lunes, 31 de mayo de 2010

Ingmar Bergman

                                           

Ingmar Bergman                         en la editorial Tusquets

Ingmar Bergman nació en Upsala, Suecia, en 1918. Desde la adolescencia ha dividido sus fidelidades creativas: por un lado, el teatro, actividad que no ha dejado de ejercer en varios escenarios del mundo hasta hoy; y, por otro, el cine, que le ha dado, a partir de 1956 con Sonrisas de una noche de verano, el reconocimiento unánime del público y al que siguió fiel hasta su retiro definitivo de la dirección cinematográfica en 1982 con la extraodinaria Fanny y Alexander, suerte de legado fílmico y culminación de una carrera que ha merecido incontables premios, incluidos tres Oscar. A partir de entonces, se dedicó a escribir dos libros testimoniales: Linterna mágica e Imágenes y tres novelas autobiográficas: Las mejores intenciones, Niños del domingo y Conversaciones íntimas, llevadas al cine respectivamente por Bille August, su hijo Daniel Bergman y Liv Ullman.

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Ingmar Bergman, cineasta y hombre de teatro sueco, ha pasado a ser ya todo un mito en la historia del cine mundial. Pero pocos son los que saben que se casó siete veces, que tuvo ocho hijos, que mantuvo relaciones amorosas, algunas célebres, y que se codeó, entre otros, con gente como Greta Garbo, Chaplin o Ingrid Bergman. Y casi nadie sabía antes de leer estas memorias cómo, a muy temprana edad, se instaló el miedo en su alma, cómo descubrió, deslumbrado, el cine, con qué problemas tuvo que enfrentarse como artista y realizador, cómo amó a las mujeres a quienes más amó y cómo la figura del padre, pastor luterano, marcó gravemente toda su existencia,  y parte de su obra. Al lector le sorprenderá con qué especial sensibilidad de escritor y cuánta conmovedora sinceridad ha sabido Bergman narrar éstos y otros episodios de su dilatada vida.
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Dejando de lado toda inhibición, Ingmar Bergman nos conduce aquí por el apasionante recorrido de la creación artística, desde ese lugar privado y recóndito, donde se ocultan los fantasmas personales que originan con tanta frecuencia (y en Bergman casi siempre) las ideas y las emociones más intensas, hasta el barullo de un plató, donde, ante decenas de personas, bajo los focos encendidos, con la cámara en acción, estos fantasmas, antes en tropel, empiezan a obedecer a un orden invisible, a encarnarse en una historia que pasará, por la magia del arte, a ser nuestra. Para ello, Bergman no tiene inconveniente alguno en sacar a la luz no sólo sus apuntes de trabajo, sino también sus diarios, en los que suele anotar las "fuentes reveladoras", los recuerdos, las imágenes, que dan lugar después a sus films. Nos cuenta de hecho un viaje fascinante por la memoria y "las difusas radiografías del alma". Este es el autorretrato de un artista para quien el arte, la obra y la vida es una misma y única cosa.
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Esta es la compleja historia de amor vivida por Henrik Bergman, joven estudiante de teología, y Anna Åkerblom, hija única de una familia acomodada de Upsala. Se trata de los padres de Ingmar Bergman. La historia de Henrik y Anna empieza en 1909, durante la gran huelga, y termina diez años después, cuando el joven estudiante ya se ha convertido en pastor, y su esposa espera su segundo hijo, en un mundo lleno a la vez de luz y tinieblas. Este niño es el mismo que ahora intenta comprender al padre sombrío y represor, y a la madre resignada y conciliadora en los primeros años de lo que pasaría a ser una relación familiar dolorosa y conflictiva.

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Demos la palabra al propio Bergman: «Todo ocurre entre un sábado y un domingo de finales de julio, y creo que el niño, Pu, tiene entonces unos ocho años. La familia veranea en una casa con bellísimas vistas sobre campos de brezo, un río y bosques. Son muchos: además de sus padres, están Maj (que cuida de los niños y por la que Pu siente un cariño especial), la vieja cocinera Ellen y una joven amiga de la familia llamada Marianne (de quien está enamorado). Pero es a la hermosa madre a quien Pu quiere por encima de todo, aunque la suya sea una relación compleja. En cambio, al niño le cuesta hacer frente a los repentinos cambios de humor y a la inexplicable brutalidad de su padre. Pese a todo consigue reconciliarse, lo cual les cuesta mucho a los dos. Los padres se pelean con frecuencia. Pero también hay amor, además de tristeza y lágrimas. Para mí estas historias son reales. No me siento capaz de diferenciar lo que en general se considera "normal" de lo que son mis propios sueños y fantasías.
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Anna Åkerblom lleva casada doce años con el pastor Henrik, hombre inestable al que, con el paso del tiempo, ha aprendido a detestar. Y, a su alrededor, todos parecen confabularse para hacerle la vida imposible: sus padres, que en su momento le advirtieron del riesgo de esa unión, la hostigan recordándole sus deberes conyugales; Tomas, su amante, músico y estudiante de teología, amigo de su esposo y varios años más joven que ella, la deja sola con sus remordimientos. Obligada por la tensa atmósfera que la rodea, Anna confiesa su adulterio ante la mirada enajenada de su marido. En plena desesperación y dispuesta a la peor venganza, vislumbra de pronto un recuerdo: hace mucho tiempo, su confesor, el tío Jacob, que ahora yace moribundo víctima de un cáncer, le había advertido que se guardara de las infamias cometidas en nombre del amor...
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En 1972, Bergman empezó a escribir una obra dramática sobre un hombre que va a abandonar a su mujer, pero «antes de darme cuenta tenía seis diálogos sobre el amor, el matrimonio y todo lo demás. Johan y Marianne o Marianne y Johan [los protagonistas] se habían permitido mostrarse valientes, cobardes, alegres, tristes, enfadados, amorosos, desconcertados, inseguros, satisfechos, astutos, desagradables, pueriles, malvados, desamparados; en pocas palabras, como seres humanos». Esos seis diálogos sobre el amor y el desamor se convertirían al año siguiente en Secretos de un matrimonio, ­miniserie televisiva y versión cinematográfica­. Bergman añadía un comentario que dice mucho sobre la íntima relación que guardan en su caso vida y obra: «Tardé dos meses en escribir estas escenas y toda una vida en experimentarlas». Treinta años después, un Bergman ya octogenario vuelve sobre los personajes como si recuperara el hilo de una conversación interrumpida: Marianne y Johan se reencuentran en la elogiada película Saraband. Ahora se enfrentan no sólo al desgarro de la impostura o la incomunicación, sino también a la ausencia de seres queridos, a un fin que saben próximo. Con la aparición del hijo y la nieta de Johan, los personajes se encuentran de dos en dos, como en la zarabanda ­danza lenta y grave en la que las parejas se hacen y deshacen­. Se abren y cierran heridas, afloran tensiones sin resolver, y asoman esperanzas, nostalgias.



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