Vergílio Ferreira
Pensar
¿Como es posible que ciertos tipos digan bellas frases a la hora de su muerte? El «todo está bien» de Kant, o el «más luz» de Goethe, o el «mañana qué vendrá» de Pessoa, o incluso, a la manera de Sócrates, el «llévense de aquí a las mujeres» de Herculano. A la hora de la muerte lo que se debería hacer es estar callado. Es lo que debería de apetecer a medida que se fuera llegando allí. De ahí que quizás el hecho de que no se pierda el habla, aunque sea el lamento, es la señal de que todavía se está vivo. Pero si la cosa duele, se queda quieto y callado, esperando. La gran verdad de la vida es la muerte. Y un muerto está tranquilo. ¿Cómo es posible que algunos a la hora de la muerte tengan la insolencia de hacer frases?
Vergílio Ferreira
Nunca es tarde para conocer o reencontrarse con autores como Vergílio Ferreira. Escrito a manera de diario fragmentado y sin perder su fuerza lírica, el autor portugués reflexiona sobre política o el papel del intelectual.
Pensar es un libro en los límites. En el límite del género, entre el diario y el apunte ensayístico; en el límite de la posibilidad de pensar y del mismo lenguaje, bajo la invocación de Wittgenstein; en el límite de la vida, con la conciencia de que el final se aproxima. Es, en suma, "una especie de diario de la casualidad de ir pensando", que se construye a sí mismo a través de las principales obsesiones de su autor: la reflexión sobre la condición humana y sobre las grandes preguntas del hombre, el intento por encontrar sentido a las razones de la vida y la muerte, la vejez y el amor, las ideologías y la cultura.
Vergílio Ferreira (1916-1996) es uno de los escritores indispensables de la literatura portuguesa del siglo XX. Un autor que transita del neorrealismo de los años cuarenta hacia una escritura más metafísica y honda, entre el existencialismo y el humanismo. Su obra, desde el meridiano del siglo, reflexiona sobre la identidad del hombre y su lugar social. Y lo hace siempre con un lenguaje sobrio y pulcro al mismo tiempo, que atrapa al lector y lo arrastra al laberinto de preguntas sin respuesta que esconde su pensamiento. Desde novelas como Mudança (1949) o Aparição (1959), publicada por Cátedra en 1983, Vergílio Ferreira construyó una obra sólida en la novela, el ensayo y el diario. Su escritura diarística se inicia en 1980, y consta de una decena de volúmenes que conducen casi hasta la fecha de su muerte.
La editorial Acantilado, en rigurosas traducciones de Isabel Soler, ha emprendido en los últimos años la tarea de introducir a Ferreira en España, tras los primeros avances aparecidos en Seix Barral en los años setenta. A las novelas En nombre de la tierra (2003) y Para siempre (2005) y al ensayo Invocación a mi cuerpo (2003) se une ahora Pensar, este diario fragmentado que huye casi siempre del intimismo sin perder la fuerza lírica. Su estructura responde a una de las características que fue ganando intensidad en la prosa de Ferreira con el paso del tiempo: la fuerza de la elipsis, que nos conduce a la exploración de un nuevo límite: "Lo más importante de una obra de arte es lo que no se dice". Esta estructura fragmentaria, que tiene que ver con "lo impensable de nuestro tiempo", nos conduce por este diario sin indicaciones temporales, en el que conviven reflexiones sobre política o sobre el papel del intelectual a finales del siglo XX con numerosas referencias al acto de la escritura y la lectura, que Ferreira observa con la distancia de un hombre que se sabe al final de su vida (el libro original data de 1992, cuatro años antes de su muerte) y que conserva la lucidez y el escepticismo suficientes como para teñir de ironía cada una de sus observaciones.
Es, en suma, un libro para los amantes del género y, al mismo tiempo, para los amantes de la reflexión filosófica y la novela. Un libro en los límites de la posibilidad de pensar, que pone en tela de juicio casi todo, incluido el propio propósito expresado en el título del libro: "¿Y si fuese una enfermedad?". Una obra en la que se pone de manifiesto una explícita voluntad por intentar comprender la "verdad", aun sabiendo que se trata de una ficción. Tres centenas de páginas más que recomendables para los amantes de las fronteras, que asentirán con Ferreira cuando cierren el volumen y aún resuene en sus cabezas una de sus últimas frases: "Lo imposible es la medida del hombre".
(Antonio Sáez Delgado, 24/02/2007)
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Los pensamientos de Vergílio Ferreira surgen en el filo de lo impensable, con el poder iluminador del estilo que concibe la palabra como límite y posibilidad. Es imposible pensar o escribir ignorando que la palabra sólo es una aproximación a lo indecible. Ferreira sigue el modelo de Pascal, encadenando pensamientos que no pretenden urdir un sistema, pero que sí apuntan hacia un centro constituido por cuestiones fundamentales: la finitud, el cuerpo, la escritura.
Ferreira inicia sus ejercicios espirituales señalando los límites del conocimiento. Los límites del conocimiento son los límites del lenguaje. No hay un lenguaje trascendental, como la lógica, sino multitud de lenguajes, que definen las posibilidades del saber en cada cultura. El hopi es un idioma de Arizona que carece de términos para referirse al espacio y al tiempo. La síntesis trascendental de Kant sería inconcebible en un idioma que excluye estos conceptos. Ferreira sabe que el horizonte de su escritura se corresponde con la tradición lingüística y cultural a la que pertenece. Establecido este presupuesto, el pensamiento empieza a caminar. El escritor es un paseante, que observa el mundo y segrega ideas. La “casualidad de ir pensando” nos enfrenta en primer término con el cuerpo, que es nuestro vehículo de inserción en la realidad. El cuerpo es plenitud, goce, contemplación, pero también es cansancio, vejez, dolor. Tras unas especulaciones que evocan la fisiología de Merleau-Ponty, Ferreira inicia una meditación sobre la muerte. Dios es el nombre de nuestra perplejidad. Más cerca del primer Heidegger que del existencialismo de Sartre, Ferreira entiende que el hombre sólo se constituye en la expectativa de la muerte.
Es inevitable contrastar esta escritura con la de Pessoa. Pensar y el Libro del desasosiego surgen del mismo comercio entre el mundo y la conciencia. Es un comercio mediado por la palabra. En Pessoa hay melancolía; en Ferreira un vigoroso fatalismo. Pessoa considera que “el hecho divino de existir” no puede desprenderse del “hecho satánico de coexistir”. Ferreira cita el conocido aforismo de Sartre (“el infierno son los otros”), pero su escritura siempre apunta hacia el otro (como hombre) y hacia lo otro (como Dios... al que niega). Pessoa define la literatura como “la manera más agradable de ignorar la vida”. Ferreira escribe para “hacer posible lo real”. Escribir para no ser (Pessoa) o para ser, aunque sea sin motivo (Ferreira). Pensar es poesía esencial, filosofía que nace de la carne (como la escritura de Unamuno) y de una dolorosa sensibilidad que se resiste a desaparecer, sin manifestar su gratitud ante la belleza del mundo.
[Rafael NARBONA, elcultural.es]
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Vergílio Ferreira
Para siempre
Para siempre es el libro del recuerdo y del espacio eterno de la intimidad, un largo monólogo hecho de silencio y ausencia. Desde el intenso lirismo de su prosa, Vergílio Ferreira afronta la meditación sobre la existencia y vuelve a iluminar a esa mujer, siempre ausente, que acompaña la experiencia vital. En la frontera entre la ficción y la crónica, el autor portugués crea un escenario de mundos posibles donde lo autobiográfico sirve de motor narrativo a una voz que, desde la soledad y la evocación, analiza su propia individualidad, y en la que la memoria es lo único capaz de sustentar el presente. (Nota editorial.)
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En esta novela de la infancia perdida y del dolor, Vergílio Ferreira se sitúa en la perspectiva de un narrador que ve lo que ya no existe y reflexiona acerca de lo que nunca fue. El novelista portugués deslumbra al construir un sujeto y enfrentarlo a las paradojas del mundo.
Las especulaciones existenciales encerradas en el frasco de Invocación a mi cuerpo (1969), el anterior título traducido por Acantilado, hacen ahora las veces de impasse entre aquella elegía deslumbrante al cuerpo humano, En nombre de la tierra (1990), la novela con la que la editorial inició en 2003 su feliz apuesta por el maestro portugués, y la que ahora traduce, Para siempre (1983), una de sus obras incontestables, atrapada como la anterior en el laberinto de la soledad, y en esa atmósfera afectiva solipsista y asfixiante que los obsesivos narradores de Ferreira urden sin remedio. En nombre de la tierra recogía no pocos frutos maduros ya en Para siempre y hasta en novelas anteriores: João, el anciano prisionero de su memoria que medita, senequista, en torno al paso del tiempo y a la decrepitud del cuerpo hasta la muerte, y que le escribe en forma de monólogo una imaginaria carta de amor a Mónica, su esposa fallecida (siempre la epistolaridad latente en la obra de Ferreira), tiene su precedente en el narrador de la novela que ahora nos ocupa, Paulo, obligado a invocar el recuerdo de su infancia desde la atalaya de su vejez, y asimismo castigado por el destino a sobrevivir a su esposa Sandra y a tejer un monólogo trufado de aflicciones morales (la muerte de su madre, el extravío de su hija Xana), ausencias evocadas, amarguras y fantasmas del pasado que en realidad no se asoman sino para revelar su frustración.
El narrador ve lo que ya no existe y reflexiona acerca de lo que nunca fue. Ferreira deslumbra de nuevo en la tarea de construir el sujeto y enfrentarlo a las paradojas y trampantojos de un mundo cosmogónico y genesiaco que Paulo trata de ordenar mediante su discurso monológico y meticuloso, que avanza por la página, con su fraseo breve y asindético, como los compases de la partitura de un quinteto de viento de su admirado Telemann, ahora irónico como el rigodón, grave después como la gavota, siempre solemne hasta el adagio en el réquiem final.
Del barroco toma prestado también, de la mano de sus lecturas de oratoria sagrada y de poesía clásica en sus años de seminario, el motivo de las ruinas, el del menosprecio de corte y alabanza de aldea (Paulinho anhela el pueblo de su infancia; Sandra pertenece a la ciudad), la querencia hacia la idea del tiempo omnipresente, el recurso a la memoria artificial (Mnemosyne tiñe de nostalgia hasta la última página del libro) y el obstinado protagonismo de la muerte, que llega al cuerpo de Sandra, descrita en quevedescas sucesiones de difunto, entre la mueca y la nada.
En contrapunto, Vergílio Ferreira concibe capítulos de un lirismo extraordinario, como el de la ternura junto al enfermo ("Dios me arde en la yema de los dedos. Mi palma se abre, un calor de sangre cóncavo de mi poder. Toda la fuerza milagrosa de la leyenda y el prodigio, mi mano, la poso en tu frente. Y una claridad de sonrisa, lenta, como el indicio del día. Al fluido intenso de mi fuerza, moviéndose en el despertar primordial del universo"), el del día en que el narrador se declaró a su esposa, entre letanías en latín y olivos oscuros, o el que evoca la anunciación del embarazo de Sandra, que se diría una glosa del fresco del Beato Angélico.
Una sintaxis sincopada con frases truncadas, la ambigüedad que produce en su prosa el juego con las personas gramaticales, las descripciones conductistas, añagazas todas aprendidas en sus lecturas de Faulkner y del nouveau roman, crean una insólita sensación de inmediatez, a la vez que le proporcionan al texto una intensidad emocional que sólo los escritores más grandes son capaces de regalarle al lector: "Estoy triste hasta la muerte. Cristo entre los olivos sin encargos de redención. He de ir a abrir los cobertizos. He de ir a cerrar las ventanas. He de. Estoy bien. Enciendo un cigarrillo, miro la mole de la montaña. Es grande. Tarde inmóvil de calor".
Esta novela de la infancia perdida y del dolor, del silencio que queda después de haber consumido todas y cada una de las palabras imaginables en un monólogo perfecto que aspira a la catarsis y empieza y acaba escribiendo 'para siempre' porque se quiere trascendente, es una fiesta literaria y un derroche de talento.
[Javier Aparicio Maydeu, El País, 10/9/2005.]
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Vergílio Ferreira
Invocación a mi cuerpo
Escribo al impulso de los temas que se me van imponiendo según las diversas ramificaciones de lo que quiero decir. Pero lo que quiero decir es breve, y por eso retorno a ella constantemente, giro en torno a ella, pequeña luz en la gran noche.
El gran escándalo de la Vida es que la vida soy yo... Me arranco a mí mismo en el acto de saberme, pero ese extraordinario milagro es el milagro del mundo, y jamás podré entenderlo. De la piedra a la reflexión hay un salto y una continuidad.
Vergílio Ferreira
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Para el escritor portugués Vergílio Ferreira, la distinción entre géneros literarios no es más que una ilusión óptica. De ahí que Invocación a mi cuerpo reúna crónicas políticas, prosas poéticas, disquisiciones filosóficas y fragmentos de diario íntimo.
Hace ahora un año que tuvimos la ocasión de celebrar la traducción, también en Acantilado, de En nombre de la tierra (1990), una bellísima novela ahogada en lirismo y construida sobre la base de la repetición obsesiva y del cuerpo en tanto que metáfora de la vida humana. Acerca de la impronta de las lecturas existencialistas de Ferreira en aquella novela existe duda, y sin embargo la voz cantante no la llevaban en el texto las ideas en torno a la esencia modelada en el torno del tiempo, sino el vigoroso discurso introspectivo del anciano João, narrador de su propia historia. En Invocación a mi cuerpo (1969), en cambio, las disquisiciones sobre el ser, la nada, la conciencia y la esencia deambulan desnudas por el texto, sin el disfraz de la ficción que tan sabiamente cubría las veleidades filosóficas del autor portugués en En nombre de la tierra y sabiéndose la genuina razón de ser de una obra de inequívoca vocación ensayística, concebida bajo los efectos estimulantes de las lecturas de Heidegger, Malraux, Camus y Sartre, a cuya difusión en lengua portuguesa había contribuido muy pocos años antes con su sesudo prólogo a la traducción de L'existentialisme est un humanisme (Presença, Lisboa, 1962), titulado Da fenomenologia a Sartre. La hipertrofia de un yo omnipresente recuerda aquel sensacionismo de Álvaro de Campos, avalando la presencia, siquiera estilística, de Pessoa en la obra de Ferreira, pues al fin y al cabo "en el triste desaliño de mis emociones confusas", como escribe Bernardo Soares en el Libro del desasosiego, nace, crece y perece esta Invocación a mi cuerpo, que se asemeja tanto a ese estilo escindido en diario íntimo y ensayo que hizo suyo el poeta de Lisboa.
En efecto, un yo solipsista y fenomenológico -"el misterio de mi yo es real, porque a mí mismo no me puedo mentir" (página 99)- conduce este texto abigarrado, que se alimenta de forma exclusiva de las inquietudes existenciales y los devaneos metafísicos de Ferreira, consagrado a dar rienda suelta a su mente de tal modo que algunas páginas de esta Invocación a mi cuerpo, es el caso de 'Oda a mi cuerpo' (páginas 299-348), pasan por ser fragmentos de diario personal -como los que escribiría desde 1969, fecha de aparición de la obra que nos ocupa, con el título de Conta-corrente- y otras en cambio pertenecen de forma clara al ensayo filosófico ('La verdad absoluta', páginas 29-41, o 'Cuatro mitos modernos', páginas 155-287, textos acerca de la acción, el erotismo, el arte y Dios), a la prosa poética ("Estrellas de mi corona por el espacio del cielo nocturno, magnitud del silencio de mi reino, yo solo [...], y el antes de su absurdo y finito y miserable pedazo de carnel...", de 'Libertad', páginas 137-155), o la crónica política, que cierra el volumen, entre alusiones a Castro, Cohn-Bendit o Ho Chi Minh, con una pieza titulada 'Post Scriptum. Sobre la revolución estudiantil', que contribuye con notable eficacia al carácter misceláneo del volumen ahora traducido. Si se tiene en cuenta que en una ocasión le preguntaron a Vergílio Ferreira en qué género se sentía más cómodo, y contestó: "¡Créame que la distinción entre géneros no es sino una ilusión óptica!", la constatación de que este libro resulta harto significativo de la personalidad de Ferreira no ofrece duda. Ahora bien, si de lo que se trata es de aclimatar su obra en el mercado español, seguramente no es éste el título más propicio para suceder a la vertiginosa novela En el nombre de la tierra. Otras novelas suyas, como Alegría breve (1965), que ya tradujo Basilio Losada para Seix Barral allá por 1973, o hasta Signo sinal (1979), su gran metáfora de la Revolución de los Claveles (Aparición sigue en el catálogo de Cátedra), hubiesen contribuido mejor a afianzar la prosa exquisita de Ferreira que este conglomerado de especulaciones filosóficas que, aun conteniendo textos espléndidos sobre el arte, el tiempo o la confrontación entre hombre y Dios, no deja de ser un hueso duro de roer, enojoso incluso en los primeros capítulos, que desorientará o hasta disuadirá a quienes disfrutaron con el texto primoroso de En nombre de la tierra. Vaya uno a saber si es el criterio del editor, la voluntad de los estates o la disponibilidad de los derechos el motivo de que haya sido éste el libro traducido a continuación. Ferreira tiene aún mucho que ofrecer a los lectores exigentes que, como Kundera, piensan que "el conocimiento es la única moral de la novela". Aguarden y verán.
[Javier Aparicio Maydeu, El País, 22705/2004.]
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Vergílio Ferreira
En nombre de la Tierra
Es un libro lúcido y terrible sobre la vejez, el amor vivido en términos absolutos y la capacidad de la palabra para crear. En él nos habla un hombre solo, recluido en un asilo, que decide recordar—sobrevivir recordando—el pasado que fue (Mónica, los hijos, el trabajo, algunos tipos pintorescos como el revolucionario Salus) e ir más allá, crear el pasado que nunca fue, que pudo ser, que la fuerza del verbo hace que ahora y definitivamente sea. Con ello asistimos también a la realidad terrible del presente: el fingido interés de los hijos, la sordidez del asilo, la realidad fantasmal de los viejos que lo habitan, la solicitud maternal y lacerante de las enfermeras y, sobre todo, la sobrecogedora epifanía del propio cuerpo, envilecido ahora y antaño transcendente, cuerpo substancial como la tierra, absoluto y sexual, única posesión en donde el hombre se vive a sí mismo y por el que intenta abarcar todo lo demás. Vergílio Ferreira es una de las voces fundamentales de la Europa contemporánea, y con esta novela, Acantilado empieza la publicación de sus obras.
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