Zoo o cartas de no amor
Víktor Shklovski
Ático de los libros. Barcelona, 2010
Durante su exilio forzoso en Berlín, entre 1920 y 1923, Víctor Shklovski se enamoró locamente de Elsa Triolet. Así, el caprichoso personaje de Alia de Zoo o cartas de no amor está directamente inspirado en ella. En Berlín, Shklovski solía mandarle a Elsa varias cartas al día, una situación que ella sólo aceptó con una condición: le hizo prometer que no le escribiría cartas de amor.
Por lo tanto, Zoo o cartas de no amor es una novela epistolar nacida de una prohibición. Las misivas del narrador son brillantes estampas literarias, que incluyen agudas observaciones sobre la vida de los exiliados, la cotidianeidad de la vida en Berlín, el zoo como metáfora de los dispares emigrantes (los rusos solían instalarse a vivir en el barrio del zoo de Berlín), perfiles fugaces de grandes escritores rusos, la teoría del arte y la literatura. Pero nada es lo que parece, y aunque no se escribe ni una coma sobre amor, cada una de las cartas está indirectamente dedicada, ferozmente escrita pensando en el amor no correspondido del autor por Alia.
Víktor Shklovski (San Petersburgo, 24 de enero de 1893-Moscú, 6 de diciembre de 1984) fue un escritor, crítico, memorialista y guionista soviético. Es considerado el padre del formalismo ruso.
Nació en una familia judía de origen ruso-alemán y estudió Literatura en la Universidad de San Petersburgo. Allí se entusiasmó por la poesía y el arte futuristas, y fundó en 1914 la Sociedad para el Estudio del Lenguaje Poético (OPOYAZ en sus siglas en ruso), que desempeñará más tarde un papel esencial en el desarrollo del formalismo ruso. En concreto, Víctor Shklovski desarrolla el concepto de «extrañamiento», que más adelante inspirará la estética teatral de Bertolt Brecht.
En 1914 es movilizado y destinado al noroeste de Ucrania, y posteriormente a San Petersburgo como instructor y conductor de vehículos blindados. Miembro del Partido socialista revolucionario, participa en la Revolución de octubre de 1917. Vuelve a Ucrania como comisario del gobierno provisional. Poco después de la victoria bolchevique, regresa a San Petersburgo y allí obtiene un salvoconducto gracias a su amigo Maxim Gorki. A partir de 1919, enseña en el Instituto de las Artes de Petrograd. Junto con Yevgueni Zamiatin, es uno de los padrinos del grupo de los Hermanos de San Serapión, impulsado por sus alumnos. Junto a Vladimir Maiakovski, funda una editorial centrada en los textos futuristas y en el futurismo. Su círculo de amistades es extenso y Shklovski tiene fama de hombre brillante y con sentido del humor.
En 1922, debido a los cambios de signo político del poder, se exilia en Finlandia y después en Berlín, en una etapa literariamente productiva aunque muy dura a nivel personal. Allí termina y publica dos novelas, además de varios ensayos. Será en Berlín dónde escribirá la novela Zoo o cartas de no amor, que refleja en gran medida su relación con Elsa Triolet, escritora y como él, exiliada rusa. Tras la marcha de Elsa, en 1923 Víktor acepta la oportunidad de una amnistía que le permite regresar a Rusia.
De regreso a su país retoma su actividad ensayística hasta 1930, cuando el período de relativa libertad de la que goza se termina bruscamente con la llegada de Josef Stalin al poder. Ese mismo año Shklovski es obligado a escribir un artículo retractándose de sus teorías y no podrá publicar nada hasta la muerte de Stalin. Durante esta etapa de forzosa sequía literaria se dedica principalmente a escribir guiones de cine. Muere en Moscú en 1984.
¿Cómo hablar de amor a una mujer que te prohíbe que le hables de amor?
Mucho más que la evocación del dolor del exiliado y del amor no correspondido, el texto rezuma historia de la literatura.
Inspirado en Sterne –incluso en los artefactos tipográficos–, Zoo es una labor que conjuga cotilleos literarios y referencias eruditas.
"Los animales del zoo son símbolos de los emigrados atrapados en tierra extraña y lejos de su hogar. Los teléfonos y los coches –novedosas invenciones en aquél 1922– son fascinantes y mágicos instrumentos del bien y del mal. (…) Una casi novela, brillante y extraña” (The New York Times).
Segundo prefacio a la cuarta edición (1964)
Tengo setenta años. Mi alma yace ante mí.
Tiene los bordes desgastados.
Una vez este libro la dobló. La volví a enderezar.
Me doblaron el alma las muertes de los amigos. La guerra. Las disputas.
Los errores. Los insultos. El cine. Y la vejez, que, a pesar de todo, llegó.
Me alivia no saber los lugares por los que pasas, no conocer a tus nuevos amigos ni a los viejos árboles cerca de tu molino.
La memoria se ha disipado entre los círculos concéntricos del agua, cuyas ondas alcanzaron la orilla pétrea. El pasado ya no existe.
Las ondas, como anillos del amor, se fueron hacia la orilla.
No me sentaré en la orilla, no esperaré hasta el día del Juicio Final, no llamaré a mi pececito mágico de pecas doradas.
No me sentaré de noche en la orilla, no sacaré agua con un viejo sombrero de fieltro marrón.
No diré: "Mar, devuélveme los anillos".
La noche ya me ha adelantado. Han retirado del cielo las estrellas inaprensibles.
Sólo Venus, la principal estrella de la tarde y del alba, ha regresado al cielo. Fiel al amor, yo amo a otra.
Al amanecer, cuando ya se puede ver con claridad la forma de las cosas, pronuncio la palabra: "Amor".
El sol se derrama sobre el cielo.
No existe fin de la canción del alba, somos nosotros los que desaparecemos.
Veamos este libro como el agua en cuyos puertos se ha quedado el corazón. Hay tanto pasado en la sangre y el orgullo a los que llamamos lirismo.
1963, Moscú
P.D.: Alia ya murió y yo tengo ochenta años. Aún no he visto su tumba.
viernes, 21 de mayo de 2010
Vergílio Ferreira, escribir para ser

¿Acaso una lengua no se «ha escogido» a sí misma en esa relación primordial con el mundo, para ser a partir de ahí la organizadora de los límites de un pensamiento? Pero la labor del poeta es esa: hacer coincidir lo indecible con lo decible, utilizando la estratagema de pasar no tanto por la palabra como por el enigma que la circunda y ha sido olvidado, no tanto por lo que ilumina como por el acto de iluminar. Con todo, no sabemos dónde germina y se organiza lo impensable más profundo de nosotros que, ya en la superficie, es un modo de ser sensible y de ser pensante.
Viajar es querer tocar la realidad de lo que nos puebla la imaginación. Pero ésta nunca está allí. Y lo que sobra de eso es el cansancio y el desencanto, excepto nuestro poder demiúrgico de fascinar la imaginación de los que nos escuchan. Por eso, lo mejor de un viaje apenas es haber viajado.
Porque es enorme la distancia que va del saber al ver. Todos sabemos que somos mortales. Pero sólo de vez en cuando alguien invisible nos toca inesperadamente en el hombro y entonces vemos la certeza de la muerte.
Lo impensable o indiscutible subyace, por tanto, en todo el hecho de pensar y, más allá de él, en el hecho de sentir, y más allá del sentir, en el sustrato de lo que los infinitos posibles posibilitaron en nosotros. Y sobre eso se determina nuestro equilibrio interno, armonizado por nuestra libertad… La libertad es el modo de afirmar quiénes somos, frente a lo indiscutible de un hecho que es, o de lo imposible que es, para reaccionar ante él. La libertad no se ejerce sobre el vacío, sino en referencia a lo que la cuestiona, de la misma manera que la luz existe en función de lo que ilumina.
Escribir. ¿Por qué escribo? Escribo para crearle un espacio habitable a mi necesidad, a lo que me oprime, a lo que es difícil y excesivo. Escribo porque el hechizo y la maravilla son verdad y su seducción es más fuerte que yo. Escribo porque el error, la degradación y la injusticia no han de tener razón. Escribo para hacer posible la realidad, los lugares, los tiempos, a los que esperan que mi escritura los despierte de su manera confusa de ser. Y para evocar y marcar el camino que he realizado, las tierras, las gentes y todo lo que he vivido y que sólo en la escritura puedo reconocer porque en ella recuperan su esencialidad, su verdad emotiva, que es la primera y la última que nos une al mundo. Escribo para hacer visible el misterio de las cosas. Escribo para ser. Escribo sin motivo.
(Vergílio Ferreira, Pensar, Acantilado, Madrid, 2007)
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