martes, 11 de mayo de 2010

Jonh Fante, un viejo en primavera

Un viejo señor de los Abruzos, John Fante

A 100 años de su nacimiento, el 8 de abril de 1909, John Fante continúa sorprendiendo con “historias que calan hasta los huesos” y haciendo valedera la opinión de Bukowsky: es un hombre que no le teme a los sentimientos.

[Por Miguel Ángel Gómez, milenio.com, 31/07/2009.]

Una de las notas que Joyce transcribió del delirio final de su marido John Fante (1909-1983) decía algo como esto: “Él era un viejo señor de los Abruzos, tan ciego, que no podía ver sus pies”.
Para entonces la diabetes le había arrebatado al autor de Pregúntale al polvo (1939) la vista y las dos piernas. Hacía cinco años que era ella, Joyce, quien escribía lo que el viejo Fante le dictaba desde su silla de ruedas en la terraza de una confortable y amplia residencia en la costa de Malibú, California.
Así se concluyó la escritura de Sueños de Bunker Hill (1982), que es la cuarta y última novela que Fante publicaría en vida.
Los otros libros que conocemos hoy de John Fante fueron sacados por la viuda del cajón en el que el escritor los guardaba. Lo cual, en este caso en particular, no benefició en ningún sentido ni a Fante ni a la literatura.
De ellos, el único documento interesante, por ser la primera novela que escribió, y contener el germen del estilo directo y honesto, rayano en la vulnerabilidad, que provocó la admiración de Charles Bukowsky, es Camino a Los Ángeles (1985). Sin embargo Fante no logró publicarla.
De Alfred Knopf, editor con quien tenía un contrato, la recibió de vuelta con una nota de rechazo que exigía además el envío inmediato de otra obra para cubrir el dinero adelantado.
Años después, cuando Fante hubiera podido negociar su publicación en su condición de autor de varios libros y guiones de cine, él mismo decidió sepultarla en el fondo del armario junto con los trabajos inconclusos.
Libros tan distintos entre sí como Espera a la primavera, Bandini (1938), su debut literario, y Pregúntale al polvo, la novela que fascinó a Bukowski, son las dos caras de la misma lucha cuerpo a cuerpo entre el frágil hombre sin más que entraña y piel contra el acero de la realidad y el destino que caracterizan la narrativa de Fante.
En ambos se narran los primeros pasos, en la vida y en el camino de la escritura, de Arturo Bandini, alter ego del autor.

Espera a la primavera, Bandini

El primero, Espera a la primavera, Bandini, es un libro hermoso. Narra, a través de los ojos de un niño de 12 años, la vida de una familia italiana muy católica y muy pobre que vive en los suburbios de una ciudad de Colorado. Son los años de la Gran Depresión americana.
Arturo duerme en la misma cama que sus dos hermanos menores y le tiene miedo a la oscuridad. Su padre, Svevo Bandini, vuelve a casa borracho después de haber perdido en una mesa de póker los diez dólares que ganó durante el día en su jornada de albañil. Patea la nieve y grita: “Dio cane” (Dios es un perro) mientras su mujer lo espera en vela, reza en silencio una plegaria a Santa Teresa y arrastra sus pantuflas por una cocina vacía.
Fante valoraba mucho ese libro y confesó que ahí se podían encontrar todos los personajes de su obra posterior. Es una novela acerca de un niño impetuoso que ama y desprecia a su devota y resignada madre, que odia y admira a su padre brutal, que se siente traicionado por sus hermanos, que quiere jugar beisbol en un campo cubierto de nieve y sus amigos le palmean el hombro condescendientes: espera a la primavera, Bandini...


Pregúntale al polvo

Este libro es muy distinto. En una carta dirigida a su amigo Joe Campiglia, John Fante hizo la siguiente confesión: “El primer libro salió de mis entrañas; el segundo, de mi cabeza”.
Y es notorio que ahí Arturo Bandini está solo y sabe que puede luchar con sus puños contra las paredes del mundo. Arturo quiere ser escritor y Fante escribe el libro de un escritor.
Charles Bukowski leyó entre las páginas de Pregúntale al polvo escenas como ésta, en la que frente al Hotel Biltmore, Arturo Bandini anota: “Parecían ricos. Entonces una mujer salió... y era hermosa... su piel era de zorro plateado... y ella era una canción a través de la acera y dentro de las puertas giratorias... y yo pensé: ¡carajo, por un poco de eso... sólo un día y una noche de eso!... y ella era un sueño sobre el que yo caminaba... su perfume se quedó en el aire húmedo de la mañana... ¡Los Ángeles, dame algo de ti! Los Ángeles, ven a mí así como yo he venido a ti. Mis pies sobre tus calles. Tú, hermosa ciudad a la que amo. Tú, triste flor en la arena. Tú, hermosa ciudad”.
O como ésta: “Una noche estaba sentado en la cama de mi cuarto de hotel en Bunker Hill, justo en el centro de Los Ángeles. Era una noche importante en mi vida porque debía tomar una decisión con respecto al hotel. O pagaba o me marchaba: eso era lo que decía la nota que la casera había deslizado bajo mi puerta. Un gran problema, que exigía atención, y que yo resolví apagando las luces y metiéndome en la cama”.
Y luego, el duro (frágil de tan duro) joven Buk comenzó a creer en la literatura: “Las líneas fluían fácilmente a través de la página, como un arroyo. Cada línea con su propia energía seguida de otra y otra... Aquí, al fin, un hombre que no le teme a las emociones. El humor y el dolor estaban mezclados con magnífica simplicidad”.
Pregúntale al polvo es una lección, una provocación, un estilo que no fue comprendido porque reflejaba un momento del cual sus contemporáneos querían huir; una batalla que los lectores de la Gran Depresión no querían pelear.
Bukowski retoma esa voz ronca y cínica, capaz de asombrarse por las cosas simples y despreciar lo que todos atesoran, con éxito, años después, cuando la economía ha cambiado y la sociedad ha recobrado el humor y puede reírse de sí misma otra vez.
Poco después de la publicación de Pregúntale al polvo, John Fante se casó con Joyce, y los 13 años siguientes se dedicó a criar cuatro hijos y construir un rancho en California.
La literatura quedó de lado, relegada por la lucrativa industria cinematográfica, a la que Fante se incorporó como escritor a sueldo.


Dago Red

El tercer libro, Dago Red (1940), lo conforman cuentos que Fante había escrito y publicado desde 1932 en American Mercury, The Atlantic Monthly, The Saturday Evening Post, Collier’s, Esquire y Harper’s Bazaar.

Llenos de vida

El cuarto, Llenos de vida (1952) vendría tras ese impasse.
Si bien es posible encontrar en los héroes de las novelas de Fante, como Arturo Bandini o Henry Molise, grandes similitudes con el autor, ahora no queda la menor duda del impulso autobiográfico de su narrativa, ya que esta cuarta novela nos la cuenta, desde su confortable estatus de hombre incorporado al american way of life, en medio de una infestación de termitas, un padre orgulloso y feliz llamado John Fante.
No cabe duda de que Bukowski tenía razón: este hombre no le teme a los sentimientos...

La hermandad de la uva

Pero el verdadero Fante, sin embargo, esa garra que cala hasta los huesos, volvería 20 años después, con la piel de Henry Molise, en La hermandad de la uva (1977), a narrar la muerte de su padre.
Han transcurrido casi cuarenta años, pero la madre de Henry Molise y su taconeo solitario en mitad de la noche rumbo a la iglesia para orar por su marido, que ha sido llevado al hospital al borde del coma diabético, es un reflejo curtido por el tiempo de la abnegada madre del Arturo Bandini niño que arrastra sus pantuflas en la oscuridad.
También podrían encontrarse rastros del rudo Svevo, de Espera a la primavera, Bandini, en las facciones del pícaro Nick Molise de La hermandad de la uva, cuando éste se escapa del hospital y se reúne con otros viejos bribones como él a comer y beber en la calle, y llama por teléfono a la joven enfermera que lo atendía en el hospital para que le venga a hacer sexo oral, como un acto de caridad ahora que está al borde de la tumba.
La muchacha, por supuesto, no vendrá, pero se reirá, divertida, de la ocurrencia de un hombre lleno de vida que prefiere “morir bebiendo que morir de sed”, que prefiere “morir rodeado de amigos que de médicos” para escuchar, en los estertores, no recetas incomprensibles sino palabras de aliento: “Ciao Nicola. Bouno fortuna./ Addio, amigo mio./ Corragio, Nick./ Corragioso, Nicola”.
Con La hermandad de la uva, Fante retoma el pulso de la narrativa vital de Espera a la primavera, Bandini, y con ello deja saldada su deuda con los grandes momentos de la literatura norteamericana.

Juan Manuel Gómez




A un siglo de John Fante

Por Brenda Lozano, Letras Libres, julio de 2009

Se llama John Fante y sus limpiaparabrisas no funcionan. Es su primer coche, la primera noche que llueve, ese año, en Los Ángeles. Es 1936, tiene veintisiete años, quiere dejar, un rato, la máquina de escribir en el ático de Long Beach donde termina su primera novela. Regresa al ático, termina, le escribe una carta a Carey McWilliams: “Camino de Los Ángeles está terminada y yo estoy encantado, chico. Espero enviártela el viernes. Parte del contenido pondría de punta los pelos del culo de un lobo.” Es la primera vez que escribe sobre Arturo Bandini, su álter ego, le gusta, le entusiasma, la entrega pero no se publica hasta 1985. Escribe otras dos al hilo. Espera a la primavera, Bandini (1938) y Pregúntale al polvo (1939). A los setenta y dos años, le dicta, ciego, a su mujer, desde la cama, Sueños de Bunker Hill (1982), la cuarta y última novela de la saga Bandini. Recuerda, en la novela, ese tiempo cuando recorría de noche las calles de Los Ángeles, en su coche. Cuando llovía, cuando atascado entre frases, resolvía recorrer las calles al volante, acompañado de un limpiaparabrisas que nunca funcionó.

Viejo, desde la cama, vuelve al mismo momento, al mismo personaje que le ocupó en su primer libro. Un protagonista que lee y escribe, que se rompe la camisa en nombre de una mujer, un católico, de ascendencia italiana, que pertenece a una familia pobre. Además de los cuatro libros protagonizados por Arturo Bandini, escribió Llenos de vida (1952), La hermandad de la uva (1977). Póstuma se publicó la primera novela, Un año pésimo (1985), Al oeste de Roma (1986), algunas compilaciones de cuentos y una selección de su correspondencia. Ahora que los títulos y las fechas entre paréntesis están exhaustas, digamos que Fante nació en 1909, en Boulder, Colorado. Empezó a escribir a los veinte años, publicó su primera historia en The American Mercury, colaboró en diversas publicaciones de Estados Unidos. Fue guionista de Hollywood, su crédito corrió en varias películas. Murió a los setenta y cuatro años, en 1983. Volvamos al limpiaparabrisas que no funciona.

John Fante regresó, al final de su vida, a Bandini, del mismo modo que volvió, de libro en libro, a las características del mismo personaje. En su obra pasean cuatro protagonistas: Arturo Bandini, Dominic y Henry Molise, y otro que, sin escalas, se llama John Fante. Pero podrían llamarse igual. El carácter de un protagonista se parece mucho al del otro. Son escritores que desearon ser beisbolistas, pero descubrieron una biblioteca. Descubrieron a Dostoievski, Flaubert, Maupassant, a Nietzsche. La lectura, cardinal, los convierte en críticos. Transforma la lectura ese modo de ser, esa forma de expectorar frases. Ese modo de ser que lucha contra sí y contra su historia.
¿Y qué narran desde esa forma de ser? El tema central es la familia. Bandini, Molise y Fante son, antes que escritores, hijos. Hijos de un albañil autoritario. La familia, la condición del hijo, es la fuerza gravitacional de la obra. Ser hijo de un hombre que lo observa sentado, con un libro en las manos, como si observara a un perro soltando pelos en el sillón. Hijo de un hombre que maldice en italiano y que, de novela en novela, desafina cada vez peor el O sole mio, un albañil que detesta en partes iguales a su familia (era juez, jurado y verdugo; Yavé en persona. Nadie le llevaba la contraria sin que hubiera pelea. Le fastidiaba casi todo, en particular su mujer, sus hijos, sus vecinos, su iglesia, su párroco, su pueblo, su estado, su país de adopción y su país de origen). Hijo de una madre dedicada a su familia, de aspecto descuidado (pobre mamá, ni siquiera Christian Dior habría mejorado su aspecto), una católica entregada a las cuentas del rosario. Una madre que cocina una lasaña suculenta haciendo de una mesa la verdadera patria. La mamma y la cucina. ¡La famiglia!, una que rige la literatura de Fante.

Un padre que coloca un ladrillo sobre otro, una madre que cuenta sus rezos, unos hermanos que suman un día al otro y un protagonista que coloca una frase después de otra. Si hacemos las cuentas, ¿qué hace de la obra de Fante algo más que un álbum familiar o los diarios de un escritor en ciernes? El carácter de los personajes. Es una literatura que lee y escribe el carácter. Poco importan las frases estilizadas, la economía de diálogos, las descripciones sin límites, acaso los puntos flacos de Bandini. Pero son libros en los que el detalle de un limpiaparabrisas inservible, una madre preparando una pasta o una llamada telefónica a la mitad de la noche son anécdotas suficientes para novelar. Importan, en todo caso, las frases que construyen esos personajes, sus opiniones, esas palabras que forjan su carácter.

A un siglo de su nacimiento, releer una novela fascinante como La hermandad de la uva, o una bastante débil como Un año pésimo, muestra algo que sólo está en la voz, en los libros de John Fante. Esas frases puestas una después de la otra, así, como lo hace un albañil, en aras del carácter. Esa modesta suma de palabras que es la grandeza de su literatura. Y de la literatura.

1 comentario:

Cima dijo...

bien, no conocia a Fante.
buenisimo!