miércoles, 21 de julio de 2010

Claudio Magris, Así que Usted comprenderá


Así que Usted comprenderá. La mujer amada ha muerto. El poeta decide romper las leyes que rigen el orden universal y adentrarse en la Casa de Reposo, donde viven las almas de los difuntos. Llegado al reino de ultratumba, a pocos pasos de la salida, el poeta desobedece, se da vuelta y pierde así a su amada y la única posibilidad humana de haber revelado el misterio de la vida y de la muerte. Claudio Magris, célebre germanista y uno de los intelectuales más importantes de Italia, premio Príncipe de Asturias 2004, ha escrito obras narrativas (Otro mar, Conjeturas sobre un sable, Danubio, Microcosmos, A ciegas), numerosos ensayos recogidos en su libro Utopía y desencanto , y la pieza teatral La exposición . En Así que Usted comprenderá , ha reescrito el mito de Orfeo y Eurídice, asignando a cada uno de los personajes nuevas e insólitas formas de carácter visiblemente autobiográfico. El escritor triestino da rienda suelta a los tormentos y las penas que siguieron a la reciente desaparición, tras una larga enfermedad, de su esposa, la escritora Marisa Madieri. Pero Orfeo-Magris no es el cantor divino que los antiguos creían capaces de conmover hasta a las bestias salvajes, sino un poeta de carne y hueso, un "neurótico" lleno de miedos que humildemente somete cada página que escribe a Eurídice-Madieri, esperando con cautela su juicio soberano. No es siquiera el propulsor del amor homosexual, odiado por las bacantes de Tracia, cuyos maridos fueron incitados a un nuevo e insospechado eros, sino más bien un ser humano que ha encontrado en el lecho de su mujer un refugio fuera del tiempo, en que congelar los temores irracionales. Eurídice-Madieri no es tampoco el personaje mítico, cuya belleza despertó el amor de Aristeo y los celos de Orfeo, sino una mujer, también ella de carne y hueso, que se convierte en esposa fiel y madre. Representa al poeta que, nacido para morir solo, pierde indefectiblemente a la amada como condición inexorable de la poesía. En el mito clásico, de hecho, reelaborado desde Platón hasta Ovidio, Orfeo es sinónimo de la imposibilidad del artista de desembarazarse de su propia subjetividad, porque es precisamente su lucha personal con el cuerpo y contra la muerte que converge como un río en un mismo canto. Su regreso en soledad del mundo del más allá -vencido por haber desperdiciado una ocasión irrepetible- subraya su carácter frágil y terrenal, la dificultad de toda trascendencia. Magris parecería identificarse con este papel, aunque con la descripción de sí como personaje lleno de tics, vicios y debilidades no faltan notas de autoironía que mitiguen el sentido trágico de la historia. Esta Eurídice, por su parte, representa a la mujer moderna, que, en su relación conyugal y sentimental, toma la iniciativa. Es, en pocas palabras, la responsable de la historia de amor. Todo el texto es un monólogo de Eurídice, en cierto punto por completo novedoso. El mito nos narra que Orfeo, al no percibir más los pasos de Eurídice, cedió a su terror pánico y se dio vuelta. En este breve libro -que incluye además ensayos de Luca Doninelli y Ermanno Paccagnini sobre la obra de Magris- es Eurídice, en cambio, quien cumple un gesto voluntario: atraer la atención del amado para que se dé vuelta. El por qué de un tan categórico rechazo a volver al mundo de los vivos se vuelve explícito con la escena inesperada con que se cierra el libro. La primera es que, en el fondo, Magris nos propone una nueva visión del desencanto en su expresión más acabada: la definitiva renuncia a la vida. Pero no en la clave católica que tanto irrita a los laicos, sino en una clave puramente amatoria de fuerte ascendencia literaria. Magris ya había escrito un bellísimo artículo sobre el concepto de matrimonio en Tolstoi y en Turgueniev. Quienquiera que regrese a las páginas finales de La guerra y la paz o a las escenas memorables de Padres e hijos encontrará allí el sentido que Magris le asigna al matrimonio. Quizá no sea banal recordar que Así que Usted comprenderá está dedicado a sus dos únicos hijos, nacidos de la unión con Marisa Madieri. Por último, junto con La exposición y A ciegas, el libro forma parte de un tríptico, que, como afirma Paccagnini, no es un tríptico de representación, sino temático y estilístico. De hecho, el tema dominante de las últimas obras de Magris es el de la experiencia de la muerte como acto de revelación del sentido de la vida. Los italianos -Erich Auerbach ya lo había visto brillantemente en Dante- le han atribuido a la muerte una significación trascendente, que, más que enaltecer el valor del más allá, potencia lo vital. Todos los muertos de la cultura italiana (desde Virgilio, Beatrice y las múltiples almas que viven en el reino de ultratumba, pasando por la Laura de Petrarca hasta llegar a Mosca, la musa fallecida de Montale) "viven" para asistir y salvar a los vivos. Vivos y muertos -y éste es el elemento estilístico común a las tres obras- monologan y dialogan, sin intervenciones del narrador. En A ciegas era el hombre que evocaba a la amada muerta; en Así que Usted comprenderá es ella quien por fin tiene la voz.

Me imaginaba sus quejas, un hombre acabado, un poeta al que le han robado el tema; habría pensado que esa conjura cósmica era toda una maniobra contra él, para hacerle morder el polvo, para condenarlo al silencio. Si les hubiera dicho a los demás que aquí dentro es como allí fuera le habrían puesto de vuelta y media, en especial sus ansiosas admiradoras que lo veneran como a un guía espiritual, y si se hubiera callado se habría sentido un cobarde. Pero sobre todo vaya papelón que hubiese hecho, venir hasta aquí adentro, hasta aquí abajo, para descubrir que no valía la pena, que detrás de la puerta no hay nada nuevo.
   Ya me lo veía venir, atormentado extraviado aterrorizado enfurecido mosqueado enfadadísimo conmigo porque le había echado todo a perder -y luego los días y las noches juntos, yo a su lado y él que me mira de refilón, la aguafiestas que ha mandado todo a hacer gárgaras, atemorizado de que lo largara por ahí, cohibido ante la idea de que lo vieran por la calle conmigo, a él, que salió como un héroe hacia lo desconocido y ha vuelto con el rabo entre las piernas. Y cuando hubiera llegado, para él o para mí, la hora de volver de nuevo, y definitivamente, a la Casa, qué desastre la repetición de los adioses, reducidos nada más que a formalidades. De pronto me sentí cansada, agotada; volver a empezar, cocinar, lavar, hacer el amor, ir al teatro, invitar a alguien a cenar, dar las gracias por las flores, hablar, equivocarse y malinterpretarse, como siempre, dormir levantarse volverse a vestir...
   No, imposible, no hubiese podido, no podía. Me sentía de golpe tan cansada. Pero tal vez habría apretado los dientes y me hubiera tragado mi cansancio y hubiese tirado para adelante. Las mujeres saben hacerlo, lo hacen casi siempre, hasta cuando no saben ya por qué o por quién.

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