lunes, 26 de abril de 2010

Joseph Joubert, Sobre arte y literatura

Sobre arte y literatura
Joseph Joubert
Traducción de Luis Eduardo Rivera
Periférica. Cáceres, 2008


Nota editorial
Sobre arte y literatura ofrece una amplia selección de los pensamientos que sobre ambos temas –que son, quizá, aquellos acerca de los que mejor se expresó su autor, y en los que más contemporáneo nuestro parece– escribió uno de los más desconocidos, pero también interesantes, escritores del tránsito del siglo XVIII al XIX: Joseph Joubert, «autor sin libro, escritor sin escrito», según dijera Blanchot, uno de sus mayores exégetas. En 1838, catorce años después de la muerte de Joubert, su amigo Chateaubriand se encargó de realizar la primera selección del Diario de aquél: «A través de la belleza de estas páginas podrá verse lo que perdí yo y lo que perdió el mundo. Podremos no estar de acuerdo con Joubert, pero ¿cómo abarcar el poder de su genio? Nunca pensamiento alguno había provocado tantas dudas a la inteligencia, ni planteado cuestiones tan elevadas, ni inquietado tanto».

«Desde hace cinco años, he tratado de limitarme a lo que me interesa apasionadamente, descubrimientos que he querido compartir. Los Cuadernos de Joubert, por ejemplo, o Para una tumba de Anatole, de Mallarmé. Las dos obras me parecen extraordinarias, diferentes a todo cuanto haya leído jamás.» (Paul Auster)

Joseph Joubert nació en Montignac-le-Comte y murió en Villeneuve-sur-Yonne en 1824. En 1778 se estableció en París. Ferviente defensor en un primer momento de la Revolución, con algunas de cuyas instituciones colaboró estrechamente, se sintió más tarde, debido a algunos excesos, decepcionado. En 1800 conoció a Chateaubriand, quien sería uno de sus mejores amigos, al igual que Louis de Fontanes. Durante el Imperio, y gracias a las recomendaciones de este último, consiguió un puesto de inspector de universidades y, poco después, de consejero. Según Sainte-Beuve, no abandonó durante esa etapa «sus lecturas, sus sueños, sus charlas, bastón en mano, prefiriendo pasear diez millas que escribir diez líneas». Caminar y aplazar la obra, ése parece ser el lema de Joubert, a quien Maurice Blanchot dedicara uno de sus textos más encomiásticos: «Joubert y el espacio», incluido en El libro por venir (1959), y del que sólo teníamos en español hasta hoy la breve, pero excelente, selección de sus pensamientos que en 1995 llevara a cabo para la editorial Edhasa Carlos Pujol.

«En Joubert he encontrado el magisterio que brota tanto del silencio, paradójicamente, como de la templanza.» (Leonardo Sciascia)

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Sobre arte y literatura, de Joseph Joubert
Por Javier Ozón Gorriz, de Letras libres

Joseph Joubert es un caso insólito en las letras francesas: nacido en 1754, en la pequeña aldea de Montignac, a los catorce años se desplazó a Tolouse para estudiar en el colegio de los Padres Doctrinarios, en donde con el tiempo sería nombrado instructor. En 1778, impelido por su vocación literaria, se trasladó a París. Allí conoció a d’Alembert y Diderot –con quien llegó a intimar– y también a Louis de Fontanes. Espíritu librepensador, ateo y anticlerical, recibió con alborozo el estallido de la Revolución y más tarde ocupó, durante un breve intervalo de tiempo, el cargo de juez de paz de Montignac. Recién comenzado el siglo XIX, Joubert trabó amistad con Chateaubriand –que acababa de regresar de su exilio londinense– merced a Fontanes y fue partícipe de la pequeña comunidad de escritores y artistas conocida posteriormente como “Grupo de Chateaubriand”. A partir de 1806, tras la creación de la Universidad Imperial, desempeñó el cargo de Inspector General de Universidades y también el de Consejero, puesto del que sería depuesto tras la abdicación de Napoleón. Murió en París en 1824, después de haberse convertido resignadamente en un hombre creyente, monárquico y conservador.
Lo más asombroso de Joubert, con todo, no es su biografía sino su fama póstuma dentro del Olimpo de la literatura francesa, hecho insólito si se considera que no publicó nada en vida. En efecto, Luis Eduardo Rivera –responsable tanto de la presente edición como de esa otra joya de la editorial Periférica titulada Pensamientos y rivarolianas de Antoine de Rivarol– nos informa en el prólogo que encabeza el libro de que, en el momento de su muerte, “Joubert no había publicado un solo libro, ni dejó nada para publicar”. Todo lo que legó a la posteridad se redujo a sus papeles personales, más de nueve mil páginas, “rescatados del olvido gracias a la devoción de su esposa y de sus amigos”. Y así fue: catorce años después de su muerte, Chateaubriand publicó a instancias de la viuda de Joubert una selección de esas notas manuscritas bajo el título de Recueil des Pensées de M. Joubert, lo que le garantizó –no obstante tratarse de una edición no venal dirigida a los círculos íntimos del autor– un lugar de honor en las letras francesas. Algo que, por otro lado, no debería extrañarnos si convenimos con Rivera en que los aforismos de Joubert constituyen una de las “reflexiones más sutiles y coherentes que haya producido hasta hoy el pensamiento francés”, además de una suerte de tratado literario cuya fecunda originalidad convierte a su autor en un “precursor del pensamiento estético contemporáneo”.
Dada su escasísima obra, parece natural que Joubert no haya gozado de apenas difusión en nuestro país. Hasta la fecha sólo podía encontrarse una edición de Carlos Pujol de 1995 –reimpresa en el 2002– además de una traducción al catalán de 1918 (debida principalmente a Eugeni d’Ors), a las que se vendría a sumar ahora este pequeño volumen, publicado por Periférica bajo el título de Sobre arte y literatura y que no es, a su vez, sino una selección del Recueil des Pensées que Chateaubriand publicó en 1838. En esta nueva edición el criterio, tal y como subraya el propio título, ha sido simple: se han escogido aquellos pensamientos que discurrían sobre arte y literatura; pequeños párrafos superpuestos sin una solución de continuidad aparente pero que presentan, no obstante, una indiscutible unidad de conjunto.
El libro está compuesto, así, por pequeñas píldoras que versan principalmente sobre el arte de escribir y que han sido escritas con una exactitud de pensamiento, una elegancia de estilo y un encanto dignos de las mejores páginas de Schopenhauer y también de Thomas de Quincey, de los Pensamientos de Leopardi e incluso de algunos de los más memorables párrafos de William Hazzlitt, Voltaire o Diderot. Uno se pregunta cómo un hombre así pudo resignarse al silencio editorial. Pero, en fin, se conoce que a las molestias necesarias para publicar un libro, Joubert prefirió los placeres del paseo, la lectura y la amistad. Sobre arte y literatura podría calificarse como la obra de un espíritu contemplativo que no llega a terminar nunca un libro pero que reflexiona incansablemente sobre el oficio de escribir. Y lo hace con tal rigor y lucidez, que al final uno tiene la sensación de haber comprendido esa reticencia suya a publicar sus palabras: debió de sufrir tantos escrúpulos que prefirió guardar silencio a incumplir los preceptos que trataba de atribuir al arte de la escritura.
A todas esas cualidades cabría, finalmente, sumar otra que no debe ser menoscabada; a saber, el indudable valor de la obra de Joubert como antídoto contra toda esa pléyade de pensadores galos de penúltima generación (Deleuze, Lipovetsky, Kristeva) que tantas horas nos han hecho perder tontamente con su afectada cháchara culturalista. Porque entre las muchas virtudes de Joubert, no es la menos importante la pasmosa claridad con que expresa pensamientos profundos, principio que rige toda su escritura y que queda asimismo reflejado en muchos de sus más significados aforismos: “Ciertos escritores se crean noches artificiales para dar un aspecto de profundidad a su superficie y más relumbre a sus luces mortecinas.”; “Los buenos libros filosóficos son los que exponen con claridad lo que es oscuro en el mundo, y para todo el mundo.”; y de remate “No hay peor cosa en el mundo que una obra mediocre que aparenta ser excelente.”
Bueno, pues he aquí justamente lo contrario: una obra de apariencia modesta pero riqueza incalculable, un hermosísimo conjunto de pensamientos que son además un prodigio de hondura, síntesis y elegancia. No se permitan perdérselos.
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El delicado bartleby y Joseph Joubert
Por Jesús Ortega

Mirar el mundo desde un rincón de timidez o desde un alma dolorida o desde una estética ajena a las modas puede ofrecer a cambio la oportunidad de dejar una obra artística relevante. A los tímidos, los inseguros, los delicados, los timoratos, los escrupulosos, los heterodoxos, los rebeldes, los místicos, los perfeccionistas e insatisfechos de toda laya la fortuna los compensa a veces con una rara lucidez de la que carecen quienes que van pisando fuerte. La energía del oportunista se malgasta en astucias, todo ese arduo trabajo del medro que embota la sensibilidad. Luego llega la posteridad con sus compensaciones, y los que en vida triunfaron son borrados de la memoria colectiva, mientras que algunas obras tímidas de artistas tímidos (Joseph Joubert, por ejemplo) obtienen inesperados reconocimientos póstumos, como si hubiesen sido escritas para los lectores de doscientos años después.

Digo a veces, algunos, tal vez. No basta con haber vivido una vida oscura y escrito una obra en los márgenes para que la posteridad automáticamente otorgue su compensación. Ese es un falso mito que circula como consuelo entre los escritores secretos. Querido escritor secreto: si sueñas con la esquiva gloria, tal vez no seas tú de los elegidos. Sospecho que los de verdad buenos son los que se quedan a solas con su arte, siempre, sin rencor, pase lo que pase. Aunque quién sabe.

Las obras completas de Joseph Joubert son sus cartas y los cuadernos de notas que escribió durante cincuenta años. No publicó nada, nunca. No enseñó a casi nadie lo que escribía. Aunque en su juventud hizo algún amago de escribir "libros bonitos", acordes con las modas de la época, muy pronto desistió de la vulgar tarea de terminar (o comenzar) un libro. "Su pasión fue el fragmento, lo conciso, la frase rodeada de silencio" (Juan Malpartida).

No es que a Joubert lo rechazaran los críticos o editores de la época. Es que nunca le dio la gana de publicar. Autor sin libro, escritor sin escritos, como dice Maurice Blanchot en El libro que vendrá (y después parafraseará Vila-Matas en Bartleby y compañía). "Fue uno de los primeros escritores totalmente modernos: nunca escribió un libro. Sólo se preparó a escribir uno..."

Joubert se sabía perezoso, escrupuloso, postergador. No le interesó el éxito social. Fue incapaz de "trabajos largos", estuvo negado para el "discurso continuo". Tuvo una vocación irresistible por el silencio (Thibaudet). Si buscó la verdad fue para poseerla, no para difundirla (Beaunier). A lo sumo para compartirla con unos pocos amigos en paseos y conversaciones. Para ejercer de encantador público hubiera tenido que salir de su vida interior, correr riesgos (Billy), y arriesgarse le daba una pereza invencible.

Además de Chateubriand, su mejor amigo fue un tal Louis de Fontanes, diputado, ministro, senador e incluso poeta, ejemplo eximio de triunfador en vida. Carlos Pujol, en su edición de los Pensamientos de Joubert, lo define así: "Y Fontanes (a quien la posteridad ha olvidado con toda justicia, vengándose así de sus éxitos) resume otros aspectos que Joubert aborrece: el espíritu servil, el arribismo, la oportunidad siempre aprovechada para medrar, la mano izquierda, ese habilísimo don para fingir que uno es alguien y, además, necesario. Fontanes, el triunfador, el figurón del primer Imperio". "A su sombra Joubert se hace aún más retraído, más independiente, más vergonzoso y modesto". Se gustaron, quizá porque los contrarios se atraen y porque era imposible que se hicieran daño: Fontanes tenía cosas que, a su manera, Joubert envidiaba, y Joubert era el amigo perfecto para alguien como Fontanes, pues jamás podría ser su competidor en la arena pública. Pero quien brilló y estuvo atento a la moda ha sido olvidado, como esa vajilla de los aparadores que cría polvo y nunca se usa, y quien escribió para sí mismo al margen de su tiempo ha encontrado tiempo después sus lectores.

Joubert no escribió fáciles y pulidas máximas para hacer brillar su ingenio. No fue un aforista profesional. En su obsesiva búsqueda de la perfección, fue dejando en sus cuadernos retazos, fragmentos, reflexiones finísimas sobre el arte y la vida que empezaron a ser publicadas (en edición reducida y no venal) catorce años después de su muerte. Dejando aparte su platonismo (que no entiendo), me gustan su delicadeza, su ligereza, su sensibilidad, su ausencia de sermones, su capacidad de escucha, su exquisita profundidad en todo lo relativo a los libros, la lectura, la crítica, la escritura.

A la solitaria traducción de Carlos Pujol se han sumado últimamente las de José Antonio Millán Alba, Salustiano Masó, Luis Eduardo Rivera y Manuel Serrat Crespo. Ahora Joubert es algo menos secreto entre nosotros. Cada traducción de sus aforismos contiene matices y aromas propios. Empezamos mañana.

MAURICE BLANCHOT, "Joubert y el espacio", El libro que vendrá. Caracas, Monte Ávila Editores, 1992. Traducción de Pierre de Place.

ENRIQUE VILA-MATAS, Bartleby y compañía. Barcelona, Anagrama, 2000.

[el blog de Jesús Ortega. Cuaderno de notas de vida y literatura. Junio/2008]

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A caballo entre el XVIII y el XIX, testigo y entusiasta seguidor al principio de la Revolución Francesa, para luego quedar profundamente decepcionado, Joubert sigue vivo y vigente en nuestros días por sus luminosas y acertadas frases sobre arte y literatura. Como ésta: “El pulido y el acabado son al estilo lo que el barniz a los cuadros; los conserva, los hace durar, de alguna manera los eterniza”. En efecto: como estos aforismos y fragmentos extraídos de sus diarios de más de 9000 páginas, cuyo pulido permite que apreciemos aun hoy su frescura.

Otras citas de Joubert:


“Aquel que tiene imaginación, pero carece de conocimientos, tiene alas, pero no tiene pies.”

“Aquellos que nunca se retractan de sus opiniones se aman a ellos mismos más que a la verdad.”

“Cierra los ojos y verás.”

“Con el genio se inician las grandes obras, pero sólo con el trabajo se les acaban.”

“El teatro debe divertir, noblemente, pero nada más que divertir. Pretender hacer de él una escuela de moral es corromper a la vez la moral y el arte.”

“La abeja y la avispa liban las mismas flores, pero no logran la misma miel.”

“La imaginación es el ojo del alma.”

“La justicia es la verdad en acción.”

“La música, en los momentos de peligro, eleva los sentimientos.”

“La prudencia es la fuerza de los débiles.”

“La ternura es el reposo de la pasión.”

“Lo que sorprende, sorprende una vez, pero lo que es admirable lo es más cuanto más se admira.”

“Unos gustan decir lo que saben; otros lo que piensan.”

"Este globo es una gota de agua; el mundo es una gota de aire. El mármol es aire, es pesado ... Sí, el mundo es de gasa, e incluso de gasa clara. Newton sopesó que el diamante tenía ... a veces más vacíos que llenos, y el diamante es el más compacto de los cuerpos ... Con sus gravitaciones, sus impenetrabilidades, sus atracciones, sus impulsos, y todas esas fuerzas ciegas sobre las que los sabios hacen tanto ruido... qué es toda la materia, sino un grano de metal vaciado, un grano de vidrio ahuecado, una burbuja de agua bien henchida donde juega el claroscuro; una sombra, finalmente, donde nada pesa por sí, nada es impenetrable más que para sí."


Joseph Joubert
Pensaminetos
Península, 2009

«Quisiera que los pensamientos se sucedieran en un libro como los astros en el cielo, con orden, con armonía, pero fácilmente y a intervalos, sin tocarse, sin confundirse; y no obstante no sin seguirse, sin concordar, sin combinarse. Sí, quisiera que fluyesen sin agarrarse y sujetarse, de modo que cada uno de ellos pudiera subsistir independiente. Nada de cohesión demasiado estricta; pero nada tampoco de incoherencias: la más leve es monstruosa» (Joubert).

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