jueves, 1 de abril de 2010

Última entrevista con Clarice Lispector

Es enero de 1977. Contrariando sus hábitos, Clarice Lispector concurre a una emisora de la televisión de San Pablo para participar en un programa de debates sobre cine, de la TV Cultura. Su presencia constituye una gran sorpresa. Pero la sorpresa se torna mayor aún cuando, después del programa, el director de la emisora, Walter George Drust, arriesga una invitación para que ella grabe también un testimonio personal. Sorprendiendo a todos, ella acepta… Walter Drust localiza por teléfono a Julio Lerner en la redacción de “Panorama”, de la que ese periodista es editor en jefe, y lo invita a realizar la entrevista. Fue la última entrevista hecha a Clarice y una de las pocas que concedió en su vida. Lacónica, muy breve, sin explicación posible... Cuando aceptó realizarla ya se sabía gravemente enferma: falleció pocos meses después.

“Cuando no escribo, la vida se me vuelve intolerable”.


Clarice Lispector, ¿de dónde viene ese “Lispector”?

Es un apellido latino, ¿no es cierto? Yo le pregunté a mi padre desde cuándo había Lispector en Ucrania. Él me dijo que desde generaciones y generaciones atrás. Supongo que ese apellido fue rodando, rodando, perdiendo algunas sílabas y formando otra cosa que parece… “lis” y “peito” en latín… Es un apellido del que, cuando escribí mi primer libro, Sergio Milliet (yo era entonces completamente desconocida, por supuesto) dijo: “Esa escritora de apellido desagradable, ciertamente un seudónimo…”. No lo era, era mi verdadero apellido.

¿Usted llegó a conocer a Sergio Milliet personalmente?

Nunca. Porque yo publiqué mi primer libro y me fui del Brasil para viajar, porque me casé con un diplomático brasileño, de modo que no conocí a quienes escribieron sobre mí. Parece que eso sucede… Lo sé porque a veces me telefonean y me preguntan en qué librería pueden encontrar mi libro. Entonces, es que hay personas que van a buscar precisamente mi libro. Porque en el fondo yo escribo de un modo muy simple, ¿sabe?

¿Será que las cosas simples son recibidas hoy de manera complicada?

Tal vez, tal vez… Pero escribo de una manera simple. Yo no adorno…

En su formación como escritora, ¿cuáles son aquellos escritores que usted siente que le influenciaron realmente?

No lo sé porque mezclé todo. Yo leía libros, novelas para adolescentes, libros, color de rosa… mezclados con Dostoyevski. Escogía los libros por los títulos y no por los autores, de quienes no tenía conocimiento alguno. Mezclé todo. Leer a los trece años El lobo estepario de Hermann Hesse fue un shock. Entonces comencé a escribir un cuento que no terminaba nunca. Acabé rompiéndolo.


¿Eso sucede todavía, que escriba algo y después lo rompa?

Lo dejo de lado o… No, yo rompo, sí.

¿Es producto de la reflexión o es un acto emocional?

Es rabia, un poco de rabia.

¿Con quién?

Conmigo misma.

¿Por qué, Clarice?

Estoy un poco cansada…

-¿De qué?

De mí misma.

¿Pero usted no renace y se renueva con cada trabajo nuevo?

Bueno, ahora yo morí… Pero vamos a ver si renazco de nuevo. Mientras tanto, yo estoy muerta… Estoy hablando desde mi sepulcro.

                          ***

Vida, vida cubierta de un velo de melancolía. Muerte: faro que me guía con rumbo cierto. Me siento magnífica y solitaria entre la vida y la muerte.
Todo el mundo sabe todo.
La humanidad se está volviendo dura. Los hechos se están volviendo contundentes.
La mañana es una flor prematura.
Mañana del nunca jamás.
Lo incomunicable de uno a uno mismo es la gran vorágine de la nada. Si no encuentro un modo de hablarme a mí misma, la palabra me sofoca y atraviesa la garganta como una piedra. Quiero tener acceso a mí misma en el momento en que quiera, como quien abre las puertas y entra. No quiero ser víctima del azar liberador. Quiero tener yo misma la llave del mundo y transitarlo como quien transita de la vida a la muerte y de la muerte a la vida.
En la hora de mi muerte ¿qué haré? Enseñadme cómo se muere. Yo no lo sé. (Clarice Lispector, Un soplo de vida.)

Comenzado en 1974 y concluido en 1977, en vísperas de su muerte, este libro, Un soplo de vida, sería su libro definitivo, "escrito en agonía", pues nació de un impulso doloroso que ella no podía detener. La compleja elaboración de Un soplo de vida no le impidió escribir, estando ya muy enferma, en el mismo período, La hora de la estrella, su última obra publicada.
Creo que ya sé cómo será después de mi muerte. La sala vacía, el perro a punto de morirse de añoranza. Los vitrales de mi casa. Todo vacío y sosegado.


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