Maite Grau
Conversación entre la esposa de Cioran, Simone Boué, y la pintora catalana Maite Grau.
[El Malpensante, n.º 99, julio de 2009.]
¿Cómo conoció a Cioran?
Le conocí en 1941. Fui a estudiar a París gracias a una beca. Yo venía de provincias y me instalé en una residencia de estudiantes en el bulevar Saint Michell. La residencia tenía un comedor universitario donde podía ir a comer cualquier estudiante y siempre había unas colas larguísimas. Un día apareció Cioran intentando colarse y así lo conocí.
Una de las principales obsesiones de Cioran era el idioma. Cuando le conoció llevaba poco tiempo en París y todavía escribía en rumano. ¿Cómo vivió Cioran aquel cambio tan fundamental?
Cioran estaba en París desde 1937, había escrito y publicado cinco libros en rumano pero se daba cuenta de su escasa difusión. En 1947 hizo una prueba; intentó traducir unos versos de Mallarmé al rumano y ese experimento fue para él una revelación, se dio cuenta de la falta de sentido de seguir escribiendo en rumano; a partir de entonces decidió romper con su lengua materna y empezó a escribir Breviario de podredumbre, su primer libro en francés.
Cioran cuenta que lo reescribió hasta cuatro veces.
El cambio de idioma fue muy difícil para él, decía que era como ponerse una camisa de fuerza. Cuando escribía en rumano era más libre, su estilo era más visceral. El rumano es extremadamente lírico, muy intenso y lleno de repeticiones. Esto en el francés no funciona. Así que escribió una y otra vez su libro hasta que consiguió que no sonara “meteco”.
¿Cómo es la influencia francesa en Cioran?
Muchos de los rumanos, también los intelectuales, que vivían en Bucarest, hablaban francés, pero Cioran procedía de Transilvania, que era una zona completamente distinta, regida por el Imperio Austrohúngaro. El pueblo donde nació Cioran, Sibiu, forma parte de Hungría y tiene parte de la cultura rumana.
Pero también están las culturas alemana y húngara, ya que el nombre de las calles está escrito en los tres idiomas. Así que tanto el rumano como el húngaro eran lenguas maternas para él.
¿Alguna vez se planteó volver a Rumania?
No, no podía. Su hermano fue enviado a prisión durante siete años y su hermana estuvo cuatro años en la construcción de un canal, una especie de condena a trabajos forzados donde moría mucha gente. Ella también era una gran fumadora, consumía cerca de diez paquetes al día. Murió en 1966. Su madre murió un mes antes. Cioran siempre decía que su familia estaba atacada por la locura. Recuerdo que fue invitado por el embajador francés a visitar Rumania para presentar unos libros suyos, pero esta invitación le ofendió muchísimo. Decía: “Cómo se atreve a invitarme a mi país”. Naturalmente no aceptó. Después de la revolución en Rumania le pregunté por qué no iba, y su respuesta fue que no quería ir porque aún quedaban muchos amigos suyos vivos y no quería volver a verlos. Al único lugar donde realmente le hubiera gustado volver era a su pueblo, a Sibiu.
¿Frecuentaba los círculos intelectuales?
No estaba muy interesado en los escritores, le interesaba la gente común, pero no los escritores. Por supuesto había excepciones, era muy amigo de Henri Michaux, incluso escribió sobre él. También le gustaba mucho Beckett, como autor y como persona.
En sus textos, algunas veces, Cioran ensalza a los mendigos. ¿Tenía algún amigo mendigo?
Si, tenía un gran amigo, un vagabundo, que venía de vez en cuando a visitarle hasta que un día desapareció y ya no supimos nada más. Siempre decía que ese hombre era el único que había conocido con una cabeza realmente filosófica.
¿Leía mucho?
Sí, era un escape para él. Cuando estuvo en el hospital, pocos meses antes de morir, el director de la fundación Doucet –una fundación que se dedica a la conservación de manuscritos– me propuso hacerse cargo de sus manuscritos. Yo tenía miedo de que después de su muerte todo el mundo intentara apropiárselos y pensé que en esta fundación estarían bien. Al recoger todo el material para entregarlo a la fundación, encontré tres cuadernos en una maleta. En estos cuadernos estaba escrito en la tapa “para ser destruidos”.
Decidí conservarlos un tiempo antes de entregarlos a la fundación. Cuando los leí, fue extraordinario, como si en esos textos me revelara un secreto. Me di cuenta de sus inseguridades y de su sensación constante de fracaso personal. Decía cosas como: “no estoy haciendo nada, no puedo escribir...”. También describía allí su perpetua compulsión hacia la lectura, que era para él una forma de terapia, la única forma de no perder el tiempo. Cuando escribía se sentía siempre desesperado, escribía para liberarse de su angustia. Yo trato de consolarme pensando que no pudo ser tan infeliz como cuando dice: “solo escribo cuando tengo ganas de suicidarme”. En sus cuadernos de notas aparecen frases del tipo: “ha sido una noche terrible, no he podido dormir ni un minuto”. Utilizaba estos cuadernos como copia de trabajo, por ejemplo, para escribir sus aforismos. En esos cuadernos podemos leer tres o cuatro versiones de algunos aforismos, y en cada una de ellas se observa un avance hacia la brevedad, la concisión.
¿Cómo era la biblioteca de Cioran?
Por supuesto, tenía sus libros, algunos llenos de anotaciones. Pero, sobre todo, los sacaba de bibliotecas. Al principio iba a la Sorbona, pero al poco tiempo encontró un lugar que le gusto más, el Instituto Católico. Está más cerca de casa y le caía muy bien el bibliotecario. Cioran consultó muchísimos libros. Solía dar cigarrillos a los empleados para que le atendiesen bien y le buscasen los volúmenes extrañísimos que a veces necesitaba con urgencia. Era muy querido por algunos bibliotecarios.
Cioran siempre estuvo muy preocupado por la religión, ¿tenía relación con personas creyentes?
Era muy amigo del filósofo católico Gabriel Marcel, que era una persona extraordinaria, en cierta forma algo naif. Adoraba a Cioran, aunque le horrorizaba absolutamente lo que Cioran escribía. Durante un tiempo, Marcel fue crítico teatral y tenía que ver muchos estrenos para poder enviar la crítica el día siguiente. Con frecuencia invitaba a Cioran, y a los pocos minutos de haberse iniciado la obra, Marcel, que ya se estaba haciendo mayor, se dormía e incluso roncaba. Confiaba mucho en Cioran y siempre le pedía consejo. Con sus consejos escribió muchas de sus críticas. Sus opiniones siempre conseguían reconfortarle y le estimulaban a escribir. Recuerdo que un día que Cioran había salido, llamó Marcel desesperado, se estaba produciendo la crisis de los misiles en Cuba y Marcel estaba preocupadísimo. ¡Qué pasará! ¡Una nueva guerra...! Yo no sabía qué decirle y al final le sugerí que se fuera a dormir.
Marcel se quedó encantado y me dijo: cuánto se lo agradezco, señora, ahora mismo voy a llamar a Raymond Aron, que también está muy angustiado. Sorprendentemente, mi consejo funcionó y los dos se fueron a dormir. En general, Marcel se portó muy bien con nosotros. Recuerdo que le habían encargado a Cioran un prólogo para una edición en Estados Unidos de la obra de Valéry. Le pagaban una buena suma de dinero. Cioran siempre tenía dificultades económicas, siempre estaba pendiente de becas, así que aceptó. Vino a París un representante de la fundación que pagaba para hablar con Cioran del asunto. Era un hombre encantador, de Georgia, con unos modales muy caballerosos y un inglés que no sonaba ofensivamente americano. En todas las ocasiones en que nos veíamos le preguntaba a Cioran si estaba trabajando en el prólogo y éste le contestaba que todavía no lo había empezado. Cuando, finalmente, consiguió terminar el prólogo le salió un texto totalmente en contra de Valéry a pesar de lo mucho que lo admiraba. Se lo envió al americano, que ya estaba de regreso en Estados Unidos.
Una mañana, lo recordaré siempre, Cioran apareció pálido, temblando de ira, con una carta en las manos. Su texto había sido rechazado. Cioran no creía que aquel sujeto tuviera la suficiente categoría intelectual como para rechazar un texto suyo. Estaba indignado y empezó a escribir cartas de respuesta, todos los días, a todas horas. Me enseñaba las cartas y yo le decía: está muy bien, envíala mañana por la mañana, pero la mañana llegaba y no la enviaba. Cioran no sabía qué hacer y, además, necesitaba el dinero. Entonces, pensó en mostrarle el prólogo a Gabriel Marcel, para que le diese su opinión acerca de su calidad. Marcel se estaba quedando ciego, casi no podía leer, y como Cioran ardía de ira y estaba muy nervioso, tuve que leérselo yo. Marcel escuchó en silencio y, al acabar, dijo que el texto era admirable y que iba a escribir una carta a otro editor. Finalmente, Cioran obtuvo el dinero y el texto se publicó en Francia. Luego entendí que siempre que le encargaban algo sobre un autor, no podía evitar escribir en su contra, aunque le gustase mucho el autor. Solo con Beckett se moderaba. Pero incluso con éste, cuando se publicó una antología de escritos sobre Beckett, un editor no quiso incluir un texto de Cioran, quizás porque Cioran, cuando hablaba de alguien, hablaba básicamente de sí mismo y de su perspectiva del mundo.¿Cuáles eran sus lecturas más habituales, sus libros de cabecera?
Hacia el final leía biografías o memorias, decía que la lectura de las memorias le dispensaba de no tener una biografía interesante. También leía muchas novelas.
Los místicos le interesaban mucho.
Sí, escribió un libro en Rumania sobre ellos, De lágrimas y de santos, un libro que conmocionó a sus padres. Cuando lo leyeron no podían admitirlo, su madre le escribió diciéndole que no debía haber publicado semejante libro mientras ellos viviesen. Eliade escribió un artículo en contra; pero también hubo opiniones favorables y que le complacieron. Por ejemplo, una que decía que era el libro más religioso que se había publicado en los Balcanes...
Es interesante ver cómo, desde su primer libro a los veinte años, mantiene prácticamente los mismos temas y las mismas obsesiones.
Sí, en efecto, los temas son siempre los mismos. El primer libro que se tradujo al francés fue De lágrimas y de santos. Fue traducido por una mujer y a Cioran no le gustó nada la traducción. Era una rumana hija de diplomático que había sido educada en las mejores escuelas privadas francesas. Su francés era perfecto, pero en su traducción faltaba el alma de Cioran, la acidez, el sarcasmo... Una tarde la mujer llegó y empezó a leer lo que había traducido. Cioran la interrumpía todo el tiempo, horrorizado, con las manos en la cabeza, y yo me sentía fatal. Cioran era muy cortés, pero en las cosas que le concernían directamente podía resultar agresivo; iba diciendo “Oh no, no, córtelo, córtelo, no tiene sentido”. A veces decía: “¿Yo dije esto?, pues es un disparate, no lo ponga”. La cosa derivó en una auténtica reescritura del texto en la que tanto la mujer como Cioran sufrían enormemente. Ella estaba muy disgustada, no entendía por qué quería eliminar párrafos enteros que a ella le gustaban mucho. Incluso, más adelante, escribió un artículo sobre Cioran donde se refería a él como “el podador”. Cuando llegaba por las mañanas para trabajar en la traducción le preguntaba a Cioran: “¿Qué me vas a cortar hoy?”. Al final, la traducción quedó reducida a un tercio del original.
Así pude darme cuenta de que los textos de Cioran en rumano eran mucho más barrocos. Creo que el inglés y supongo que el alemán son lenguas más propicias al rumano de Cioran.
Cuando escribía, ¿tenía Cioran una idea previa y estructurada del libro o escribía a golpe de arrebatos?
Creo que Cioran era sobre todo un articulista o un escritor de textos breves. Los aforismos son un ejemplo de esas tendencias que finalmente fueron fundamentales. Después de publicar Breviario de podredumbre, la Nouvelle Revue Française, que dependía de Gallimard, le ofreció escribir una serie de artículos. Cioran no podía negarse después de que le hubieran publicado su primer libro en Francia. Andaba desesperado con esos artículos porque le costaba mucho terminarlos en la fecha que le pedían. Fue a través de encargos de ese tipo como escribió la mayoría de sus libros en francés. Eran ensayos breves, de veinte o treinta páginas. El director de la revista le animó mucho para que escribiera esos textos, e, incluso, más adelante, le consiguió un sueldo mensual que le permitió vivir económicamente tranquilo. Eso era fundamental para Cioran, un hombre sin ingresos fijos. Cuando dejó de fumar y de tomar café a todas horas cambió radicalmente su forma de escribir. Entonces comenzó a escribir exclusivamente aforismos. Decía que ya no podría escribir nunca más artículos ni ensayos.
Para terminar, ¿le molestaban las críticas que usted le hacía?
A Cioran le gustaba mucho hacer trabajos manuales, solía decir que cuando andaba existía solo gracias al movimiento y cuando trabajaba con sus manos, existía con mayor intensidad. Reparaba todos los desperfectos de la casa, si había que llamar a un técnico estaba todo el rato observando su trabajo, intentando aprender. Debo decir que todas las reparaciones que hizo eran muy sólidas, para toda la vida, pero, generalmente, aparatosas y feas, con montones de esparadrapos o cuerdas. Cuando le hacía alguna crítica a sus reparaciones, se enfadaba muchísimo. Así como aceptaba las críticas a sus textos, no las aceptaba en sus trabajos manuales...
***
¿De qué se habla, discute y es motivo de reflexión cultural de fondo, en París? De Cioran y su libro sobre las enfermedades de la lengua y el alma que precipitan la decadencia de los pueblos… De la France (L’Herne) es una pequeña obra maestra, escrita en 1941, en rumano, traducida por vez primera al francés. Con el vigor del gran estilo (Nietzsche), Cioran describe un proceso de decadencia histórica indisociable de la pobreza de la lengua, la miseria del estilo, la ruina de la gramática, el hundimiento de la vida del espíritu, víctima de los sofistas del vientre…
“Del individualismo y el culto de la libertad, por los que fue capaz de dar su sangre, Francia solo ha retenido, en su forma crepuscular, el dinero y el placer [ .. ] Cuando no se cree en nada, los sentidos se convierten en religión. Y el estómago en finalidad. El fenómeno de la decadencia es inseparable de la gastronomía…”.
Insondables temas recurrentes: decadencia del espíritu, a través de la decadencia de la palabra, el Verbo, la retórica del Gran estilo, que, en Caína / Carpetovetonia desembocan en la retórica de la palabra ketchup, los sofistas que medran a través de los medios de incomunicación de masas, las sopas de sobre, la “gastronomía de diseño” y la decadencia crapulosa: Adrià, huevos en gelatina y decadencia.
Temas y variaciones de una enfermedad del espíritu, la francesa, que encontró en grandes prosistas, como el mismo Cioran, una cura y una purificación del espíritu, a través de la palabra, justamente: “Nada más triste que el espectáculo de una gran nación convertida en rebaño humano, corriendo tras el bienestar”.
***
L’Herne también publica un Cahier sencillamente indispensable para quienes se interesen por la obra de Cioran, aportando materiales básicos sobre sus descarríos juveniles por las aguas turbias de las extremas derechas de entre guerras, como Heidegger, como Maurice Blanchot, otros grandes maestros indispensables.
En ese terreno, el mejor análisis que conozco es el de Alain Finkielkraut:
[ .. ] Vous évoquez un péché de jeunesse. Quelle faute contre l’esprit l’a fait céder à la tentation fasciste? Le culte de l’irrationnel, le vitalisme nihiliste, l’antihumanisme, l’historicisme? Ou peut-être le désespoir?
Pour reprendre le diagnostic de Cioran lui-même, je dirais que son péché de jeunesse, c’est la jeunesse comme péché. Dans un texte du début des années 1950, Cioran écrit : « À l’époque où j’étais jeune, toute l’Europe croyait à la jeunesse. Ce sont les jeunes qui promeuvent les doctrines d’intolérance et les mettent en pratique, ce sont eux qui ont besoin de sang, de cris, de tumulte et de barbarie. » Il me semble que Cioran met le doigt sur ce qu’a été le grand malheur du XXe siècle. Un malheur prophétisé par Dostoïevski dans cette conversation des Possédés où Piotr Verkhovensky demande aux conjurés ce qu’ils préfèrent : patauger dans le marécage à une allure de tortue ou le traverser à toute vapeur. Un « collégien enthousiasmé » lui répond : « Moi, je suis pour le traverser à toute vapeur ! » Cioran a été ce collégien enthousiasmé. Il a également cédé à l’historicisme. Il reviendra sur cette illusion dans ses Cahiers : « N’exigez pas de moi de croire que l’Histoire ait un sens et l’humanité un avenir. L’homme passera de difficulté en difficulté et il en sera ainsi jusqu’à ce qu’il en crève. » Par là, on voit que toute son œuvre est une méditation critique sur ce délire inaugural.
Comment expliquez-vous son acquiescement au préjugé antisémite?
À l’origine de son antisémitisme, je vois d’abord la mégalomanie du citoyen d’une petite nation, qui se dit : « Nous ne sommes rien et nous allons être tout. Nous allons faire parler de nous à n’importe quel prix. » Sans doute la mégalomanie d’une petite nation reléguée dans la banlieue de l’Histoire nourrit-elle une jalousie à l’égard des Juifs, petit peuple placé en pleine lumière. On sent cette jalousie à l’œuvre. Pour autant, bien que Cioran soit alors sympathisant de cette organisation monstrueuse qu’est la Garde de fer, il a une divergence fondamentale avec les légionnaires : il n’impute pas le marasme roumain aux Juifs. Il ne cède pas à la facilité de la paranoïa. C’est un élément très important pour le comprendre. Certains l’accusent pourtant de n’avoir pas changé après guerre. Il serait resté obsédé par les Juifs et se serait contenté d’inverser les signes en passant du négatif au positif. Cette inversion elle-même témoignerait de la survivance de son hostilité fondamentale. Je pense que ce n’est pas vrai. Je pense qu’il y avait dans cette fascination pour les Juifs quelque chose qui pouvait préparer Cioran à rendre hommage aux Juifs. C’est la persistance du nom juif qui nourrira sa fascination. Il dira : « Les Juifs ne sont pas un peuple mais un destin. »
Contrairement aux accusateurs de Cioran, vous croyez à sa conversion sincère et profonde. Comment expliquez-vous ce mouvement?
Cioran s’est arraché de la tentation totalitaire en devenant un écrivain de langue française et en s’inscrivant en plein XXe siècle dans la lignée des moralistes classiques. Les moralistes ne sont pas des gens qui font la morale, ce sont des gens qui divulguent une vérité douloureuse. Il rejoint leur camp dès 1941, à travers le texte charnière intitulé Sur la France, qu’on découvre également. C’est un livre écrit en roumain, mais le style est déjà français, on le voit merveilleusement dans la traduction d’Alain Paruit. Au fond, la réponse des moralistes, c’est la réponse de ceux qui ne sont pas dupes de Rousseau. D’un côté, il y a l’idée d’établir un régime sans mal en trouvant une solution politique au problème humain. Et de l’autre, une lucidité inquiète qui nous vaccine contre cette tentation. Le désespoir de Cioran ne le conduit d’ailleurs pas nécessairement à une vision noire de la nature humaine. J’ai relevé un passage extraordinaire dans ses Cahiers : « Haine et événement sont synonymes. Là où il y a haine, quelque chose se passe. La bonté au contraire est statique. Elle conserve, elle arrête, elle manque de vertu historique, elle freine tout dynamisme. La bonté n’est pas complice du temps alors que la haine en est l’essence. » On n’imagine pas Cioran faire cet éloge de la bonté. Et pourtant. Lorsque s’évanouit l’idée d’établir un régime sans mal, reste ce que Vassili Grossman appelle la petite bonté, la bonté sans régime. [...] [Le Figaro Livres, 2 de abril de 2009. Entrevista de Sébastien Lapaque con Alain Finkielkraut : “Pour Cioran, ce livre était une honte”].
[Juan Pedro Quiñonero, unatemporadaenelinfierno.net]
Rue del'Odeon, 21. Edificio en el que Cioran vivió durante algunos años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario