martes, 25 de mayo de 2010

Paseos con Robert Walser

                                                  
Extractos de PASEOS CON ROBERT WALSER
                                                                              Por Carl Seelig

Las notas de Carl Seelig sobre sus Paseos con Robert Walser retratan a alguien que ha enmudecido, un poeta que "tuvo el tacto suficiente como para apearse de la vida". Seelig visitó regularmente a Walser en el sanatorio durante veinte años. Las notas relativas a esos paseos son las que ofrece este libro al lector. Epílogo de Elio Fröhlich. Fotografías de Carl Seelig.

3 de enero de 1937
[…] En Berlín-Charlottenburg había tenido un piso de dos dormitorios, primero con su hermano Karl, luego solo. Por último, el editor Bruno Cassirer se negó a seguir prestándole ayuda económica. En su lugar, una rica dama de buen corazón cuidó de él durante dos años. A su muerte, en 1913, volvió a su patria por obligación. Durante mucho tiempo, recordó la tranquila belleza de los bosques berlineses. En Berna, donde pasó unos ocho años a partir de 1921, ese pasado había sido beneficioso para su producción poética. En cambio, la inclinación hacia la bebida y la pereza había tenido repercusiones negativas.
- En Berna, a veces estaba como poseído. Corría en pos de los motivos poéticos como el cazador detrás de la presa. Lo más fructífero resultaron ser los paseos por las calles y las largas caminatas por los alrededores de la ciudad, cuya cosecha intelectual llevaba al papel al volver a casa. Todo buen trabajo, hasta el más mínimo, requiere inspiración poética. Para mí está claro que el oficio del poeta sólo puede florecer en libertad. Mis mejores horas de trabajo eran las primeras de la mañana y las de la noche. El tiempo que va del mediodía al atardecer actuaba sobre mí atontándome. Mi mejor cliente era entonces el periódico Prager Presse, financiado por el Estado checo, cuyo redactor literario, Otto Pick, publicaba todo lo que le enviaba, incluso los poemas que venían volando como boomerangs de otros periódicos. Antes, también solía abastecer al Simplicissimus. Desde luego me devolvía repetidamente mis artículos porque los encontraba poco humorísticos. Pero lo que se quedaba lo pagaba bien. Por lo menos cincuenta marcos por una historieta, una pequeña fortuna para mi bolsillo.
- ¿Cree que el ambiente del sanatorio y sus inquilinos le proporcionará material original para una novela?
- Lo dudo. En cualquier caso, seré incapaz de desarrollarla mientras esté ahí dentro. Desde luego el Dr. Hinrichsen ha puesto a mi disposición un cuarto para escribir. Pero me siento allí como clavado y no consigo producir nada. Quizá, si pasara dos o tres años en libertad fuera del sanatorio, conseguiría romper con todo ello…
- ¿Cuánto necesitaría para poder vivir como escritor libre?
Robert reflexiona unos instantes:
- Aproximadamente 1.800 francos al año.
- ¿Nada más?
- Con eso bastaría. ¡Cuántas veces he tenido que pasarme con menos en mi juventud! Se puede vivir muy decentemente sin bienes materiales. En cualquier caso, no podría comprometerme ni con un periódico ni con un editor. No quiero hacer promesas que no pueda cumplir. Todo tiene que salir con naturalidad.
Más adelante dice:
- Si volviera a tener treinta años, no volvería a escribir sin objeto, como un muchachuelo romántico, solitario y despreocupado. No se puede negar la sociedad. Hay que vivir en ella y luchar por ella o contra ella. Ése es el defecto de mis novelas. Son demasiado extravagantes y su composición es a menudo demasiado descuidada. Envuelto en la legitimidad artística, me dediqué simplemente a improvisar. Antes de su reedición, con gusto hubiera recortado Los hermanos Tanner en setenta u ochenta páginas; hoy creo que no se pueden hacer en público juicios tan íntimos sobre los propios hermanos.
- Hace poco que leí con entusiasmo su Jakob von Gunten. ¿Dónde se le ocurrió?
- En Berlín. En su mayor parte, es una fantasía poética. Algo temeraria, ¿verdad? Entre mis libros de mayor extensión, es mi favorito -hizo una pausa-. Cuanto menos acción hay y más pequeño es el entorno que precisa un poeta, tanto mayor suele ser su talento. Desconfío de antemano de los escritores que se exceden en la acción y necesitan el mundo entero para sus personajes. Las cosas cotidianas son lo bastante bellas y ricas como para poder sacar de ellas chispazos poéticos.[…]
27 de junio de 1937
[…] - ¿Sabe usted cuál es mi desgracia? ¡Preste atención! Todas esas gentes encantadoras que creen poder mandarme y criticarme son adeptos fanáticos de Hermann Hesse. No confían en mí. Para ellos no hay más que dos opciones: “O escribes como Hesse o eres y serás un fracasado”. De esa forma extrema me juzgan, No tienen ninguna confianza en mi trabajo. Y por esa razón he ido a parar al sanatorio. Siempre me ha faltado la aureola de santidad. Sólo con ella se puede triunfar en la literatura. Cualquier nimbo de heroísmo, de paciencia y cosas por el estilo, y ya se tiene a mano la escalera hacia el éxito… A mí se me mira de forma inmisericorde, tal como soy. Por eso nadie me toma en serio. […]
15 de abril de 1938
[…] En Berlín, Robert estuvo durante un mes en una escuela de criados. Describe la finura de muchos de ellos. El ayuda de cámara de un conde le contrató para trabajar en un palacio de la Alta Silesia, situado en lo alto de una colina. Abajo: el pueblo. Robert tenía que limpiar los salones, pulir las cucharas de plata, sacudir las alfombras y servir, vestido de frac, como “Monsieur Robert”. Se quedó allí un semestre. Luego describió la escuela de criados en su diario Jakob von Gunten, desplazando el ambiente a un instituto masculino. “Pero a la larga no servía para criado, con mi torpeza suiza.” […]
23 de abril de 1939
[…] - Cuando en 1913 regresé a Biel desde Berlín, con cien francos en el bolsillo, me pareció aconsejable pasar lo más inadvertido posible. Realmente, no había nada de lo que presumir. Salía a pasear sólo de día y de noche; entretanto, me dedicaba a escribir. Finalmente, cuando me hube comido todos los motivos igual que una vaca su pasto, me trasladé a Berna. Al principio también allí me fue bien. Pero imagínese mi espanto cuando un día recibí una carta del suplemento literario del Berliner Tageblatt en la que me aconsejaba ¡no producir nada durante un semestre! Estaba desesperado. Sí, era cierto, me había secado totalmente. Estaba quemado como un horno. Desde luego, a pesar de esa advertencia me esforcé en seguir escribiendo. Pero lo único que conseguía arrancarme entre tormentos eran necedades. Lo único que siempre me ha salido bien es lo que ha brotado de mí con naturalidad, y lo que de algún modo yo mismo he vivido. Por aquel entonces, hice un par de chapuceros intentos de quitarme la vida. Pero no era capaz ni de hacer un nudo corredizo en condiciones. Finalmente, mi hermana Lisa me llevó al sanatorio de Waldau. Delante de la entrada le pregunté: “¿Estaremos haciendo lo correcto?”. Su silencio fue bastante elocuente. ¿Qué otra opción me quedaba sino entrar?

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