jueves, 24 de junio de 2010

Elias Canetti: Edipo en Colono

Es la tragedia que más me conmueve, tal vez porque Edipo determina él mismo el lugar donde se erigirá su tumba. La maldición contra su hijo, Polinices. La tierna conversación entre Antígona y su hermano, después de que el padre lo maldice.
En todas las tragedias griegas habría que determinar el emplazamiento de la tumba.
En Edipo en Colono constituye una bendición, aunque no se determina claramente. El único testigo de la muerte y de la tumba es Teseo.
La protección que éste garantiza es como la de un dios. Este segundo Edipo, escrito en plena decadencia de Atenas, supone una glorificación de la ciudad en su peor momento, hecha por Sófocles, que conoció sus años de esplendor, que fue amigo de Pericles y luchó a su lado.

El primer Edipo surgió bajo la impresión de la peste, el segundo, bajo la amenaza del declive.
En la tragedia de Colono, Edipo protagoniza encuentros con extraños o enemigos. Sólo Teseo le es favorable y tiene el poder de un dios. Los demás vienen a buscarle para asegurarse de que el cadáver y su tumba son reales. Arranca a Creonte la falsa máscara del rostro y maldice a su hijo Polinices, En ese momento, tras escuchar la maldición paterna, éste sabe ya que la batalla que se dispone a librar está perdida. Parte hacia la guerra sabiéndolo y a pesar de los encarecidos ruegos de su hermana Antígona. No puede echarse atrás, tal es también la experiencia de muchos atenienses en su guerra, esa guerra que, a pesar de todo, continuaron librando.

La tragedia griega, que no admite distracción alguna. La muerte —del individuo— conserva aún todo su peso. El asesinato, el suicidio, el enterramiento y la tumba, todo está aquí presente de un modo ejemplar, desnudo y descarnado; también el lamento (castrado entre nosotros); también el dolor de los culpables.
Cuánto ha cambiado en nuestra época el entorno de la muerte. Su carácter masivo ya no constituye la excepción, todo desemboca en él. En ese apresuramiento que conduce a él, la muerte del individuo pierde importancia. Tantas personas más... ¿han de morir aún individualmente? Cuando ya no se les permita hacerlo, se habrá alcanzado un punto desde el que no habrá retorno.

[El suplicio de las moscas. Traducción: Cristina García Ohlrich.]

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