sábado, 3 de abril de 2010

Thomas Bernhard: dos discursos

En busca de la verdad
y de la muerte

Thomas Bernhard
(1967)

El más corto de estos dos textos fue pronunciado por Thomas Bernhard como discurso de agradecimiento en ocasión de la entrega del premio nacional austríaco de Literatura en 1967. El texto más largo estaba destinado a agradecer la entrega del premio Wildgans de la Industria austríaca en 1968. La ceremonia fue sin embargo cancelada sin motivo especial, verosímilmente porque el primer discurso había provocado un incidente: fuera de programa, el ministro de Educación respondió con dos frases a las afirmaciones de Thomas Bernhard y una gran parte de la concurrencia aplaudió. Las conversaciones escuchadas durante la recepción que siguió a la entrega testimoniaron la gran irritación que habían producido el discurso y el incidente. Dos interrogantes quedan abiertos: el de la oportunidad de las circunstancias y, el más importante, el de saber qué sociedad puede abstenerse de tal irritación.




                                                          
                                                                           ***
                                                            
Cuando estamos a la búsqueda de la verdad sin saber cuál sea ésta, que no tiene de común con la realidad sino la verdad que no conocemos, estamos a la búsqueda del fracaso, de la muerte… de nuestro propio fracaso, de nuestra propia muerte, por lejos que se remonten nuestro pensamiento o nuestros sentimientos, o nuestra imaginación o por lejos que miremos hacia el porvenir, es la muerte, la ausencia de reposo o el reposo como fenómenos de debilidad, de fracaso… se trata de las ciencias, de las artes, de la naturaleza misma, marcas específicas de la muerte… Cuando hablamos de la vida y ponemos el dedo sobre ella, cuando nos ocupamos de la vida como de una decepción permanente de los conceptos de lo que es la naturaleza —nosotros, los elementos teatrales...— un análisis letal nos resulta imposible.

Lo entendemos, lo vemos, lo sentimos y lo pensamos, es un concepto de infinito en que se cruzan las líneas del menoscabo, de la mortificación, de la desaparición, donde todo se extingue simplemente, donde todo lo que está entre el finalmente y el por fin es fatalidad patológica, a favor y en contra, sin origen, sin objeto y sin finalidad, de nuestra facultad innata de soñar, de nuestra limpidez; es método, método de muerte: aquello de lo que huimos, como sabemos, está en nosotros, lo que tememos está en nosotros, lo que somos está en nosotros... etcétera. Nos prometemos mucho, aprendemos todo y nos contradecimos, después recomenzamos a aprender siempre y todavía y nos oxidamos, nos pudrimos de arriba abajo y de abajo arriba hasta la médula y partimos, pasando constantemente de una naturaleza a otra, hacia la muerte... En nuestro ser, somos incapacesde acción, somos materialistas filosóficos, la mistificación hasta en la muerte…

Lo que poseemos es la experiencia, algo metafísico de lo cual, cuando tenemos tiempo para el miedo, tenemos miedo, ante lo cual, y allí mismo está la desviación, capitulamos: nos morimos, caballeros solitarios como somos de nuestra impotencia, huérfanos de la historia, articulaciones muertas de la naturaleza... Estamos a la búsqueda de una coherencia, circunstancias, condiciones de la muerte, estados del cuerpo, estados de ánimo de la muerte...

Nuestro nacimiento nos arroja en una amnesia, ávidos de universo, regeneradores de nada sino de la muerte. La muerte se explica para mí como historia natural, como lo que ha hecho posible el pensamiento. Si tenemos una meta, me parece, es la muerte, aquello de que hablamos, es la muerte...

Os hablo, pues, hoy, de la muerte, pero no os hablaré directamente de la muerte, sería demasiado ambicioso, inútil, hablaré ahora indirectamente de la muerte, por alusión, de esta experiencia que poseemos, que hacemos constantemente, que haremos siempre hasta el infinito, hablo ahora de la muerte, puesto que me habéis encargado un discurso, algo sobre la vida, es cierto, pero yo hablo, aun cuando hablo de la vida, de la muerte… Todo lo que se dice es siempre sobre la muerte… Pero no hablaré hoy de un lugar particular de la muerte, de nada que se refiera al detalle, eso sería, he dicho, demasiado ambicioso no nos hemos reunido aquí para escuchar un estudio, eso sería una infamia, y mucho más triste; no quiero recubrir esta sala de fiesta con mi negrura, con la negrura general, con las tinieblas generales, por más que hayáis encargado un discurso, y que me lo hayáis encargado a mí, y por más que esta sala me deslumbre, todas las salas de fiesta me deslumbran, comprendeis... y por más que no necesite tener en cuenta consideraciones, no entristeceré esta sala y no os entristeceré... pero de todos modos hablo de la muerte, porque hablo, porque nos gusta oír hablar de la vida, de la muerte, por ejemplo de los hombres y de sus conquistas, porque nos gusta oír hablar de conquistas, de las ciudades y de sus conquistas, de los Estados y de sus conquistas, del macrocosmos del microcosmos... de la capacidad, de la incapacidad, de las enfermedades mortales, de los restos de Europa... ¡de los restos! comprendéis... de la peor impresión imaginable que tenemos todos juntos, y sería necesario decir aquí, ahora, a la vista de todos, lo que habitualmente sólo decimos en la intimidad... pero eso llevaría demasiado lejos, llevaría a la catástrofe… pero yo no hablo tampoco de nuestros lagos, de los valles de alta montaña, de la manera con que los ingenieros desprovistos de gusto pero no de avidez destruyen nuestro hermoso paisaje, de la destrucción general, de nuestra literatura de pequeño-burgueses, de la cobardía de nuestra "intelligentsia", no, si hablo, es de la muerte… señalo la vida y hablo de la muerte…

No hablo de la historia del espíritu, sino de la muerte, no de las aproximaciones fisiológicas, psicológicas, sino de la muerte... no de los órdenes de grandeza, de realidades perturbadoras, de genio y de martirio, de idiotez y de sofística, de jerarquías y de amargura, todo esto me contento con mencionarlo y hablo de la muerte... y no hablo de religiones, de partidos, de parlamentos, de academias, ni de apatía, de simpatía, de afasia... sería necesario ciertamente que hablara aquí de todo, de todo al mismo tiempo, pero es imposible hablar de todo al mismo tiempo, es absurdo, por lo tanto sólo puedo deciros todo aquello de lo cual yo podría hablar hoy aquí, mencionar lo que en verdad callo, porque no puedo hablar de eso, lo que concierne a la filosofía por ejemplo, a la poesía; no hago sino mención de la ignorancia y la vergüenza... no tiene sentido ir al fondo de ninguno de estos temas que imagino, ante vosotros, desarrollar aquí en esta sala de fiesta uno solo de estos temas… nos falta para eso la más grande, la más alta atención, que se debe exigir y que no tenemos, que ya no tenemos, no tenemos más la más grande, la más alta atención… Pero podría, como podéis imaginaros, hablar aquí del Estado, de la imposibilidad del Estado, y sé que estáis contentos de que no hable de eso, tenéis constantemente miedo de que vaya a decir algo de lo que tenéis miedo y estáis contentos de hecho de que no hable aquí realmente de nada, y no hablo aquí efectivamente de nada; puesto que no hago más que hablar de la muerte… y que hago mención de la dictadura, una justicia criminal, el socialismo y el catolicismo, la hipocresía de nuestra Iglesia… no tenéis por qué tener miedo... de que mencione nada a propósito de sarcasmo, de idealismo, de sadismo… de norte y de sur… y aun de nada ridículo: que la ciudad de Viena es las más sucia de todas las capitales, con los miembros paralizados y la cabeza podrida y los nervios destrozados... nada a propósito de mis tíos carniceros, o de los tíos aserradores, tíos agricultores, etcétera, de mi granja en Nathal, gentes de allá, de su belleza, de lisiados, de tipos de cereales y de engorde de cerdos, la caza moviéndose en el bosque, el paso de un circo por una pradera… de Alexander Blok, Henry James, Ludwig Wittgenstein... cómo se hace de un hombre honesto un criminal de un día para otro, cómo nos encontramos en prisión y cómo fuera de ella… de los asilos de locos, de la división y de la multiplicación… del concepto de abandono y de las neuralgias sociopolíticas… del Estado y del Estado Monstruo, o aun de los distribuidores de premios... ¿o bien debo hacer aquí un discurso de agradecimiento, contar alguna cosa sobre el mal de vivir?... o algo sobre los industriales, o quizá sobre el genio desconocido... sobre la irreflexión, la bajeza, algo sobre la moral, no sé… sobre la vejez como horror ejemplar o la juventud como horror ejemplar, sobre el suicidio, el suicidio de los pueblos... podría también contar una historia, pues tengo varias historias en la cabeza, o un cuento como El cuento de la bella Austria, cuando era todavía algo, o Los austríacos cuando eran todavía algo… o El cuento de la navegación de ultramar que no es ya rentable, El cuento de la crianza de cerdos que no es ya rentable, la fórmula mágica CEE… o la literatura que no es ya rentable, el arte que no es ya rentable, la vida que no es ya rentable…o prefiriríais el cuento del porvenir... hablo de la mentira y del ridículo y no cuento el cuento de la profundidad… no hago más que rozar todo esto y arrojo a esta sala algunas palabras, por ejemplo la palabra "aislamiento", "degeneración", "vulgaridad", la palabra "sensibility"... hago hincapié en el envejecimiento, la inutilidad creciente, y puesto que muy rápidamente nos cansamos de la comedia, del espectáculo de la existencia, de todo el arte dramático... un día, en un solo instante, en el instante decisivo, nos arrojamos de cabeza a la muerte... Mi tema, es la muerte, como también es el vuestro... hablo, pues, de la vida y no hago sino mencionar la estupidez actual por ejemplo, por ejemplo la incapacidad catastrófica de este gobiemo, todo ese enorme escándalo gubernamental en el que también metemos mano... todo este absurdo de las democracias por ejemplo, este perpetuo y repugnante calidoscopio de pueblos... pero no hago discurso sobre las masas terrestres y humanas, sobre esas enormes y absurdas masas, ni sobre un mundo nuevo, porque no veo ninguno, no digo nada sobre el átomo, nada tampoco sobre los leprosarios y las revueltas de los negros, nada sobre Inglaterra que pide socorro, sobre Alemania que miente, Norteamérica esquizofrénica, Rusia diletante, China a quien tememos, la minúscula Austria… hablo de la muerte, lo que digo son palabras sobre la muerte, no hablo de la innoble ausencia de necesidades del espíritu... ni del hecho de que las revoluciones no nos han aportado lo que esperábamos, no hablo ni de imperios en putrefacción, ni de monarquías, de repúblicas estúpidas, de dictaduras, ni de amor a la patria, ni de abyecta neutralidad, no presento ninguna carta de ciudadanía… pero no cuento nada tampoco sobre Ferdinand Ebner o T. E. Lawrence... pero me pregunto si no debería de todos modos presentar alguna cosa, optimista, al estilo de los cancionistas... algo grotescamente fatalista, algo sobre la tristeza, la fantasía, la melancolía… cómo se hace dinero o bien cómo se pierden los amigos y el dinero, no, no, todo es malentendido, todo es bien entendido malentendido... en la medida en que la muerte misma no es otra cosa que un malentendido, y que yo esté, que esté aquí, ante vosotros, para hablar, es también un malentendido, exactamente como la muerte, bien entendido… ¿que haga el viaje o que no lo haga?... busco, cuando me despierto, refugio en este tema, el objeto de la frase y el enunciado de la frase, el ascenso y el descenso… habría tanto que decir, pero no es este el lugar para proceder a una intervención quirúrgica en un estado de cosas que es un estado de cosas catastrófico, este no es el lugar de trasplantes filosóficos, de acrobacias aritméticas, nos faltan aquí, en esta hermosa sala de fiesta el instrumental, y sin embargo me darían placer todas estas operaciones, cortar y coser, atar, amputar... pero odio la afectación… y no diré nada de Shakespeare y nada de Buchner, y no os fastidiaré con Flaubert... sabría muy bien, de manera muy penetrante, quizás hasta extremadamente sorprendente manejar los elementos cómicos, graciosos, irónicos en mí, y manejar los mismos instrumentos en vosotros… desplegando todo mi entendimiento, decir algo nuevo sobre Homero, sobre Turgueniev… o bien: se toma simplemente a Dios y se revuelve el todo, se toma simplemente al diablo y se revuelve el todo, se toma la burguesía y se revuelve el todo, se toma el proletariado y se revuelve el todo... Que no nos olvidemos de hablar de la primera mitad de este siglo como de una mitad en la demencia… sería inteligente citar un verso de Baudelaire, una frase de Proust, una frase de Montaigne, una frase del cardenal de Retz si se quiere, o alguna otra obscenidad fillosófica... que no nos olvidemos de los sacerdotes y de los médicos, los físicos y los comunistas, el Ejército Rojo y los guardias suizos, la industria de metales ligeros y sobre todo de nuestros huéspedes... Todo esto, lo creáis o no, queráis verlo o no, tiene algo que ver con la muerte, que hable de vosotros o de mí, que seáis vosotros o yo a quien empuje al absurdo, es la muerte, estamos empujados por la muerte… que tenga algo contra los gobernantes o contra los oprimidos, contra los blancos o contra los negros, contra este gobierno por ejemplo que, como todos los gobiernos, es el peor que se pueda imaginar, contra nuestros parlamentarios, contra nuestro canciller federal, contra nuestros profesores universitarios y contra nuestros artistas, contra Heine y otros, contra Marx y otros, que tenga algo contra todos estos señores, es la muerte, es lo irreparable... es la catástrofe... todo esto, tiene algo de imposible, de inaudito.

Pero creo que he dicho bastante, o hablado, ¿no es así?, señalado, ¿no es así?, pasado en silencio muchos temas, como véis, pasado en silencio casi todos los temas, como podéis convenceros y no me queda sino expresar mi agradecimiento por algunos millares de schellings que me habéis ya enviado a mi domicilio en Alta Austria, por las magníficas vacaciones que con esa suma me podré tomar. Me pagaré un periodo de prodigalidad, algunas semanas al borde del Mediterráneo, o algunas locuras en Bruselas, París o Londres, no sé todavia... en todo caso lejos de aquí, lejos de Viena, lejos de Austria, de la patria, que amo… os agradezco, por más que no sepa de qué os agradezco, es posible que os agradezca efectivamente por una locura... por una loable finalidad quizá, pues la vida es una finalidad absolutamente loable, algo que, como lo sabéis ahora, tiene mucho que ver con la muerte… que todo es la muerte, la vida entera no es más que la muerte, que voy a desearos una buena, quizá memorable velada, y salir de esta sala, partir de esta sala, partir de Austria algún tiempo hacia el placer y hacia el trabajo, y lo digo una vez más: os agradezco por esta distinción, por el malenlendido que constiluye sin ninguna duda esta distinción, pues, como sabéis, todo es malentendido y os recuerdo una vez más especialmente la muerte, que todo tiene que ver con la muerte, no olvidéis la muerte... no la olvidéis, no la olvidéis…

[Discurso pronunciado el 22 de marzo de 1968 en ocasión de la entrega del Premio Nacional Austríaco.]



                                                                               ***

Señor Ministro,
vosotros, los aquí presentes:
No hay nada que exaltar, nada que condenar, nada que acusar, pero hay muchas cosas risibles; todo es risible cuando se piensa en la muerte.
Se atraviesa la vida, se reciben impresiones, no se reciben impresiones, se atraviesa la escena, todo es intercambiable, se recibe una formación más o menos buena en la tienda de accesorios: ¡qué error! Se comprende, un pueblo que no sospecha de nada, un hermoso país-padres muertos o conscientemente sin conciencia, hombres con la simplicidad y la bajeza, la pobreza de sus necesidades.
Todo es prehistoria altamente filosófica e insoportable. Los siglos son pobres de espíritu, lo demoníaco en nosotros es la prisión perpetua del país de los padres donde los componentes de la tontería y de la brutalidad más intransigente se han hecho necesidad cotidiana. El Estado es una estructura condenada permanentemente al fracaso, el pueblo una estructura condenada sin cesar a la infamia y a la flaqueza de espíritu. La vida es desesperación en que se apoyan las filosofias, en las que todo, finalmente, es prometido a la demencia.

Somos austriacos, somos apáticos; somos la vida, la vida como indiferencia a la vida, vulgarmente compartida; somos, en el proceso de la naturaleza, la locura de grandezas, el sentido de la locura de grandeza como porvenir.
No tenemos nada que decir, sino que somos lamentables, que hemos sucumbido por imaginación a una monotonía fllosófica-económica mecánica. Instrumentos de la decadencia, criaturas de la agonía, todo es claro para nosotros, no comprendemos nada. Poblamos un traumatismo, tenemos miedo, tenemos mucho derecho a tener miedo, vemos ya, por más que indistintamente, en último término, los gigantes de la angustia.

Lo que pensamos ha sido ya pensado, lo que sentimos es caótico, lo que somos es oscuro.
No tenemos que tener vergüenza, pero no somos nada tampoco y no merecemos sino el caos.

Agradezco, en nombre personal y en el de aquellos a quienes se distingue hoy conmigo, a este jurado y muy especialmente a todos los aquí presentes.


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                                                            UN HORRIBLE VACÍO

No puedo explicarle ahora mi vida, ni lo que soy. No, eso no se puede hacer. Necesitaría tres mil páginas y posiblemente se me olvidarían aún las cosas importantes, que se me ocurrirían luego. Para eso haría falta otro volumen complementario. Lo esencial se me olvidaría en esas tres mil páginas, y en mi lecho de muerte diría: ¡Santo Cielo!, ahora veo lo más importante de todo, ahora, al mirar desde un lecho de muerte, eso lo explicaría todo de otra manera, no tiene ningún sentido.
Hay que llegar a todo por sí mismo. Uno no tiene ninguna tarea ni nada parecido. Tareas sólo tienen los colegiales y los que obedecen a sus maestros.
Y entonces pierdo de algún modo las ganas, porque no tengo ya nada que hacer, eso es lo idiota. Por eso he tenido que tener siempre una compensación y hacer algo, aunque fuera absurdo. Pero da igual. Como las mujeres, que tienen que sacudir incansablemente alfombras para tranquilizarse y poder freír sus tortillas. Todo ser humano se busca algo parecido. De algún modo siento un —¿cómo se llama, ese famoso vacío?—, un horrible vacío, desde hace un año. ¿Qué puedo hacer ahora? No me interesa ya nada. Pero bueno, siempre ocurre algo, aunque sea una desesperación pura, algo llega siempre. Y entonces lo explotaré otra vez. Porque la vida es una explotación. Y uno se precipita sobre lo que sea, otra persona o uno mismo, no sé. Todo eso no conduce a nada.
Eso me recuerda dónde estuve ayer, en casa de un campesino, que me contó que un tabernero, al que yo también conocía, había muerto de pronto, aunque podía preverse desde hacía un año, pero sin embargo, de pronto, tenía un pie totalmente podrido, y desde luego hubo mucha gente en su entierro, y uno de ellos, ex carnicero y posadero, que había sido anteriormente oficial de carnicero pero tenía ya más de sesenta años, tuvo que llevar una cruz, de dos metros, enormemente pesada... siempre tienen, cuando llevan algo así, una especie de soporte de cuero, donde va metida la cruz. Y sólo hace falta sujetarla, pero no cargarla. Sin embargo, no encontraron el soporte y el hombre tuvo que llevar la cruz durante dos horas, y le pusieron encima además una corona, y entonces él se derrumbó y ahora estaba en cama, también listo. Ahora me acuerdo.

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