sábado, 3 de abril de 2010

Entrevista a Thomas Bernhard (II)


No bien me ve, la tía quiere irse. Va a dar un paseo, dice, con su sombrilla. Bernhard atrapa la frase al vuelo para implicarla en una conversación. Quiere dar, corrige, ¡un paseo al sol con su paraguas! Como si ella hubiese confundido los términos. Pero ella sostiene que la sombrilla es la sombrilla y que tiene un segundo ejemplar para la lluvia.
Eso no es prueba de nada, dice Bernhard, son entonces dos paraguas. La tía se sienta. Y heme aquí, espectador de una escena teatral. Es una escena erótica, me digo. En lugar de contactos hay palabras, y las palabras son los abrazos. Oprimo el botón de registro de mi grabador y pronuncio mi primera frase, como si esta puesta en marcha señalase el momento de mi réplica: “La cuestión es saber en qué se distingue una sombrilla de un paraguas”.
“Por el color”, responde su tía. “Si es negro, es un paraguas. En mis tiempos, era siempre así”.
“¿Por el color? siempre he creído que también por las puntillas”.
“Sí, bueno. Eso puede haber estado de moda en una época”.
“Sí, vamos mi pequeña, dice Bernhard, la moda cambia cada dos o tres años; luego en la vida se ha visto prácticamente todo”.
“No, mira, dice la tía, ha sido siempre una cuestión de color. Sé también lo que he visto durante sesenta años de mi vida”.
Bernhard: “... y en Viena además; en 1900 la gente se paseaba ciertamente con toda clase de paraguas de lo más extravagantes”.
La Tía: “Sí, las sombrillas, no digo lo contrario”.
Bernhard: “No vamos a matarnos mutuamente por un paraguas”.
La Tía: “No soy bastante vigorosa, encontraré otra cosa que valga más la pena”.
Bernhard: “¿Acaso es posible, por otra parte, matarse mutuamente?".
(...)
La tía mira por la ventana.
“De hecho, dije yo, uno se pasa todo el tiempo diciendo idioteces. Pero está muy bien eso de poder poner a continuación esas idioteces en el papel. Me pregunté durante todo el trayecto: ¿Cómo hacerlo hablar? Y ahora usted habla sin que se lo pida”.
¿Adónde se han ido mis preguntas? me dije. No eran más que falsas preguntas. He llegado más allá de esas preguntas. “La razón por la cual he venido es que quiero un texto suyo, poco importa cuál sea. Pues es usted el último...”.
Bernhard: “... de los últimos”.
“No, la cúspide. Pero ya no soy capaz de hacerle preguntas”.
“No hay problema”.
La Tía: “Hace mucho tiempo que me pregunto. ¿Un reportaje? Una entrevista sin resistencias ¿qué es lo que puede dar?”.
Bernhard: “Nada se da sin resistencia”.
La Tía: “Sí. Cuando concedes una entrevista estás obligado a contestar”.
Bernhard: “Y por qué?”.
La Tía: “Es una expresión: entrevistarse sin resistencia”.
Bernhard: “Las expresiones son peligrosas para un escritor. Todo lo que dice un escritor lo desenmascara, en tanto tenga máscara".
La Tía: “Todo el mundo tiene una”.
Bernhard: “Porque le crece en la cara de un momento para otro. Solamente no ocurre cuando se está muerto. La última máscara es la máscara mortuoria. (...)
La Tía: “¿Te acuerdas de la historia que te conté un día, de ese médico que no había ejercido nunca, y del entierro donde de pronto salió una mano de la tumba y el médico inmediatamente la atrapó y se dio cuenta de que todavía tenía vida; apenas algunas semanas después pudo ejercer de nuevo su oficio”.
Bernhard: “Cómo es eso, puesto que no lo había ejercido nunca no pudo ejercerlo de nuevo.”
La Tía: “No el médico, el cadáver”.
Bernhard: “Razón de más, un cadáver no puede ejercer un oficio”.
La Tía: “Quiero decir aquel que se tomaba por un cadáver”.
Bernhard: “El presunto cadáver. El pretendido entierro”.
Me extraño de que la tía soporte esas bromas insistentes sobre la muerte. Tiene ochenta y cinco años y no es la tía sino una enferma que B. había conocido a los 19 años en el hospital para enfermos pulmonares, cuando los médicos lo habían abandonado. (...)
Bernhard: “Guardo mis muertos para mí. No los dejo salir de mi bolsillo. A veces, solamente, para hacer chantaje, muestro algunas cabezas de muertos y amenazo un poco; después las guardo”.
“¿Estas bromas y estas historias no la remiten constantemente a su propia muerte?”.
La Tía: “Eso no me molesta. De todos modos, es mi despertar de todas las mañanas”.
Bernhard: “De todos modos, te despertarás en el Paraíso”.
La Tía: “No sé. No sé nada acerca de dónde me despertaré”.
Bernhard: “Quizá sea una encrucijada cualquiera, con carteles que no se comprenden, donde no se sabe hacia dónde ir y sopla un viento glaciar”.
La Tía: “No puede suceder gran cosa. O bien esto continúa, o bien termina”.
Bernhard: “No se puede saber cuándo termina, así que no se puede tener miedo. Primero se está enfermo, después muerto, y un muerto no es nada, a lo sumo una bolsa de plástico que se arroja a la basura”.
Yo: “Con lo mucho que hablamos de la muerte, no puede darnos miedo. (...) Pero la cuestión es: ¿hacia dónde corremos?”.
Bernhard: “Hacia ninguna parte. Uno corre para escapar de alguna cosa, pero se la lleva consigo. La rabia, la desesperación, todo queda en el interior del individuo. Falta todavía un rato para que la separación física se vuelva real... Es posible que no haya separación real. En cada uno de nosotros están presentes todos los seres humanos que se ha conocido en la vida. Somos el resultado de todos esos seres humanos. Todo lo que nos ha sucedido queda en nuestro interior, y nosotros también en el interior de los otros”.
La Tía: “Eso es la inmortalidad. Mientras hay alguno que piense en uno, se es inmortal”.
Bernhard: “Sí, bueno, hay que simplificar las cosas porque no puede hacerse de otro modo. Sólo que nadie sabe lo que es cierto. Y por otra parte, le importa un comino”.
(Hay aquí un corto pasaje en que Bernhard y su tía se dedican a un juego de palabras intraducible).
La tía sale de la habitación y no me queda otra solución que intentar una entrevista:
“¿En qué piensa usted?”.
“En nada”.
“¿En qué pensaba antes de que yo llegara?”.
Bernhard: “Han venido tres hombres que quieren colocar columnas de alta tensión. (...) Cuando se es impotente, el que es algo poderoso puede hacer lo que quiera”. (...)
“¿No muestra nunca sus sentimientos?”
“Soy siempre amable con la gente”.
“¿Hay alguna cosa a la que le tenga miedo?”
“Siempre se tiene miedo”.
“Por ejemplo, ¿ser víctima de una agresión?”.
“Nunca he tenido miedo, realmente, a las agresiones. De otro modo viviría constantemente en el temor. Si alguien me agrede, y bien, me agrede. Se verá lo que sucede. No se sabe. Hay gran cantidad de posibilidades. Si alguno me quiere matar, lo hará de todos modos. Evidentemente, para el asesino es necesario no aflojar”.
“Pero ¿qué sucedería si no lo asesinara sino que quedara allí sólo como factor de perturbación?”.
“Nadie queda eternamente. (...) Las personas que hacen una tentativa la concluyen siempre, si no se volverían locos. Este género de tentativas es casi como un acto sexual. Tampoco se lo soporta si no llega a una conclusión Se puede retardarlo, lo cual puede procurar un gran placer, pero no creo que pueda contenerse un año. Todo va hacia la finalización. Pero ¿para qué sirve eso si cuando hay uno que se aleja, hay otro que acecha? No tiene sentido. Se liquida a uno y hay otro mucho más grande que llega detrás”.
“Allí, ¿usted es el asesino?”. (...) Usted me ha escrito que le sería indiferente ser asesinado por mí, lo que me ha asombrado, porque esto no estaba en absoluto en mis intenciones”.
Bernhard: “¿Cuándo le he escrito eso?”.
“En febrero, después de su viaje a Yugoslavia, que no le gustó en absoluto”.
“Gustar, qué quiere decir eso. No es exacto”.
“¿Por qué, pues?”
“Es que no funcionó”.
“¿La escritura?”
“Evidentemente, la escritura”.
“¿Tiene necesidad de silencio para escribir?”
“De hecho, puedo escribir en cualquier parte, cuando llega el momento. Hasta puedo escribir en medio de la gente, con un ruido espantoso, cuando las cosas están a punto, y cuando las cosas no están a punto, el silencio puede ser tan grande, tan ideal como se quiera pero no marcha. No hay lugar preciso ideal”.
“¿Qué hace cuando no puede escribir?”
“Es espantoso, absolutamente espantoso. Pero finalmente uno se enamora de eso también, puesto que se sabe que hay primero muchos meses de horror. (...) Lo que nos mantiene es la tensión. Mientras se soporta no escribir, no se está obligado a hacerlo. Rilke dice que no se tiene derecho sino cuando se está obligado. De hecho no se está obligado a nada, se está obligado a ir hasta el fin, y ni siquiera eso”.(...)
Yo: “¿Cómo llegó a la primera publicación?”.
Bernhard: “Eran poemas. Porque escribía muchos y me figuraba que eran mejores que los de Rilke, Trakl y los de todo el mundo. Se los llevé a Otto Müller. Se sentó, eligió algunos y efectivamente aparecieron. Era 1956. En esa época yo era muy ambicioso, muy pretencioso, y todo eso. Después, cuando se ha llegado, se ve que eso no es nada en absoluto. En el momento es como el sentimiento de subir a una cima. Pero cuando se está arriba se percibe que eso no tiene fin. A fin de cuentas, no es nada en absoluto. (...) ¿... usted ya almorzó?”.
Bernhard propone una posada de Steyermühl. En la puerta hay un cartel: Descanso hebdomadario.
Bernhard: “No es un descanso hebdomadario, es el descanso eterno”. (...)
“¿Ha intentado suicidarse alguna vez?”
“Cuando era niño quise ahorcarme, pero la cuerda cedió. Tenía siete u ocho años. Después, me maldijeron diciendo que era un niño exaltado que quería hacerse el interesante atrayendo la desgracia sobre la familia”.
“¿Siempre piensa en suicidarse?”
“Es un pensamiento que siempre está allí. Pero no, por lo menos en este momento”.
“¿Por qué?”
“Creo que por curiosidad, por pura curiosidad. Sólo la curiosidad, creo, me mantiene con vida.”
“¿Cómo es eso? Otros ni siquiera son curiosos y viven sin embargo”.
“Pero yo no estoy contra la vida”.
“Hay quienes, en embargo, consideran sus libros como una incitación al suicidio”.
“Sí, pero nadie me sigue. Hace quince días encontré de pronto delante de mi ventana a una mujer que me dijo que era necesario que me hablara. Dijo: Antes de que sea tarde. Le dije: ¿Usted se quiere suicidar? Me dijo: No, pero usted sí. Le dije: Vuelva a su casa. Dijo no, es necesario que entre en su casa. Le dije no, es imposible, me voy a acostar en seguida. Dijo: No tenga miedo, tengo ya un marido, no tengo intención de ir a la cama con usted... Todo esto pasaba con la ventana abierta y cuando la quise cerrar, metió el dedo entre los batientes. Le dije: le aplasto el dedo. Entonces lo retiró, cerré la ventana y me recosté. Un rato después miré para afuera, estaba todavía en el patio. Se fue en un momento cualquiera y me mandó una carta diciendo que el día tal, a la hora veinte, en el cementerio junto al portal de la derecha, me esperaría. Pero ese día no estaba yo en casa. Entonces me escribió otra carta, de dieciséis páginas, donde contaba su vida. Quería probablemente suicidarse conmigo en el cementerio.” (...)
Yo: “¿Se ríe también cuando está solo?”.
“Me ha ocurrido reír solo, pero muy raramente. No importa qué situación, puede ser la mía propia, cuando algo me parece repentinamente ridículo”.
“¿Aun de su desesperación?”
“Sí, también.”
(...)
“Cuando se reflexiona demasiado todo termina por parecer idiota. Si reflexiono primero en lo que voy a escribir y me ocupo de eso demasiado tiempo, no escribo nada”.
Yo: “Sigo asombrándome de que sea tan productivo ya que es consciente de lo absurdo de la escritura. Escribe sobre lo absurdo de la vida y vive. Casi se podría creer que es una deshonestidad”.
“Aunque fuese una deshonestidad, la cosa no cambiaría nada. El nombre que se le dé no importa en absoluto. No se sabe nunca cómo nacen las cosas realmente. Uno se sienta, es todo, y es un esfuerzo que sobrepasa nuestra capacidad y después, un día, está terminado. (...) Ni la razón ni nada que se parezca al intelecto impiden hacerlo. Se lo hace o no se lo hace, es todo.”
Yo: “¿Puede imaginarse en un estado de ánimo en el que perdiera el control de sí mismo?”.
“No, no lo pierdo nunca. Pero eso no significa nada. ¿Qué quiere oír?”.
“Que no se suicidará”.
“Nada ni nadie está a salvo de ello (...). Existen sistemas fantásticos en los que se cree que se ha erigido algo definitivo y enorme, y un instante después, ya no queda nada de ello. Una construcción de cemento no es sino uin castillo de naipes. Basta que llegue la ráfaga precisa. (...) No puedo imaginar que alguien se suicide en un estado en que se observa a sí mismo, si se supone naturalmente que no crea en una vida después de la muerte. ¿Un verdadero ateo no se ha dado muerte nunca delante de un espejo?”.
Yo: ....
Bernhard: (...) No hay nada que no pueda imaginarse, porque cada hombre es perfectamente diferente. No hay tampoco filosofía que sea válida, que valga para ningún otro que para aquel que la hizo. (...) Las verdades cambian constantemente, además, en el interior mismo de la persona. El hombre vive absolutamente por nada o por todo. (...) Cada segundo es un punto de partida. Se está siempre en la situación primera, sólo que hoy existe el nailon, pero ¿qué son estas cosas? Camisas de fuerza que la humanidad se inventa para tener una vez más de qué escapar”.
Yo: “Su característica personal, escribe en la autobiografía, es la indiferencia”.
Bernhard: No es posible decir eso, así como así. Nada me es indiferente, pero es necesario que todo me sea indiferente. De otro modo la cosa no podría continuar. Es la única frase que sobre ello puedo pronunciar.
Yo: “La frase ‘quiero estar solo’ ¿es todavía verdadera?”.
"No tengo otra solución que la soledad para llegar al fin de mis días. La proximidad me mata. Pero no debo quejarme. La culpa de todo está en uno”.
Yo: “¿Existe algo que pueda eventualmente reemplazar la escritura?”.
“Nada puede ser nunca reemplazado”.
“¿Qué haría si un día no tuviera más ideas?”
“Esa clase de preguntas no conducen a nada. Como si le preguntara a una cantante que haría si no tuviese más voz. ¿Qué debería responder? ¿Qué cantaría aires mudos? De todos modos, cada vez que se escribe algo se cree que se acabó, que no se puede y que no se quiere más. Pero ninguna otra cosa me interesa.”
“¿Y si encontrara mañana el gran amor?”
“No podría impedirlo”.
THOMAS BERNHARD nació en 1931 en Holanda y murió en 1989 en Austria.
Principales obras: Trastorno, Corrección, Los maestros antiguos, , El sótano, Helada, Extinción, El imitador de voces, El origen.


[Entrevista de André Müller (1979) – fragmento extraído de Thomas Bernhard, Tinieblas (Barcelona, 1987).]

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