sábado, 12 de junio de 2010

Diarios 1984-1989, de Sándor Márai

Los diarios del adiós
A lo largo de su vida, Sándor Marai no dejó de llevar un diario. Diarios 1984-1989 (Salamandra), contiene los últimos cuadernos que escribió antes de su suicidio, y los primeros que se publican en español. Publicados en 2008, constituyen un acontecimiento editorial. Aquí se leen algunas entradas correspondientes al año 1984.


7 de enero de 1984

Empieza el año que da título al éxito de ventas de Orwell. Si bien su vaticinio no se ha cumplido, a cambio se ha impuesto la realidad diaria: el terror nuclear. Un corresponsal recuerda con nostalgia la época decimonónica, el llamado progreso pacífico. Llegué a este mundo en el umbral de esta centuria y, al pensar en la primera década de mi vida, cuando el siglo XIX todavía era una realidad, sólo recuerdo que la cotidianidad era indeciblemente más fatigadora, más primitiva, más insalubre que en este maldito siglo XX, en el que millones de personas han sido masacradas en guerras y revoluciones al tiempo que, para las masas, la existencia ha sido más humana que en cualquier época anterior. En ciento cincuenta años la esperanza de vida se ha duplicado. Década de 1810: el planeta albergaba aproximadamente mil millones de habitantes; para el albor del nuevo milenio con toda probabilidad la cifra rondará los seis mil millones. En el siglo XIX se proclamó con orgullo que era posible dar la vuelta al mundo en ochenta días; hoy basta con noventa minutos. Mi tío paterno falleció en 1849 "por una afección intestinal debida a las pésimas condiciones de nuestra patria"; hoy sólo los muy tontos mueren de apendicitis. ¿Fue mejor el siglo pasado? ¿Qué significa "mejor"? Es innegable que hoy vivimos más y más rápido.

9 de enero

Edmund Wilson. Tras su reciente muerte acaban de editar en un volumen de bolsillo una selección de sus ensayos críticos: The Portable Edmund Wilson . Ha sido uno de los más ilustrados testigos del presente siglo; un espíritu lúcido e independiente en el mercadillo donde trapichea la crítica literaria americana y, en gran parte, la europea. Uno de sus estudios describe las circunstancias del nacimiento del melodrama La cabaña del tío Tom , célebre novela de Harriet Beecher-Stowe que leí siendo adolescente, aunque desde entonces no he vuelto a ella. No obstante, ni la obra en sí ni la crítica de Wilson han perdido un ápice de actualidad, teniendo en cuenta que este año Jesse Jackson, un hombre de color, se ha presentado a las elecciones presidenciales estadounidenses. Todo un cambio respecto a cuando llegamos al país hace treinta y dos años: por entonces semejante eventualidad habría sido impensable. En las últimas tres décadas la población negra ha avanzado increíblemente en América, no se ha "emancipado" pero ha alcanzado puestos que habrían sido impensables en la primera mitad del siglo. Sólo espero que en el caos de la pasión electoral no abatan a Jackson de un tiro, porque eso provocaría una profunda crisis. La cabaña del tío Tom se ha convertido en objeto de seminarios universitarios, aunque en la actualidad sigue existiendo algo parecido: el tío Tom de hoy va en coche, frecuenta libremente restaurantes y hoteles, puede alcanzar sus aspiraciones en cualquier tipo de trabajo siempre que tenga la capacidad necesaria? lo cual no siempre sucede. Pese a ello, la ingenua y sentimental obra de Harriet Beecher-Stowe resulta hoy una lectura grotesca y aterradora. Refiriéndose al célebre libro, Wilson cita los métodos de un capataz de las plantaciones del Sur, un tal Simon Legree, que azotaba a los esclavos. Algo similar a lo que ocurría en las perreras nazis: los kapos , que a veces eran los mismos judíos polacos, se mostraban tan crueles como sus verdugos con sus propios compañeros. Y lo mismo sucedía y sigue sucediendo en los gulags, tal como lo describieron Solzhenitsyn y otros.

15 de enero

Elogian a un ensayista más que erudito, un sabelotodo que llena sus escritos con lo primero que le viene a la cabeza. Y eso que, desde la invención de la imprenta, el saber por el saber no constituye ninguna virtud: para acceder a él no hay más que acercarse a la estantería donde se alinean infinitos volúmenes de enciclopedias que registran y explican todos los datos imaginables. Antes de Gutenberg, el conocimiento en todas sus acepciones entrañaba un gran sacrificio, pues había que buscar incansablemente la materia que se deseaba aprender. En cambio, hoy en día la erudición ha dejado de representar un sacrificio; si uno no lo sabe todo acerca de lo que habla, es por simple pereza. La auténtica virtud reside en ofrecer algo nuevo y original a partir de estos conocimientos previos. Los tomos de las enciclopedias son ladrillos que tanto pueden servir para levantar presidios como catedrales. Ya no es difícil saber, pero crear algo nuevo a partir de los datos sigue siendo tan arduo hoy como lo ha sido siempre.

Todos los géneros literarios tienen una forma interior propia. Si ésta no se manifiesta de alguna manera, la obra resulta excesivamente descarnada, fría, tal como dice Arany. El género policíaco, por ejemplo, se basa en una de esas formas que, por otra parte, no se aprenden ni pueden emularse: hay que crearlas una y otra vez.

No hay "matrimonios malos". De hecho, todos son iguales: ni buenos ni malos; simplemente matrimonios.

12 de febrero

Dice Edmund Wilson que alrededor de 1932, en los años de la Gran Depresión, San Diego era el destino preferido de los suicidas americanos: los deprimidos y los desesperados venían aquí para morir. Entre 1911 y 1927 llegaron más de quinientas personas para suicidarse. La ciudad entonces tendría unos trescientos mil habitantes. Hoy tiene el triple; sin embargo, el número de suicidas ha disminuido, la gente se traslada aquí porque espera vivir al calor del sol.

20 de febrero

Testimonios sobre el bilingüismo en la prensa de los exiliados. El problema crítico de todas las emigraciones es en qué medida asimila el desplazado el idioma de la comunidad que lo acoge, en detrimento de su lengua materna. Sin embargo, para el escritor ello no ha de constituir problema alguno, por que si se separa de la lengua materna e intenta escribir en el idioma extranjero cortará al mismo tiempo el cordón umbilical, el contacto con el lenguaje que lo sustentaba y mantenía vivas su conciencia y capacidad creativa. Cuando uno escribe en una lengua extranjera puede expresar ideas, pero "escribir", es decir, crear, sólo puede hacerlo en su idioma materno. Todo esto no era un secreto para mí cuando hace treinta y seis años me marché de Hungría: llegara adonde llegase, sería escritor húngaro.

Todas las noches, antes de apagar la luz, leo poesía húngara del siglo XVI. Y después, la última ronda: la obra de Gyula Juhász. Los versos de este autor deprimido y maniático en ocasiones resuenan a Ady; sin embargo, sus grandes poemas puros son nobles y "húngaros". De ellos irradia una "poesía purificada" de toda fraseología lírica que sólo se encuentra en las obras de unos pocos contemporáneos. Juhász sabía que la poesía se halla en la materia del mundo, en todos sus prodigios, como la estatua en el mármol; sólo falta revelar la forma.

3 de marzo

Me siento enfermo y muy cansado; es posible que me consuma un gusano por dentro, o tal vez sea que las pilas están a punto de agotarse. Pero todavía cumplo con el paseo corto de por la mañana y con el de tres cuartos de hora por la tarde; eso me ayuda a pasar los días. La proximidad de la muerte confiere a la conciencia más fuerzas que desánimo.

Un director de cine de Budapest (nunca había oído su nombre) me escribe una carta donde me pide que vuelva porque "el gesto vacío", esto es, el exilio, carece ya de sentido; en Hungría todo ha cambiado para bien, la vida es alegre, etc. Califica de "gesto" el hecho de que yo lleve treinta y seis años en el extranjero y me invita a volver a casa, donde me recibirán "a bombo y platillo o de incógnito", como yo prefiera. Estos casos me dejan estupefacto por lo poco que saben los contemporáneos sobre las razones que motivan a cada uno. Mi desconocido corresponsal da por supuesto que voy a formar parte de los "idiotas útiles", por emplear la expresión de Lenin. Y entonces siento un gran alivio al pensar que todo un océano me separa de esa clase de gente.

18 de marzo

Hoy hace cuarenta años que celebramos una cena en mi casa de la calle Mikó con ocasión de mi santo. Por entonces la vida seguía tranquilamente su curso: teníamos dos criadas y vivíamos en un piso grande. Se puso la mesa como corresponde en tiempos de paz, con la plata y la porcelana; todo como debe ser. Los invitados se marcharon y quedó la familia: mi madre, la tía Juli, mi cuñado Gyuszi, mi cuñada Tuci y Alice Madách. Mis hermanos vivían aún. Pero esa misma noche las tropas nazis ocuparon Budapest. Todo quedó roto: la vida, el trabajo, Hungría, el viejo orden y también el desorden. Una ruptura total. Yo tenía cuarenta y cuatro años, acababa de salir de una grave enfermedad. Dos semanas más tarde fuimos a vivir a Leányfalu, al exilio, con perros y criadas. Empezó el bombardeo de Budapest; el último día del sitio la casa sufrió treinta y seis cañonazos y explosiones de bomba; resultado: destrucción completa. La mitad de mi vida quedó allí. Entonces empezó el segundo round : la peregrinación a través de varios continentes. Hoy hace cuarenta años que se destruyó el yo que fui y cobró forma ese otro que soy en la actualidad. El mismo que ahora se desmorona.

18 de abril

Hoy en día, el escritor que intenta crear algo diferente de lo que la industria de consumo produce para alimentar a los lectores es como el cojo que anda con prótesis, pero de todas formas intenta presentarse a una carrera de cien metros.

8 de mayo

Lecturas a medianoche, con un solo ojo. Borges, relatos. Tenía cincuenta y cinco años cuando comenzó su ceguera, y se refugió en un misticismo más bien de tipo árabe. Sus historias están repletas de metáforas, de ejercicios mentales y crueldades orientales. En ellas el escritor expresa la ira y el odio que le inspira la ceguera: ira y odio hacia la gente que no puede ver, sólo tocar, oír, captar olores. Escribe sobre un tirano oriental que "tenía dieciséis ciegas en su harén". Esta traducción al húngaro, editada recientemente en Bucarest, incluye una estupenda introducción de Deák (no lo conozco), para quien Borges no es un verdadero místico, sino que simplemente mistifica. Es cierto.

En todo lo demás el ensayo es de mucho nivel; indicios prometedores de la nueva generación.

[Traducción: Eva Cserhati y A. M. Fuentes Gaviño]
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En sus Diarios (1984-1989), Sándor Márai mezcla "lecturas, pensamientos, recuerdos y noticias. Lo mismo uno encuentra una anotación sobre las campañas para las elecciones presidenciales en Estados Unidos (refiere el duelo televisivo entre Reagan y Mondale) o el terremoto en México, que la noticia de unos jovencitos que crearon un club de suicidas o un tipo que cruza el Atlántico en globo. Uno se encuentra también con la muerte de Richard Burton o el asesinato de Indira Gandhi (en este caso apunta: "La India es un país religioso. Las vacas son sagradas, pero está permitido disparar a primeros ministros")". Y habla de su esposa y su partida, la muerte de su hijo, su soledad:

Dos ancianos -enfermos, casi ciegos, tambaleantes-, atildados con una elegancia algo anacrónica, se apoyan mutuamente mientras caminan por San Diego, en Estados Unidos, a mediados de los años ochenta. Son húngaros. Él se llama Sándor Márai y fue un escritor de fama en su patria hace cinco décadas, aunque ya casi nadie lo sabe, pues la abandonó hace cuatro; allí sus libros están prohibidos y en los lugares en que vivió su exilio desde entonces -Berna, Nápoles, Nueva York, Salerno, California-, siguió escribiendo en su idioma y publicando en pequeñas editoriales húngaras en el extranjero. La mujer que lo acompaña es su esposa, Ilona Matzner (la llama Lola). Se casaron en 1923 y nunca se han separado desde entonces.

Ninguno de los dos sabe en ese momento que quince años después comenzaría una suerte de redescubrimiento y recuperación de la obra de Márai, que sería ampliamente leído y celebrado, que se harían adaptaciones teatrales y cinematográficas de sus libros. Ninguno de los dos sabe en ese momento que antes de eso, muy pronto, a todas las penurias que ya han debido pasar se sumarían otras.

A mediados de los ochenta, cuando Márai camina con su mujer, dando un paseo quizá, quizá yendo al médico, su obra es ya vastísima. Comenzó a escribir en los años 30 y en ciertos períodos era capaz de publicar un promedio de dos libros al año: novelas, ensayos, poemas, obras teatrales, artículos periodísticos. En su exilio, iniciado en 1948 -como consecuencia de haber sido tan visceralmente antifascista como anticomunista- escribió además memorias y diarios. Según algunos de sus lectores en húngaro, en los varios tomos de sus diarios está tal vez lo mejor de su obra. A mediados de los ochenta, cuando Márai está caminando con su mujer, ya había publicado cuatro tomos de ellos y preparaba el quinto. De estas y otras cosas podemos enterarnos tras la publicación del sexto, último y póstumo de esos diarios y el primero en traducirse al castellano.

Anotaciones varias

Quienes hayan gustado de sus novelas de pasiones reprimidas y esperas infinitas en ambientes centroeuropeos, se encontarán en Diarios. 1984-1989 con un registro distinto. Hay confesiones, pero a sí mismo, y el idioma tenderá a ser seco y no florido, su tema no será la descomposición de la burguesía húngara, sino la propia. El 18 de marzo de 1984, recuerda la ocupación de Budapest por los alemanes: "Hoy hace cuarenta años que se destruyó el yo que fui y cobró forma ese otro que soy en la actualidad. El mismo que ahora se desmorona".

Pasados los ochenta Márai está viejo y fatigado. Señala, recién iniciado 1984 (20 de enero): "Cansancio, languidez, fragilidad. Como cuando las pilas se agotan y la linterna sólo parpadea". En esos parpadeos, apunta sus reflexiones literarias y observaciones, alterna recuerdos personales con comentarios diversos, desde sus lecturas a las noticias de actualidad. Lee autores húngaros, tanto recién publicados como clásicos nacionales. Lee a Edmund Wilson (y lo elogia), a Henry James (y lo critica). Comenta al pasar las dolencias de la vejez y su disconformidad con el mundo actual, con pesimismo y desencanto, no carente de humor. Intenta terminar una novela policial (lo logra), pero escribe "como quien hace gimnasia por la mañana". Lanza sus dicterios contra el siglo XX, contra la industria del libro.

A mitad de 1984 apunta: "Estoy enfermo y, a mis ochenta y cinco años, merezco marcharme. Mis coetáneos deben de pensar lo mismo, puesto que proliferan los panegíricos" (8 de junio). Si en sus novelas abordó la traición y la pasión amorosa, aquí primará la fidelidad y el temor a perder a la mujer amada. Siente devoción por su esposa, con quien ha pasado los últimos 60 años, en que las penurias no han faltado (en 1939 tuvieron un hijo, Kristófka, que murió poco después). El 31 de diciembre, anota que su mujer debe operarse: "Si la muerte nos llegara a la vez , juntos, sería el mayor regalo para los dos". En abril del año siguiente comienza la debacle: Lola (la menciona como L.) se cae y se rompe el brazo, los cuidados le consumen todo el día. En noviembre, los médicos deciden trasladarla a una institución para enfermos terminales. Tiene cáncer. "Irnos juntos, sin dolor, es mi última esperanza" (11-11-1985). "Si se va, ya nada tendrá sentido" (21-11-1985). El 4 de enero de 1986, anota. "L. ha muerto".

Silencio. Sólo escribe más de un mes después: "La furia. Nada de enternecerse, de meditar. Sólo la furia. A veces bramar de pura rabia. Porque ha muerto. Enfurecido con el médico porque no pudo ayudarla. Enfurecido con Dios (si existe) porque tampoco la asistió, y enfurecido con Dios (si no existe) porque no existe cuando se necesita su intervención. Enfurecido con la gente, porque no la ayudó. Enfurecido conmigo, porque no fui capaz de hacer algo más. Enfurecido con ella, porque murió" (20-02-1986).

Recuerdos y soledad

Márai entonces comienza a doblarse bajo el peso de los recuerdos y de la soledad. Está completamente solo. Únicamente János, su hijo adoptivo -durante la guerra, él y su mujer se hacen cargo de un niño que llegarían a adoptar-, lo visita. Había decidido permanecer atado a la vida mientras viviera su mujer, pero no quiere llegar a la situación de ella, no quiere terminar en manos de los médicos (a quienes dedica varios insultos, entre ellos "perreros con título"). El 18 de febrero de 1986 se compra un revólver. Dice que no tiene planes de suicidio, pero es bueno saber que podrá acabar con el deterioro en cualquier momento. Más tarde asiste a unas clases para su uso. En julio de 1986 es operado de la próstata. Las entradas en el diario se distancian.

El primer día de enero de 1987 señala que durante el año que recién terminó, "me lo han robado todo": murió Lola y también sus tres hermanos. Pero no sabe que aún lo esperan otras pérdidas. El 23 de abril de 1987 comienza: "János ha muerto". Una trombosis, a los 46 años. Lo siente como "un puñetazo en el pecho", como un insulto. "Ya no quiero escribir ni vivir, sólo irme en paz. Sería un gran regalo no despertarme más". En junio: "Ahora vuelvo a escribir, como un condenado a muerte que, mientras espera la ejecución, graba con las uñas unos pocos signos en la pared". Ni siquiera entonces, como no lo hizo antes, se entrega a la autocompasión ni al consuelo religioso, tampoco a las seducciones de éxito. En 1988, la Asociación de Escritores en Hungría lo invita a volver a casa: "Quieren convertirme en un monumento nacional. Se proponen reeditar toda mi obra, publicarla encuadernada en piel, incluyéndome a mí. El destino común de los monumentos es que sus pies queden cubiertos de meadas de perro". Se niega.

Los diarios finales de Sándor Márai son tan agudos (y a veces divertidos) como conmovedores. Un compatriota suyo, Imre Kertész (Premio Nobel 2002), en el ensayo que le dedica -recogido en su libro La lengua exiliada- señala sobre ellos:

"Son para mí, quizá, el documento humano y literario más grandioso de la época, si es que pueden considerarse literatura las sencillísimas palabras con que un anciano habla de la soledad definitiva, de la muerte de su esposa y de su hijo, de algunas lecturas, de la compra de una pistola y finalmente de los preparativos para el suicidio".

La última frase de la última anotación de Márai, de 15 de enero de 1989, es: "Ha llegado la hora". Luego tendrá lugar un encuentro largamente esperado, su último encuentro. El 21 de febrero se pegó un tiro.

[Magda Díaz y Morales, apostillaslitearias.blogspot]

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