecto de una mujer abstracta.
Una emoción grande es demasiado egoísta; absorve para sí misma toda la sangre del espíritu, y la congestión deja las manos demasiado frías para escribir. Tres especies de emociones producen gran poesía: emociones fuertes y profundas al ser recordadas mucho tiempo después, y emociones falsas, es decir, emociones sentidas en el intelecto. No la insinceridad, pero sí una sinceridad traducida es la base de todo el arte.
El gran general que pretende ganar una batalla para el imperio de su país y para la historia de su pueblo no desea -no puede desear- tener muchos de sus soldados asesinados (muertos). De todas formas, a la hora de decidir su estrategia, escogerá (sin pensamiento para sus hombres) el mejor golpe, aunque le haga perder cien mil hombres, en vez de la estrategia peor, o sólo más lenta, que le puede dejar nueve décimos de aquellos hombres con quienes y por los cuales lucha, y a quienes, en general, ama. Se convertirá en artista por amor a sus compatriotas, y nos expondrá a la carnicería por causa de su estrategia.
En todo momento de actividad mental ocurre en nosotros un fenómeno duplo de percepción; al mismo tiempo que tenemos consciencia de un estado de alma, tenemos delante de nosotros, impresionándonos los sentidos, que están volcados hacia el exterior, un paisaje cualquiera, entendiendo por paisaje, para entendernos, todo lo que forma el mundo exterior en un determinado momento de nuestra percepción.
Todo el estado del alma es un paisaje. Es decir, todo el estado del alma no sólo es representable por un paisaje, sino que es un paisaje. Hay en nosotros un espacio interior donde la materia de nuestra vida física se agita. Así una tristeza es un lago muerto dentro de nosotros, una alegría un día de sol en nuestro espíritu. E, incluso, si no se quisiera admitir que todo el estado del alma es un paisaje, se puede por lo menos admitir que todo el estado del alma se puede representar por un paisaje. Si yo digo "Hay sol en mis pensamientos", nadie entenderá que mis pensamientos son tristes.
Así, teniendo nosotros, al mismo tiempo, consciencia del exterior y de nuestro espíritu, y siendo nuestro espíritu un paisaje, tenemos al mismo tiempo consciencia de dos paisajes. Esos paisajes se funden, se interpenetran, de modo que nuestro estado del alma, sea cual fuere, sufre un poco del paisaje que estamos viendo -en un día de sol un alma triste no puede estar tan triste como en un día de lluvia- y, también, el paisaje exterior sufre de nuestro estado de alma. Se dice desde siempre, sobre todo en verso, cosas como que "en ausencia de la amada el sol no brilla", y otras cosas así.
De manera que el arte que quiera representar bien la realidad tendrá que dar una representación simultánea de paisaje interior y de paisaje exterior. Resulta que tendrá que intentar una intersección de los dos paisajes. Tienen que ser dos paisajes, pero puede ser - si no se quiere admitir que el estado del alma es un paisaje- que se quiera simplemente interseccionar un estado del alma (puro y simple sentimiento) con el paisaje exterior.
Carta de Fernando Pessoa a Mário Beirao (1-2-1913)
Estoy actualmente atravesando una de aquellas crisis que, cuando se dan en agricultura, se suelen llamar "crisis de abundancia".
Tengo el alma en un estado de rapidez ideativa tan intenso que necesito hacer de mi atención un cuaderno de apuntes, y, aún así, tantas son las hojas que tengo que llenar que algunas se pierden, por ser tantas, y otras no se pueden leer después, por estar escritas con demasiada prisa.
Las ideas que pienso me causan una tortura inmensa, se sobreviven en esa tortura oscura. Difícilmente imaginará que la calle de Arsenal, en materia de movimiento, ha sido mi pobre cabeza. Versos ingleses, portugueses, raciocinios, temas, proyectos, fragmentos de cosas que no sé lo que son, cartas que no se como comienzan o acaban, relámpagos de críticas, murmullos de metafísicas... toda una literatura, mi querido Mário, que ve desde la bruma - para la bruma - por la bruma---
Nota preliminar a Mensagem
El entendimiento de los símbolos y de lo rituales (simbólicos) exige del intérprete que posea cinco cualidades o condiciones, sin las cuales lo símbolos estarán muertos para él, y él muerto para ellos.
La primera es la simpatía; no diré la primera en el tiempo, pero sí la primera conforme voy citando, y cito por grados de simplicidad. Tiene el intérprete que sentir simpatía por el símbolo que se propone interpretar.
La segunda es la intuición. La simpatía puede ayudarla si aquella ya existe, pero no crearla. Por intuición se entiende aquella especie de entendimiento con que se siente lo que está más allá del símbolo sin que se vea.
La tercera es la inteligencia. La inteligencia analiza, descompone, reconstruye en otro nivel el símbolo; tiene que hacerlo, aunque, en el fondo, es todo lo mismo. No diré erudición, como podría decirlo del examen de los símbolos, sino el hecho de relacionar en lo alto lo que está de acuerdo con la relación que está abajo. No podría hacer eso si la simpatía no se acordase de esa relación, si la intuición no la hubiese establecido. Entonces la inteliencia, de discursiva que es naturalmente, se volverá analógica, y el símbolo podrá ser interpretado.
La cuarta es la comprensión, entendiendo por esta palabra el conocimiento de otras materias, que permitan que el símbolo sea iluminado por varias luces, relacionado con otros símbolos, puesto que, en el fondo, es todo lo mismo. No diré erudición, como podría haber dicho, pues la erudición es una suma; ni diré cultura, pues la cultura es una síntesis; y la comprensión es una vida. Así ciertos símbolos no pueden ser bien entendidos si no hubo antes, o al mismo tiempo, el entendimiento de símbolos diferentes.
La quinta es la menos definible. Diré tal vez, hablando a unos, que es la gracia, hablando a otros, que es la mano del Superior Incógnito, hablando a terceros, que es el Conocimiento y la Conversación del Santo Ángel de la Guarda, entendiendo cada una de estas cosas, que son la misma, de manera como las entienden aquellos que las usan, hablando o escribiendo.
Predominio del sentido interior
Era yo un poeta estimulado por la filosofía y no un filósofo con facultades poéticas. Me gustaba admirar la belleza de las cosas, descubrir en lo imperceptible, a través de lo diminuto, el alma poética del universo.
La poesía de la tierra nunca muere. [...] La poesía se encuentra en todas las cosas -en la tierra y en el mar, en el lago y en la margen de un río. Se encuentra también en la ciudad -no lo neguemos-, es evidente para mí, aquí, como estoy sentado, hay poesía en esta mesa, en este papel, en este tintero; hay poesía en el barullo de los coches en la calle, en cada movimiento diminuto, común, ridículo, de un operario, que está pintando al otro lado de la calle.
Mi sentido íntimo predomina de tal manera sobre mis cinco sentidos que veo cosas en esta vida -creo- de modo diferente a otros hombres. Hay para mí -había- un tesoro de significado en una cosa tan ridícula como una llave, un pliegue en la pared, los bigotes de un gato. Hay para mí una plenitud de sugestión espiritual en una gallina con sus pollitos, atravesando la calle con aire pomposo. Hay para mí un significado más profundo del que tienen las lágrimas humanas en el aroma del sándalo, en las viejas latas, en una caja de fósforos caída en el suelo, en dos papeles sucios que, en un día de viento, ruedan y se persiguen calle abajo. Es que la poesía es espanto, admiración, como un ser caído de los cielos, al tomar plena consciencia de su estado, atónito delante de las cosas. Como alguien que conociese el alma de las cosas, y luchase para recordar ese conocimiento, recordando que no era así como las conocía, no sobre aquellas formas y aquellas condiciones, pero no se acuerda de nada más.
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