lunes, 5 de abril de 2010

Entrevista a Emil Cioran


Por Hans-Jurgen Heinrichs
[Magazine Littéraire, n. 373, febrero de 1999.]

Una leyenda tenaz dice que Cioran vivió al margen del mundo, sin relación con él. Si rechazaba las entrevistas en Francia, concedió sin embargo muchas, únicamente en el extranjero. Hace tres años, Gallimard publicó más de trescientas páginas de entrevistas del “gran ermitaño” con periodistas o escritores americanos, españoles o alemanes. Entonces, no es que Cioran rechazara hablar de su obra, sino que, por razones bastante contradictorias, reservaba esta eventualidad a publicaciones extranjeras. Casi cada mes, descubrimos así nuevas entrevistas.
Realizada en París en 1983, pero en alemán, por Hans-Jurgen Heinrichs, la entrevista de la cual presentamos estos extractos por temas, es sin duda una de aquellas en la que Cioran va más lejos en el análisis de su obra y de sus posiciones de fondo. Uno encontrará no solamente precisiones sobre su vínculo contradictorio con el francés y sus orígenes, sino también declaraciones sin ambigüedad sobre su rechazo a las etiquetas que han podido atribuirle. Contra el nihilismo y el pesimismo, de los cuales denuncia el carácter de “categorías escolares”, Cioran se afirma aquí antes que nada como el pensador por excelencia del antidogmatismo. Al leer esta larga entrevista la imagen que resulta del autor de los Silogismos de la amargura no es la de ese trovador de la nulidad y del suicidio que celebran a lo largo de clichés sus falsos admiradores y los diccionarios, sino la de un hombre que solamente ha procurado estar, tanto en su vida como en su obra, cada vez más cerca de sus sensaciones primarias, evolucionar lo más cerca de sí. Es decir: ante todo un escéptico, casi un pragmático, rechazando todas las ideas a priori, como lo indica cuando evoca, en términos duros pero justos, su rechazo final de una gran parte de la obra de Nietzsche, en provecho de un pensamiento inmediato de la vida, con sus contradicciones y, lógicamente, su placer de vivir: el autorretrato verídico de un hombre cuya única preocupación, idea fija, habrá sido intentar convertirse en un hombre libre. Nada más que eso, sino todo eso.

París. “Cuando llegué a París, de inmediato comprendí que el interés de esta ciudad, era la posibilidad que ella me ofrecía de vivir al lado de gente propiamente ociosa. Yo mismo soy un ejemplo de ocioso: nunca trabajé en mi vida, nunca tuve un oficio, salvo una vez, durante un año en Rumania, cuando enseñé filosofía en Brasov. Fue insoportable. Y esa fue igualmente la razón por la cual vine a París. En su propio país, uno debe hacer algo, pero no necesariamente cuando uno vive en el extranjero. Yo he tenido la dicha de vivir más de cuarenta años de mi vida en la ociosidad y –¿cómo le diría?– sin Estado. Lo que hay de interesante en París es, yo creo, que uno puede, que uno debe vivir como un extranjero radical, de modo que uno no pertenece a una nación, sino solamente a una ciudad. Yo me siento en cierta manera parisino, pero no francés, sobre todo no francés.
Hay dos libros que, para mí, representan, expresan a París. De entrada ese libro de Rilke, Los Cuadernos de Malte Laurids Brigge, y luego el primer libro de Henry Miller, Trópico de Cáncer, que muestra otro París diferente al de Rilke, inclusive contrario, el París de los burdeles, de las prostitutas y de los proxenetas, el París del fango. Y es también ese París que yo conocí: (...) el París de los hombres solos y de las prostitutas.
A decir verdad, ya había vivido la misma cosa en Rumania: la vida del burdel era muy intensa en los Balcanes. Y era también el caso de París, al menos antes de la guerra (...). Cuando llegué aquí, había tenido largas conversaciones con muchas de esas damas. Al principio de la guerra, yo vivía en un hotel no muy lejos del bulevar Saint-Michel y trabé amistad con una prostituta, una vieja dama de cabellos blancos. Llegamos a ser muy buenos amigos; quiero decir: ella era demasiado vieja para mí. Pero era una increíble comediante, con un talento para la tragedia. Yo me la encontraba casi cada noche hacia las dos o tres de la mañana, pues yo regresaba siempre muy tarde a mi hotel. Eso fue al principio de la guerra, en 1940, o, mejor dicho, fue antes de la guerra, ya que durante la guerra uno no podía salir después de la medianoche. Nosotros paseábamos juntos y ella me contaba su vida, toda su vida, y la forma en la que ella hablaba de todo eso, las palabras que utilizaba... ¡yo estaba fascinado! (...) Las experiencias que he tenido en mi vida con este tipo de personas me han enseñado más que los encuentros con intelectuales.”

La lengua francesa. “Mantengo una relación muy compleja con la lengua francesa. Cuando comencé a escribir en francés, me dije que esa no era una lengua para mí. Me sentía como en una camisa de fuerza. Pero ahora, desde hace algunos años, desde que la lengua francesa zozobra, me siento en cierto modo atado a la suerte de esta lengua desfalleciente. Los franceses no son, yo diría, indiferentes a la decadencia de su lengua, pero ellos la aceptan, yo no. Mientras más boicoteado es el francés por el mundo, más me siento cerca de él. La razón es quizá también que todo lo que se pierde, se desmorona y se oculta, ejerce sobre mí un gran poder de atracción. Este aislamiento del francés me fascina. El contacto con el francés fue para mí, al principio, infinitamente duro. (...) En Rumania, todo el mundo hablaba francés y otras lenguas, pero, en cambio, yo venía de Transilvania donde uno no habla más que alemán o húngaro. He tomado muy en serio este cambio de lengua y todo lo que he escrito en francés, lo he reescrito varias veces, por ejemplo, el Breviario de podredumbre, lo retomé cuatro veces. Para mí, era verdaderamente un reto la idea de que debía escribir como un francés, competir con los franceses en el manejo de su propia lengua, idea que puede ser un poco loca (...). De temperamento, debería haber escrito más bien en español, en húngaro o en ruso. Porque el rigor del francés es incompatible con mi temperamento. Pero esto es precisamente lo que también me gusta de él...”.

Las mujeres. “Tengo un punto en común con Sartre. Sartre dijo, poco antes de su muerte, que él se había entendido siempre mucho mejor con las mujeres que con los hombres. Este es también, mi caso: yo prefiero las mujeres a los hombres. ¿Sabe usted por qué? Porque la mujer es más desequilibrada que el hombre. Ella es un ser infinitamente más mórbido y enfermo que el hombre. Ella se resiente de las cosas que un hombre no puede siquiera sentir. He observado que las mujeres estaban en general más cerca de mi manera de escribir que los hombres. Quedé muy impresionado cuando leí que Sartre había dicho que él prefería la conversación de las mujeres a la de los hombres.
Cuando me preguntaron un día, cómo había podido vivir sin ejercer un “oficio”, respondí: “porque era un proxeneta”. Es una ocurrencia, pero hay algo de verdadero detrás de esta afirmación. Para mí “proxeneta” es un concepto muy universal. Quiero decir que, cuando un escritor vive con una mujer que provee la vida de los dos, entonces, este escritor es un proxeneta. La mayoría de los escritores respetables que conozco en París han vivido como parásitos de sus mujeres. En este sentido, aunque nunca me he casado, he sido también, un proxeneta...”.

Rumania, el lazo con los orígenes. “Me he desligado de mis orígenes. A pesar de ello, permanezco profundamente atraído por los Bogomilos, esos Maniqueos de los Balcanes, y por su idea de que el nacimiento es una catástrofe. Así que era casi fatal que regresara de manera inconsciente a mis orígenes. La idea de que no es Dios, sino Satán, un pequeño Satán, Satanael, quien ha creado el mundo, es una idea que siempre me atrajo. Es la razón por la que escribí un libro, El aciago demiurgo, que ha sido un poco inspirado en la teoría bogomila. Encuentro notable el hecho de que haya regresado, en París, después de tantos años, a mi patria fundamental, a ese mundo espiritual del Danubio, a los Cárpatos. La idea de una mística de lo prenatal pertenece a ese mundo: el Oriente. Aunque yo quise liberarme de mis orígenes, mis esfuerzos no tuvieron éxito realmente. Todas esas ideas, el maniqueísmo y también la gnosis, o al menos una gnosis un poco degenerada, me vienen en parte de los Balcanes. Uno nunca se libera de su origen, de su comienzo. Yo he escrito mucho contra mi país natal. Por ejemplo: afirmé que ser rumano era irrisorio, pero debo reconocer al mismo tiempo que soy muy fatalista en la vida. El fatalismo es la religión natural en Rumania, todo el mundo es fatalista en la vida cotidiana y al respecto de todo. Así pues: uno no se libera jamás de uno mismo...”.

Las contradicciones. “Siempre he vivido en las contradicciones y nunca he sufrido. Si hubiera sido un ser sistemático, hubiera debido mentir para encontrar una solución. Ahora bien, no solamente acepté ese carácter insoluble de las cosas, sino que yo mismo encontré, debo decir, cierta voluptuosidad, la voluptuosidad de lo insoluble. Nunca he buscado nivelar, reunir o, como dicen los franceses, conciliar lo irreconciliable. Tomé siempre las contradicciones como ellas venían, tanto en mi vida privada como en la teórica. Nunca tuve metas, nunca pretendí encontrar ningún resultado. Creo que no puede haber, tanto en general como para sí, ni resultado ni meta. No es que todo sea sinsentido –la palabra me molesta un poco-, sino que todo es innecesario.
Normalmente, si hubiera sido enteramente consecuente conmigo mismo, no habría podido hacer nada en absoluto. Haciendo a pesar de todo algo, me contradije, he vivido en la contradicción. Pero, toda vida, creo yo, está en el fondo condenada a la contradicción.
Deseo contar algo un poco idiota: cuando usted se encuentra en un cementerio –es un hecho banal-, y usted ve que un amigo, con quien ha reído hace dos o tres días, ha desaparecido sin rastro, ¿cómo puede uno aún después de aquello edificar un sistema? Para mí, ¡es inconcebible! Uno de mis conocidos, a quien quise mucho, un judío polaco, hombre muy simpático e interesante, con quien me reía mucho de todo –era además más nihilista que yo– el hecho de estar ante su tumba, para mí era, ¿cómo decirlo...? Esto es banal, todo el mundo ha experimentado esta sensación... Pero cuando se traduce aquella experiencia en filosofía , ¿cuál es la conclusión? La conclusión es esta: el mismo nihilismo es un dogma. Todo es ridículo, sin sustancia, pura ficción. He ahí por lo que no soy un nihilista, porque la nada es aún un programa. En la base, todo es sin importancia. Nada existe más que en la superficie, todo es posible, todo es drama.

El amor. Claro que existe el amor. A menudo me preguntan: ¿Cuándo todo ha sido adivinado, perforado con la mirada, cómo puede uno aún enamorarse de quien sea? No obstante, eso llega (...). Es lo mismo que hay de verdadero y de interesante en la vida. Deseo terminar esta reflexión con un toque optimista: la vida es realmente interesante y atractiva, porque, por debajo de todo, no tiene sentido. Y, a este respecto, yo doy siempre este ejemplo: uno puede dudar absolutamente de todo, afirmarse como un nihilista, y sin embargo caer enamorado como el más grande de los idiotas. Esta imposibilidad teórica de la pasión, que la vida real no cesa de burlar, hace que la vida tenga cierto encanto, indiscutible, irresistible. Uno sufre, uno se ríe de sus sufrimientos, uno hace lo que quiere, pero esta contradicción fundamental es quizá finalmente lo que hace que la vida valga aún la pena de ser vivida...”.

El cinismo. “Nunca he escrito como autor; créame, yo no busco la gloria, no me tomo por un autor y no soporto ese aspecto de los otros. Jamás he tenido ninguna prudencia y simplemente he dicho lo que me pasaba por la mente. De cierta manera, he buscado desenmascarar la existencia, y es por ello que me consideran como un cínico. Pero si soy un cínico en mi expresión, no lo soy en general para todo en la vida. A pesar de ello, reconozco el valor del cinismo, como un punto de vista taxonómico. Siempre he dicho que uno debe escribir lo que en el momento uno vive como una verdad, inclusive lo que uno no debería decir, por muy doloroso, frívolo o insolente que pueda ser. Cuando escribo algo o cuando reflexiono, no impongo ningún límite a la expresión de sentimiento de la verdad. Yo nunca, nunca pensé en las consecuencias. Y ninguna persona se ha suicidado jamás a causa mía. Al contrario, conozco mucha gente que dice: gracias a usted, no cometí suicidio. Y quienes sufren de depresión, cuando me leen, comprenden que pueden hundirse aún más en ella. Para hablar como Kierkegaard, la depresión es una etapa sobre el camino de la vida. No tengo pues la impresión de que haya hecho una carrera “negativa”. Además, todo es en definitiva igual, ¿no es cierto?...”.

El pesimismo. “Han dicho de mí que soy un pesimista, ¡eso no es cierto! Esas categorías escolares son grotescas. Yo sé exactamente lo que es el pesimismo. Pero, como usted acaba de decir, hay una diferencia fundamental entre el pesimismo como sistema y la experiencia cotidiana del pesimismo, que nace simplemente de la experiencia cotidiana de ser un ser vivo. Uno no puede ser pesimista en la vida, en cuanto uno vive: eso no tiene ningún sentido. Uno es como los otros y hablo aquí de las cosas vividas. Yo intento hacer la apología del escepticismo y también la del pesimismo, pero eso no es importante. Lo que es importante es lo que uno vive, lo que uno experimenta, y de qué manera uno lo siente.”

Nietzsche. “Nietzsche ejerció una influencia muy grande sobre mí en la juventud. Pero, hoy, me siento muy lejos de él. ¿Por qué? Porque él construyó su teoría. Nietzsche tiene un ideal, una idea de los hombres, de su valor, en función de lo cual escribió, dio forma, elaboró toda su obra. Así, la impresión que me ha venido progresivamente es que todo aquello era un poco falso. Como profeta o analista –es lo mismo, porque cuando se quiere analista, sigue siendo un profeta– Nietzsche quiere “aportar” algo de absoluto, crear algo, jugar un papel en la cultura, etc. Es lo que hace que yo no pueda hoy leer sus cartas, pues, en sus cartas aparece como lo contrario de lo que es en sus escritos. En sus cartas, uno ve a Nietzsche tal como era verdaderamente: un pobre tipo. Y todos esos héroes, esos héroes del pensamiento, que jugaban un papel en sus libros, esta gran ilusión me parece entonces falsa. Aunque él sea, sin ninguna duda, genial, Nietzsche no es, de cierta manera, verídico. Para mí el verdadero Nietzsche se encuentra en sus cartas, es en ellas donde es verdaderamente él mismo. Por ello me he apartado de una gran parte de su obra. Nietzsche está dotado él mismo de una Weltanschauung, de una concepción del mundo. Él no se liberó de sus ideas y proyectos, permaneció dependiente, esclavo de sus ideas. Para mí, él no llegó a ser un hombre libre, por lo menos en sus libros. (...) Puede que yo exagere un poco; pero tengo la impresión de que hay verdad en lo que expreso. Nietzsche fue el héroe de mi juventud; pero no lo es ahora: aunque genialmente mordaz y cínico, lo encuentro en lo sucesivo demasiado juvenil para mí, demasiado cándido...”.

Los alemanes. “Nietzsche no expresó su experiencia de la vida, nunca tuvo más que una idea en mente: superar, superar, superar, que en el fondo es muy alemán. Quizá este sea precisamente el error fundamental de los alemanes y también del pensamiento alemán: hay que superar, hay que construir, hay que edificar. De allí que la historia alemana es un naufragio sin igual, una catástrofe, pues los alemanes han querido construir su historia. A los alemanes les hace falta sabiduría; tienen algo de genio, pero ninguna sabiduría. No viven ni la historia ni la vida misma: quieren siempre aún construir, erigir. Y, en la filosofía, eso no se puede hacer más que por el intermedio de un sistema. Que todo debe ser homogéneo es, yo diría, un pecado idiota, una tara. Los alemanes son demasiado sistemáticos, han experimentado y construido una historia sistemática y han pagado las consecuencias de eso. Los alemanes siempre han estado fuera de la vida. (...) Hay algo de irreal en todo el destino alemán. Son también, por consecuencia, un pueblo trágico, porque los alemanes han llegado a ser muy serios y nunca han logrado reírse de sí mismos: no hay ironía alemana. Los alemanes han escrito sobre la ironía, pero nunca la han experimentado o practicado en ellos mismos, no hacen más que hablar y pensar de manera abstracta en ella. Esto es el origen del naufragio alemán. Porque, al fin de cuentas, cuando uno piensa que la nación alemana era la más genial de Europa, o en todo caso la más dotada, es un gran fracaso que una nación de este orden pudiera caer tan bajo, un fracaso casi sin igual; y eso, no solamente durante la Segunda Guerra Mundial, sino también durante la Primera. La historia, el espíritu alemán ha ido en cierta manera más allá, porque ambos han sido pensados de manera demasiado sistemática, sin sabiduría...”.

La ventaja de la inseguridad. “Distribuyendo toda su fortuna, Wittgenstein se salvó espiritualmente. Usted sabe, yo me encontraba mucho mejor desde un punto de vista espiritual, vivía de manera más intensa, cuando tenía solamente una pequeña maleta y no vestía todo el año más que dos trajes, incluso uno solo. Ahora no soy rico, pago pequeños impuestos, gasto muy poco, pero vivo bastante bien, puedo comer lo que quiera, puedo viajar, etc.; en resumen, mi vida ha llegado a ser de cierta forma más segura. Ello ha proyectado grandes sombras sobre mí, sombras espirituales. Antes vivía un París del día a día. Pero yo era más fresco espiritualmente, más joven también, sin duda alguna: era otro hombre. No sabía nunca de qué estaba hecho el mañana. Yo viví veinticinco años en hoteles y fui siempre como un animal, como una bestia salvaje (...). La seguridad representa un peligro increíble sobre el plano espiritual, así como una salud perfecta es una catástrofe para el espíritu. (...) También, un intelectual, o diremos un escritor, debe conservar el sentimiento de no tener suelo sobre el cual apoyarse. Si, al contrario, comienza a instalarse, ¿cómo le diría?, a establecerse, está perdido. Entonces, uno hace una obra, o uno se convierte –yo no lo soy– en gran escritor: en “alguien”. Pero todo aquello es deplorable. (...) La inseguridad es una necesidad absoluta: un escritor, cuya vida se convierte en algo seguro, es un escritor perdido.”

España. “He experimentado, debo decir, un profundo amor por España, el único país literalmente poseído por la obsesión de la decadencia, desde muy temprano, después de la Conquista, después de la gran época, al final de las conquistas. Después de aquello, vinieron dos, tres siglos dominados por la idea de la decadencia, cuando deviene el concepto central de la historiografía española. Esta es la razón por la cual tengo una gran afición por España, la razón por la que España ejerce sobre mí tal fuerza de atracción. Antes de la guerra, yo quería irme con el fin de asistir a los cursos de Ortega y Gasset, y, quizá establecerme. Había hecho una demanda para obtener una beca española y esperaba una respuesta. Luego la guerra civil estalló y mi vida tomó otro curso. Quizá, sin la guerra, me habría convertido en un español y habría vivido el resto de mi vida en España. Lo que me llama mucho la atención es que un pueblo tan extraordinario como los españoles sientan a este punto la conciencia de su decadencia. (...) Los pueblos que no han dejado escapar su destino siempre me han atraído prodigiosamente. Es el caso, también de los alemanes. Los alemanes no han tenido la historia que habrían podido merecer. Con un Bach, un Hegel, un Kant o incluso un Hölderlin, Alemania debió de haber tenido otra historia. Pero ella ha errado su historia. Alemania no ha conseguido convertirse en lo que debía ser. Esta dimensión patética de la historia me gusta. Inglaterra jamás me interesó como destino: no tiene ningún destino, tal como, en el fondo, Francia. Pero Alemania ha sido su destino: como un genio que nunca se realizó...”.

Heidegger. “Heidegger creyó demasiado en las palabras. (...) Las dificultades, él no las resolvió sino simplemente las superó con la ayuda de la creación de palabras. Yo considero eso como altamente deshonesto. Yo no discuto que Heidegger haya sido un genio, pero lo considero también como un estafador. En lugar de resolver las preguntas, él se contentó escribiendo, creando palabras, desplazando los problemas, respondiendo, ¿cómo le diría?, con una producción de vocabulario. (...) Para mí, Heidegger fue realmente demasiado ingenuo, aunque al mismo tiempo astuto como un campesino. (...) Fue un hombre, me atrevería a decir, inconscientemente villano...”.

Los aforismos y la novela. “Todo lo que he escrito es un resultado; los aforismos no los escribo primero como aforismos: escribo una página... luego tiro todo y comienzo de nuevo. Para escribir una novela, hay que elegir los detalles. Yo, en cambio, no me intereso por los detalles, voy de inmediato a la conclusión. Si escribiera una pieza de teatro, la comenzaría por el quinto acto, porque desde el comienzo de cualquier cosa, entreveo ya el final. Con tal concepción de las cosas, uno no puede ni escribir un libro, ni practicar las bellas letras, ni, en general, ningún género literario. Es por lo cual no soy un escritor, yo soy un... no sé... un hombre de fragmento...”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Franta."Singuratate"(monodrama)de Emil Cioran.Premiera la Paris.

Juan nauj dijo...

un hombre de fragmento, que empieza por el final y que se la juega por el escepticismo...