15 de diciembre
Simplemente no puedo creer en mis deducciones sobre mi actual estado, que dura ya casi un año; para tales deducciones, mi estado es demasiado serio. Ni siquiera sé si puedo decir que no es un estado nuevo. De todos modos, mi verdadera opinión es: este estado es nuevo; los he conocido semejantes, pero ninguno como el actual. La verdad es que soy como de piedra, soy como mi propio mausoleo; no queda ni un resquicio para la duda o para la fe, para el amor o para la repulsión, para el valor o para el miedo, en lo concreto o en lo general; vive únicamente una vaga esperanza, pero no mejor que las inscripciones de los mausoleos. Casi ninguna de las palabras que escribo armoniza con la otra, oigo restregarse entre sí las consonantes con un ruido de hojalata, y las vocales unen a ellas su canto como negros de barraca de feria. Mis dudas se levantan en círculo alrededor de cada palabra, las veo antes que la palabra, pero, ¡qué digo!, la palabra no la veo en absoluto, la invento. Y ésta no sería la peor de las desgracias, porque entonces me bastaría con inventar palabras capaces de barrer en alguna dirección el olor a cadáver, para que éste no nos diera en la cara directamente a mí y al lector. Cuando me pongo ante mi escritorio, no me siento más a gusto que uno que cae en pleno tráfico de la Place de l'Opéra y se rompe las dos piernas. Todos los vehículos, a pesar de su estrépito, se afanan en silencio desde todas las direcciones y hacia todas las direcciones, pero el dolor de este hombre pone orden mejor que los guardias; este dolor le cierra los ojos y deja desiertas la plaza y las calles, sin que los vehículos tengan que dar la vuelta. El exceso de animación le duele, porque él, sin duda, no obstruye la circulación, pero el vacío no es menos grave, porque deja rienda suelta a su verdadero dolor.
[Diarios I (1910-1913). Edición a cargo de Max Brod. Traducción de Feliu Formosa. Tusquets Editora.]
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