martes, 30 de marzo de 2010

El mar no baña Nápoles, de Anna Maria Ortese

Tal y como se lee en una entrevista anterior con el famoso editor de Adelphi, Roberto Calaso, Anna Maria Ortese es probablemente la más importante escritora italiana. En Italia había estado bastante olvidada hasta que Calasso la rescató para su colección.
En España solamente Juan Ramón Masoliver, con su interesante olfato, había traducido La iguana en 1968 para la editorial Destino. Hasta los años noventa, en que Alfaguara y Anagrama editaron algunos títulos importantes (probablemente difíciles de encontrar en este momento), no hubo nada más. Ahora la editorial Minúscula de Barcelona, cayendo sabiamente en la cuenta, publica esta colección de textos.
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Escritora y periodista italiana nacida en Roma. Nació en una familia “sin ningún relieve social”, quinta de seis hermanos. La pobreza al borde de la indigencia, las continuas peregrinaciones de casa en casa de un extremo al otro de Italia y, después, un aislamiento absoluto caracterizaron gran parte de su existencia. Aunque en 1933 ya había comenzado su Feria literaria, Anna Maria Ortese sólo había realizado los estudios elementales en Trípoli; más tarde frecuentó un instituto de preparación para el trabajo y estudió varios años de piano. Angélicos dolores (1937), colección de relatos fantásticos, marcó el inicio de su producción literaria. Fue editada por Bompiani a propuesta de Massimo Bontempelli. Dieciséis años después, otro gran intelectual, Elio Vittorini, logró publicar en Einaudi el segundo libro importante de la escritora, El mar no llega a Nápoles, una colección de textos a medio camino entre el cuento realista y la crónica. Posteriormente comenzó a viajar por Italia y por el extranjero como periodista: sus reportajes fueron reunidos en 1991 en La lente oscura. En 1975 se trasladó a Rapallo.


La escritura es buscar la calma y, a veces, encontrarla. Es el regreso al hogar. Lo mismo sucede con la lectura. La gente que escribe o lee de verdad, es decir, para sí misma, vuelve a casa, se siente bien. Las personas que nunca escriben ni leen, o lo hacen por obligación, por razones prácticas, están siempre fuera de su hogar, aunque tengan muchos. Son pobres, y empobrecen la vida.
(Anna Maria Ortese, Feria literaria.)


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Temo no haber visto nunca verdaderamente Nápoles, ni la realidad en general (...) Lo que me ha permitido acercarme a una y otra, y hablar de ello en algún libro, han sido las emociones, e incluso los sonidos y las luces.

De esa manera habla Anna Maria Ortese de los cinco relatos que forman parte de El mar no baña Nápoles (1953). Precedidos de la nota que redactó la autora para la reedición de 1994, los publica en España Editorial Minúscula con traducción de Francesc Miravitlles y el añadido de Las chaquetas grises de Monte di Dio, un texto de Anna Maria Ortese sobre el grupo Sud.

Tras la publicación de estos relatos, en los que tuvo que elegir entre visión y valoración, la narradora tuvo que abandonar Nápoles. Con una técnica mostrativa que recuerda en algunos de ellos (Las gafas) al neorrealismo cinematográfico y literario, los relatos de El mar no baña Nápoles, en los que se prefiere ver a valorar la dura realidad napolitana, se publicaron con un prólogo de Elio Vittorini y reflejan la vida de una ciudad devastada por la guerra.
Pero son más que eso. En ellos, además de su talento literario y su eficacia narrativa, Anna Maria Ortese proyecta su neurosis y su desarraigo, su experiencia del mundo y el mal. El dolor propio lo transfiere en consecuencia a la realidad de la vida cotidiana.
Por medio de las emociones y de las sensaciones, lo que se nos transmite es una visión que no entra a valorar una realidad amarga a través de una mirada implacable, pero también compasiva sobre la miseria, la enfermedad, el frío y la humedad. Escritos con una voz a la vez distanciada y cálida, los relatos de El mar no baña Nápoles tienen como referencia inmediata esa ciudad, pero más allá de eso son una visión de la condición humana, una crónica del desarraigo.

A través de los diálogos y las descripciones, la mirada de Anna Maria Ortese (emparentada con la de Chejov) se proyecta hacia fuera, pero no renuncia a mirar hacia dentro de los personajes, a base de monólogos interiores, reflexiones o recuerdos para reflejar la "oscura sustancia del vivir" con una técnica en la que conviven lo narrativo con la visión febril, el amor con el odio, la voz de la sibila que aparece en el espléndido El silencio de la razón con la actitud testimonial de fondo.
De entre los cinco relatos del libro, los narrados en tercera persona son los que están más próximos a la actitud testimonial; mientras en los otros la primera persona las acerca aparentemente al reportaje y transmiten una imagen crítica de la realidad social o cultural a través de una escritura visionaria.
Quizá entre todos ellos el lugar central lo ocupe el que se titula La ciudad involuntaria. Me parece que es el que mejor resume el tono del libro. Termina con estas líneas:
Comenzaba la noche en los Granili, la ciudad involuntaria se disponía a consumir sus pocos bienes en una fiebre que dura hasta la mañana siguiente, momento en que empiezan de nuevo los lamentos, la sorpresa, el luto, el inerte horror de vivir.

[Santos Domínguez, entrada revista Encuentros]
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Anna Maria Ortese (1914-1998)
por Domenico D'agostino
Su arte fue admirado por muchos de sus contemporáneos, como por ejemplo Massimo Bontempelli y Elio Vittorini, sobre todo por la profundidad de su escritura y la particular personalidad de una escritora que no se podía asimilar con ninguna influencia exacta. Sensible y atenta a la realidad, su gran capacidad de representar situaciones cotidianas la acercan a la corriente neorrealista desde el punto de vista del contenido, aunque el registro estilístico utilizado por la escritora la pone más cerca al realismo mágico presente en algunos autores hispanoamericanos de la época. En 1953 ganó el Premio Viareggio con Il mare non bagna Napoli, publicado en el mismo año, una colección de relatos que ofrecen un sutil y penetrante retrato de la ciudad napolitana en aquella época, a medio camino entre el cuento realista y la crónica. En 1965 publicó la novela L’iguana, una fábula misteriosa, caracterizada por la polémica moral y los matices fantásticos, seguida por Poveri e semplici (1967), con el cual obtuvo el Premio Strega en el mismo año, una historia amorosa ambientada en Milán que se entrelaza con la política, La luna sul muro (1968), L'alone grigio (1969), Il porto di Toledo (1975), Il cappello piumato (1979), Il cardillo addolorato (1993), Alonso e i visionari (1997), donde se reconoce plenamente su inconfundible estilo de visionaria y transfiguradora de la realidad.
Retraída e introvertida su vida fue caracterizada por el aislamiento y la soledad (nunca se casó y una vez llegó a decir que siempre había estado sola como un gato), la pobreza y la indigencia. Esta voluntad de quedarse apartada de los círculos literarios y de los ambientes culturales, ha contribuido a la escasa notoriedad de la que aún hoy en día goza la escritora, ya que, aunque, junto con Elsa Morante, es considerada una de las autoras más influyentes del panorama cultural italiano del siglo XX, la validez cultural de su producción literaria es poco conocida y poco estudiada por parte de la crítica contemporánea. Murió en Rapallo en 1998.

 Se han traducido al español las siguientes obras:

- Ortese, A. M., La iguana, traducción de Juan Ramón Masoliver, Barcelona, Destino, 1968.
- Ortese, A. M., Entre vela y sueño, traducción de María José Jaular, Barcelona, Versal, 1989.
- Ortese, A. M., El colorín colorado, traducción de Esther Benítez, Barcelona, Anagrama, 1995.
- Ortese, A. M., El puerto de Toledo, traducción de Esther Benítez, Madrid, Alfaguara, 1991.
- Ortese, A. M., El colorín afligido, traducción de Esther Benítez, Barcelona, Anagrama, 1995.

Fragmento de El mar no baña Nápoles

Saliendo, Eugenia había tropezado con el escalón.
- Le doy las gracias, tía Nunzia, - había dicho poco después; - yo soy siempre maleducada con usted, le contesto, y usted tan buena me compra las gafas...
La voz le temblaba.
- Hija mía, el mundo es mejor no verlo que verlo, - había contestado con repentina melancolía Nunziata.
Tampoco esta vez Eugenia le había contestado. La tía Nunzia era a menudo muy rara, lloraba y gritaba sin motivo, decía muchas palabrotas, aunque iba a misa con compunción, era una buena cristiana, y cuando había necesidad de socorrer a un desgraciado, ella se ofrecía siempre, con todo su corazón. Non había que echarle cuenta.
Desde aquel día, Eugenia había vivido como raptada, en espera de aquellas benditas gafas que le hubieran permitido ver a todas las personas y a las cosas en todos sus particulares.
Hasta entonces, había estado envuelta en una niebla: la habitación donde vivía, el patio siempre lleno de ropa tendida, el callejón desbordante de colores y gritos, para ella todo estaba cubierto por un velo sutil: conocía bien sólo el rostro de los familiares, la madre especialmente y los hermanos, porque dormían juntos, y alguna vez se despertaba por la noche, e iluminada por la lámpara de aceite, los observaba. Su madre dormía con la boca abierta, se le veían los dientes rotos y amarillos; los hermanos, Pasqualino y Teresella, estaban siempre sucios y cubiertos de granos, con la nariz llena de catarro: cuando dormían, hacían un ruido raro, como si tuviesen unas bestias dentro. Eugenia, alguna vez, se sorprendía mirándolos, sin comprender, pero, que estaba pensando. Sentía confusamente que más allá de aquella habitación, siempre llena de ropa mojada, con las sillas rotas y el servicio que olía mal, había luz, sonidos, cosas bonitas; y, en aquel momento en que se había puesto las gafas, había probado una revelación: el mundo, afuera, era bello, muy bello.


(Traducción de Domenico D'Agostino)

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