domingo, 16 de mayo de 2010

Canetti y Freud: una relación singular. ¿Y por qué no?

                                  Elias Canetti y el psicoanálisis
Raquel Kleinman Bernath

Unas palabras de introducción
Los lectores de Canetti conocen su proverbial aversión al psicoanálisis y a Freud, y se preguntarán,
con razón, acerca de las razones de una psicoanalista para querer dedicar un libro a Canetti.
Al leer su obra, que desde un primer momento me cautivó, me di cuenta de la contradicción tan
notable que encerraba su actitud hacia el psicoanálisis. Por una parte, su enfoque de la naturaleza
humana y de los fenómenos de la masa y el poder corrían en paralelo a las ideas del psicoanálisis,
considerando el factor inconsciente e irracional como predominante en el comportamiento humano,
pero al mismo tiempo Canetti no desperdiciaba oportunidad de atacar de un modo visceral y a
veces irracional a Freud y su teoría. Consideré que había que contestar a estos ataques y aclarar de
una vez la actitud ambivalente y confusa de Canetti hacia un hombre al que admiraba y hacia una
disciplina con la que estaba de acuerdo en muchas cosas sin reconocerlo. Me pareció que Canetti
tenía que saldar su deuda con el psicoanálisis, pero al mismo tiempo merecía ser considerado como
un innovador en su enfoque de la masa y el poder. Para ello, me propuse estudiar sus propuestas
alternativas y evaluarlas junto con las del psicoanálisis.
Escribir el libro Elias Canetti: Luces y Sombras supuso para mí una lección de tolerancia, ya
que pude poner en práctica la teoría canettiana del aprendizaje y del conocimiento. Me refiero a su
conocida aversión a las teorías cerradas y a las limitaciones de la especialización, y a su atracción
por la amplitud de los campos del saber y por la mezcla multidisciplinar como el camino más seguro
de acercarse a la verdad. Al enfrentar y colocar juntas las teorías de Canetti y el psicoanálisis sobre
la naturaleza humana desde un respeto por las diferencias y apuntando a las afinidades, aprendí a
integrar los aspectos diferentes —que, tanto si se trata de teorías o de personas, solemos calificar
de ‘malos’— junto con los afines o buenos, para así conseguir una mezcla multidisciplinar y muy
enriquecida, característica del mundo de Canetti. Fueron precisamente las contradicciones de su
madre las que le enseñaron a Canetti que la verdad requiere juntar lo diferente y lo conflictivo: «Yo
percibía ambas cosas, su despiadada agudeza y su generosidad. En ese entonces yo no sabía qué era
la vastedad, pero la sentía: poder abarcar tantas cosas y tan contradictorias, el que lo aparentemente
incompatible pudiera ser válido al mismo tiempo, el poder sentirlo así, sin morir de miedo, y que
se lo debiera nombrar y considerar, la verdadera gloria de la naturaleza humana —eso fue lo que
realmente aprendí de ella». Y con esto, pasemos al tema de este artículo: Canetti y su relación
con el psicoanálisis.
Podríamos dividir las críticas de Canetti al psicoanálisis en dos grupos: críticas de fondo y
críticas irracionales. En estas últimas, me llamó la atención la falta de rigor, que contrastaba con
su actitud extremadamente responsable a la hora de pronunciarse sobre cualquier tema, la primera
y más importante de las enseñanzas de su madre. Influido por ella, Canetti defiende la experiencia
personal y emocional como base necesaria e imprescindible para el estudio de cualquier fenómeno
estudiado. Precisamente en este punto, critica a Freud por atreverse a analizar el concepto de masa
sin haber tenido una experiencia emocional con ella y desde una distancia y una actitud de rechazo.
Sin embargo, Canetti arremete contra el psicoanálisis sin haberse analizado y sin dedicar un análisis
serio a la teoría psicoanalítica, permitiéndose a lo largo de su obra numerosos comentarios
personales de desagrado y de aversión, como, por ejemplo, burlarse del nombre de la psicoanalista
de Broch (Schaxl), y sólo en contadas ocasiones nos encontramos con una argumentación rigurosa
con respecto a la teoría psicoanalítica.
Mostraré a continuación las razones emocionales que en mi opinión alejaron a Canetti de Freud,
hasta el punto de negar la influencia que recibió de él. También mostraré que la importancia de los
tutores y modelos en su vida está relacionada con la gran deficiencia de Canetti, la temprana orfandad paterna y la necesidad de poner un padre en su vida, cosa que sólo logró desde la posición de
control de la relación, siendo él quién decide a quién someterse y admirar y cuándo abandonarle.
La gran influencia negada del psicoanálisis en su obra se pone de manifiesto en las relaciones
con dos de sus tutores y modelos más importantes: Broch y Sonne, con los que mantiene unas relaciones
que denomino ‘de corte psicoanalítico’, porque contienen las ideas esenciales de la relación
y del proceso psicoanalíticos. Al describir sus relaciones con estos dos hombres, Canetti expresa
su admiración por las bases de la relación psicoanalítica.
Famoso por su gran capacidad de introspección, sin embargo, las relaciones con el padre conforman
el punto ciego en el autoconocimiento de Canetti. En cambio, y a pesar de la relación conflictiva
con la madre, su relación con ella queda bastante clara para él, tal y como lo refleja su obra.
[...]

 
Freud, el ‘modelo negativo’ (the counter-model)
Freud fue el modelo admirado en secreto, el rival necesario: «Por entonces no me percataba
de lo mucho que, dada la naturaleza de mis investigaciones, debía a la presencia en Viena de un
hombre como Freud [...] Tenía el honesto —aunque ingenuo— convencimiento de que mi trabajo
sería algo muy distinto y totalmente independiente del suyo. Me daba perfecta cuenta de que lo
necesitaba como adversario. Pero nadie hubiera podido convencerme entonces de que también me
servía como una especie de modelo de él».
Freud era el rival gigante, Goliat frente a un David decidido y convencido de construir, al lado
de esta enorme montaña, su propio monte. Canetti emprende su labor de investigación de la masa
y de la naturaleza humana en solitario y en paralelo a Freud, para lo cual no le faltaron razones y
justificaciones: «En el ensayo de Freud echaba de menos sobre todo la aceptación del fenómeno
[...] No existía la vivencia previa». Aunque años más tarde, y reflexionando sobre ello, reconoce
que la razón para alejarse de Freud era distinta: «Mis primeras observaciones sobre el ensayo de
Freud fueron más bien torpes y aproximativas. Sólo testimoniaban [...] de mi firme decisión de no
dejarme persuadir ni embaucar por aquel texto. Pues lo que más temía era la desaparición de cosas
de cuya existencia no podía dudar, puesto que las había vivido en carne propia». A pesar de las
duras críticas al trabajo de Freud, su importancia sale a relucir en la siguiente afirmación de Canetti:
«En este período comprendido entre el 1 y el 10 de agosto de 1925 sitúo el verdadero inicio de mi
vida intelectual independiente. Mi distanciamiento de Freud marcó el comienzo de mi trabajo en
el libro que sólo di a conocer al público treinta y cinco años más tarde, en 1960. En aquellos días
conseguí además mi independencia como persona».
Con apenas 20 años, Canetti tenía miedo de ser aniquilado por alguien mayor, un ‘monstruo’
acreditado de la teoría, y quería defender de él sus ideas, nada más que intuidas por aquel entonces,
y captadas emocionalmente en sus experiencias con la masa. Digo ‘mayor’ pensando en que Canetti,
recién llegado de Frankfurt a Viena, estaba en plena rebeldía adolescente y plenamente identificado
con los pobres y los débiles, que es como se debía de sentir él también por aquel entonces, y, poco
más tarde, cuando tuvo ocasión de codearse con la flor y nata de la vida artística e intelectual de
Berlín, sintiéndose él tan insignificante en comparación. Canetti sentía que al lado de Freud no había
lugar para un hijo con un mensaje propio y genial. Se tenía que alejar de él como de un remolino
peligroso, como de una ola gigantesca que amenazaba con absorberle, precisamente con la fuerza de
su afinidad de base con él. Tardó 35 años en publicar su tesis contraria a la del maestro y en poderse
plantar como digno rival frente a él. Concebir una empresa común con una figura paterna, donde
cada uno desde su parcela, pero juntos, descifrarían la totalidad de la conducta humana, le resultaba
imposible. La pérdida temprana del padre y el haber usurpado su lugar junto a la madre le condenó
a una relación perpetua de culpa insoportable y de rivalidad con cualquier figura paterna. Al poco
tiempo de morir su padre, la madre le enseña, no sin cierta crueldad, la lengua alemana, lengua de
alcoba de los padres, hasta entonces prohibida para el hijo, y con ella le coloca simbólicamente en
el lugar culpabilizador del hijo que eliminó al padre. No olvidemos que la edad del hijo cuando
fallece el padre es de siete años, en pleno complejo de Edipo, donde los deseos inconscientes de
eliminar al padre y ocupar su lugar debieron de estar en su cúspide. El hecho real de la muerte
generó una situación privilegiada de placer y culpa, y, por lo tanto, también de paranoia. No en
balde, ésta se ha convertido en la enfermedad del poder para Canetti. Con este trasfondo de una
relación empapada de culpa, con el fantasma idealizado de un padre ausente, Canetti no se puede
permitir una relación de dependencia de una figura paterna por temor a ser aniquilado, excluido,
eliminado, en represalia a lo que él mismo ha hecho. A pesar de las apariencias y las aseveraciones
del propio Canetti al respecto, su relación con Karl Klaus no puso en peligro real su independencia
intelectual, por el parecido tan grande que éste tenía con su madre y con él mismo.
La única ventaja que le debió de aportar el hecho de ser huérfano era la libertad de ser él el
padre, también el padre de una nueva idea sobre la masa y el poder. Un hijo así, que se opone a
muerte a cualquier sustituto del padre (con amenaza de suicidio), y que se enfrenta abiertamente a
quien amenaza con ocupar su lugar (a Herr Profesor y al Profesor Freud), sólo podía caminar en
paralelo y a cierta distancia de un padre, cogiendo de él ciertas cosas, pero furtivamente y sin reconocerlo,
y rivalizando con él, porque el análisis alternativo que ofrece Canetti del ‘caso Schreber’
no es casual: es un enfrentamiento abierto con el maestro Freud.
Pero estas razones personales y subjetivas de Canetti para alejarse de Freud se unen a otras, más
objetivas. Había varias cosas que le molestaban del psicoanálisis. Su fama, para empezar. Hubiera
sido mucho más interesante descubrirlo una vez olvidado, dice. También el hecho de ser una teoría
cerrada, con pretensiones de explicar todo el comportamiento humano, contrastaba con su teoría
del conocimiento, que exigía la vastedad del material y una actitud abierta a todo saber nuevo. «La
infección psicoanalítica había hecho progresos; hasta qué punto esto era cierto, yo mismo podía
verlo por entonces en Broch [...] El hecho de que siempre se encontrasen los mismos motivos para
explicar todo, el indecible tedio que de ellos se desprendía, la esterilidad que de allí resultaba, nada
de esto parecía conturbar a la gente. Estaban ocurriendo en el mundo las cosas más asombrosas,
pero siempre se las proyectaba sobre el mismo trasfondo insípido; se hablaba de trasfondo y se
consideraba que, con ello, las cosas quedaban ya explicadas, habían dejado de ser sorprendentes. Un
ruidoso coro de ranas estaba croando precisamente allí donde debía intervenir el pensamiento»5.
A Canetti le encantaba descubrir fuentes lejanas en el tiempo y olvidadas, y le irritaba la popularidad
del conocimiento; de ahí su afirmación: de haber descubierto la obra de Freud cien años
después, ésta le habría encantado. Le molestaba del psicoanálisis, al igual que de cualquier otra
teoría, tener que sucumbir a ella y perder la libertad de un pensamiento independiente. Como si
toda teoría viniese a representar una figura paterna idealizada, poderosa y persecutoria. El argumento
metodológico era que las escuelas y las corrientes doblegaban el pensamiento mientras
estaban vigentes, poder que perdían cuando ya estaban olvidadas y habían perdido el poder. Pero
el argumento emocional, detrás de esto, era que Freud podría ser interesante cuando dejara de ser
un rival.
En otro de sus ataques, Canetti pide respeto por el derecho del hombre a dejar ciertas cosas enterradas
y se muestra disgustado con los psicoanalistas por hurgar en el inconsciente (las tinieblas).
Sobre todo, la crítica se dirige al deseo de igualar, a través de la teoría, las historias personales, y
también a la manera incisiva e intervensionista (parecida a la de un cirujano) de ejercer el psicoanálisis,
de ‘estrujar’ los recuerdos, en un afán de hacer encajar las vivencias personales dentro de
los conceptos teóricos. Pero, por otra parte, esta defensa apasionada del derecho del ser humano a
ocultar ciertas vivencias se contradice con la pasión exhaustiva de Canetti por desenmascarar las
costumbres y conductas inconscientes humanas.


En busca de un padre: Kraus, Broch, Sonne


El primer modelo influyente de Canetti, después de su madre, fue Karl Kraus, el escritor satírico que divide el mundo en bueno y malo, y que desde la postura de juez y Dios imparte un juicio
bi-unívoco sobre los demás. A Canetti, esta manera visceral y violenta de juzgar y de condenar a los demás le recordaba a su madre y a sí mismo, por lo que se mantuvo leal a Karl Kraus hasta el final,como a «su gobernante privado», incluso después de haberse decepcionado de él, quizás por no renegar de estas partes suyas. Pero, al mismo tiempo, sentía la necesidad de avanzar y de cambiar.
Para ello, le sustituyó por otro modelo con el que guardaba un parecido asombroso. Se trataba de un hombre silencioso al que veía a diario en el Café Central de Viena, durante año y medio, y hacia quien, en un curioso proceso de transferencia, fue trasladando los sentimientos de veneración que sustrajo de Karl Kraus. En ese ‘nuevo Karl Kraus’ encontró aquello que hubiera deseado que el otro tuviera, por lo que trasladó su admiración a ese ‘doble’ con cualidades de las que el original carecía. «No descubrí hasta más tarde que, en el transcurso de aquella relación muda, algo dentro de mí se dividió. Las energías de la veneración se fueron desasiendo poco a poco de Karl Kraus y orientándose hacia su copia muda. Era una mudanza radical de mi economía psíquica, en la cual la veneración había desempeñado siempre un papel central». Es un autoanálisis en toda regla con terminología freudiana incluida (‘economía psíquica’ y ‘transferencia’).
Veneración sí, aunque sumisión no. Canetti necesitaba a sus dioses, pero los elegía él: «Me dejé influir». El inicio y el fin de su veneración lo decide él; necesita adorar, admirar e idealizar, pero impone la condición de poder entrar y salir de esta relación con libertad. Otro punto importante en estas relaciones, en el cual encuentro un paralelismo con la relación psicoanalítica, es la distancia personal que toma del modelo para poder seguir idealizándolo: evitará conocer los detalles de la vida privada de Sonne, al igual que el psicoanalista mantiene su vida privada a salvo del paciente. El aprendizaje, en ambos casos, se apoya en cierto grado de idealización necesaria.
Si Karl Kraus fue el modelo con el que Canetti se identificaba, Sonne, en cambio, era el modelo al que le hubiera gustado parecerse. Su relación con Karl Kraus evoluciona desde la idealización
ciega y subyugadora del principio, equivalente a la relación con su madre en una primera etapa  infantil, a una relación más crítica y al final descalificadora, equivalente a la etapa adolescente. En una evolución paralela de su pensamiento, abandona el mundo polarizado del bien y del mal que Kraus representa, para pasar al mundo de Sonne, donde, en vez de enjuiciar, uno contempla con el único fin de comprender.
Otro modelo de Canetti, Hermann Broch, también en contraste con Kraus, era humilde, reservado y tenía una manera peculiar de preservarse de las influencias ajenas, al mismo tiempo que se dejaba empapar por ellas: «Consistía en apropiarse de los impulsos de las voluntades ajenas, ya que era ésta la única forma en que podía defenderse de ellos». Junto a Broch, Canetti se hizo más consciente de sus rasgos de déspota: el que todo lo mide en grandes cifras y, sobre todo, el tiempo, la duración de las cosas, la pasión por el poder. Fue el comienzo de un largo proceso evolutivo
de Canetti hacia una relación tolerante y abierta, que culminaría con la elección de Sonne como modelo. A pesar de su gran amistad con Broch, Canetti le reprocha haber sucumbido a la fascinación por Freud y estar impregnado de él «como de una doctrina mística». Sin embargo, a Canetti
le gustaba la manera de escuchar de Broch, de no intervenir, de invitar a su interlocutor a decirlo todo sin miedo a ser enjuiciado por ello —rasgos característicos de la escucha psicoanalítica. En una descripción llena de admiración por aquella manera de escuchar y de acoger a quien habla, que parece sacada de una experiencia psicoanalítica, Canetti, sin embargo, niega su admiración, a
través de Broch, de estos aspectos del psicoanálisis, pasando en este mismo lugar al ataque: «Broch,
en tales ocasiones, callaba. No era un callar frío, o sediento de poder, tal como lo conocemos por
el psicoanálisis, no era un callar que de lo que trata es de que un ser humano se entregue irremisiblemente
a otro ser humano, al que no le es lícito permitirse ningún sentimiento en favor o en contra del que habla».
El ataque a la 'frialdad' del psicoanálisis, en pleno pasaje de admiración, podría significar la
negación de sus sentimientos, según el método psicoanalítico, pero apunta a ellos precisamente por
la relación de rechazo que establece con esa frialdad. Los encuentros con Broch recuerdan en todo,
hasta en el encuadre (el marco físico y el conjunto de normas conforme a las cuales transcurren) las
sesiones psicoanalíticas. Como las sesiones, estos encuentros eran regulares, a una misma hora y
en un mismo lugar, y como éstas, eran interrumpidos ‘en medio de la frase’, con los consiguientes
sentimientos de humillación y de abandono. Para asegurarse de su duración limitada, Broch los
fijaba antes de sus propias sesiones psicoanalíticas con la Dra. Schaxl, o bien solía llamar, nada
más encontrarse con Canetti, al siguiente sitio en el que le aguardaban, con lo que también establecía
el carácter no exclusivo de la relación (en el psicoanálisis, la existencia de otros pacientes).
Broch era buscado por Canetti con anhelo y sus encuentros le sabían a poco. ¿Qué paciente de
psicoanálisis no habrá sentido esto alguna vez? Ningún defensor del psicoanálisis podría describir
mejor sus excelencias que Canetti en este pasaje: la libertad total que ofrece una escucha que no
juzga ni opina, y el agradecimiento del que se siente ‘contenido’, en el sentido que da Bion a esta
palabra. La admiración de Canetti por el psicoanálisis es desplazada a Broch, arduo seguidor de
Freud, con el cual mantiene una relación de ‘corte’ psicoanalítico, pero ésta es negada en el mismo
pasaje a través de la critica severa y superficial al psicoanálisis y a su representante, la Dra. Schaxl,
a la cual ridiculiza por celos. Así, la influencia de Broch en la evolución de Canetti contiene de
manera indirecta la gran influencia de Freud, negada por aquel entonces, como un ‘modelo negativo’
(counter image).
La transición que Canetti hace de Kraus a Sonne supone su avance desde unas relaciones de poder a otras que, aunque asimétricas también, estaban basadas en el respeto al más débil. Sonne representa para Canetti todo lo que un modelo debe ser: abierto, tolerante, libre de deseos propios y, sobre todo, inalcanzable. El proceso de aprendizaje no es posible sin cierto grado de idealización del modelo: las verdades tenían que salir de boca de un Dios. La manera de conversar de Sonne recordaba la manera de escribir de Musil, y ambos, dice Canetti, estaban completamente
libres de la ‘infección’ del psicoanálisis, ambos eran una isla de independencia y originalidad en una Viena que en aquellos años era el universo del psicoanálisis. Encuentro interesante, desde el punto de vista asociativo, que en medio de la descripción de su ídolo Sonne, Canetti mencione el psicoanálisis en un contexto negativo (‘infección’), denigrando con ello al ídolo negado (Freud).

Entre las características admiradas de Sonne estaba el evitar los temas personales, el excluir de sus juicios todo componente personal y el no beneficiarse de lo dicho en modo alguno, ni siquiera alegrándose cuando los acontecimientos le daban la razón. En sus discusiones, Sonne carecía de todo deseo propio. Había renunciado a sus metas y propósitos personales, no hacía la competencia a nadie. Pero permanecía dentro del mundo y estaba ligado a cada uno de sus fenómenos a través de sus pensamientos. Daba la impresión de ser el hombre más objetivo, porque no deseaba nada
para sí mismo: «Mi impresión era que si no hacía nada, era porque no quería ser injusto con nadie».
Curiosamente, estas características que tanto admira Canetti en Sonne recuerdan mucho la meta ideal que nos fijamos los psicoanalistas en una relación psicoanalítica y que Bion definió como ‘sin memoria y sin deseo’, entendiendo por ello el intento del psicoanalista de dejar fuera de la relacióncon el paciente sus deseos personales e incluso su registro personal (memoria) de los encuentros anteriores. El analista debería iniciar cada sesión con su paciente como si fuera la primera vez, sin
memoria y sin deseos propios. Su implicación emocional con él debería ser suficiente para poder
sentir lo que él siente, pero no excesiva, para poder pensar objetivamente.
Si para Canetti esta manera de relacionarse y de opinar es un modelo de integridad, entonces
está hablando inintencionadamente de la integridad del psicoanalista. Pero, en una negación obstinada
de estos razonamientos, sigue atacando el psicoanálisis: «Nunca busqué los motivos de sus
palabras, éstas se apoyaban en sí mismas y estaban netamente deslindadas de su origen». En esta
frase hay una alusión al psicoanálisis, al que acusa de hurgar en la historia personal del paciente
para descifrar el significado de sus palabras; pero se trata de un ejemplo más de crítica infundada,
ya que en el psicoanálisis ‘las palabras se apoyan en sí mismas’ y, en ocasiones, su mera presencia
en la sesión, aunque parezca casual, impone un significado en contra de las apariencias o de una
historia personal sostenida. Con Sonne, al igual que pasó con Broch, Canetti describe unas relaciones
admiradas que recuerdan la esencia de la relación psicoanalítica, pero, para negarlo, se coloca
en una línea crítica con el psicoanálisis.
Para pasar de un modelo a otro, es preciso encontrar un puente de unión entre ambos que permita
la continuidad en el proceso de evolución. En este caso, Canetti se sirvió de un curioso parecido
físico que encontró entre Kraus y Sonne (opinión no compartida por su mujer, Veza); pero, como
contrapartida del semblante colérico de Kraus, reconoce algo mortuorio en el rostro de Sonne, con
lo que a los dos modelos en proceso de transición se les une la conocida mascarilla de Pascal (el
rostro mortuorio), representando al padre muerto, que es incorporado junto con un sentimiento
melancólico (el dolor) en sustitución de la cólera (los aspectos que comparte con Kraus). El deseo
de evolucionar a mejor implica una crítica al modelo descartado (fanático), pero, al mismo tiempo,
la elección del modelo nuevo se hace posible por el parecido entre ambos; de esta manera, no se
desprecia ni se pierde lo bueno del primero, conservándolo a través de su parecido con el segundo,
y de alguna manera siguen caminando los tres. Canetti no deja caer a sus modelos; otros se les
unen en el camino, que a su vez se unen a los anteriores; una manera de avanzar que aplica también
al aprendizaje, pues lo concibe como un proceso donde, a lo largo del camino, se van adhiriendo
y uniendo conocimientos que no se excluyen, sino que juntos aportan una visión más rica y más
cercana a la verdad.
La intolerancia de Canetti a cualquier dominio o manipulación que no fuesen libremente elegidos
es una manifestación de la pareja antitética de sumisión (el poder) y rebeldía (la libertad) que
caracterizaba las relaciones con sus tutores. Para aprender, Canetti tenía necesidad de adorar, pero
sólo a los dioses por él elegidos y manteniendo una libertad con respecto de ellos: «Sólo por mi
propia voluntad podía yo subordinarme a otro, tenía que ser yo quien decidiese a quién colocaba
por encima de mí. A mis dioses era yo mismo el que los encontraba, yo era el que les daba nombres.
Y a quien por propio impulso se tuviese a sí mismo por un dios —y acaso también lo fuese
de veras-, a ése tenía que esquivarlo. Lo sentía como una amenaza». Este pasaje arroja luz sobre
su distanciamiento de Freud, al tiempo que desvela un rasgo importante de su manera de ser. La
relación con Kraus estaba basada en el dominio y en el poder, y por lo tanto era una relación peligrosa,
aparte de hiriente: «Subsistía siempre el peligro de que mis guerras de liberación fracasasen
y de que yo acabara en una seria servidumbre psíquica». La liberación llegó gracias a Sonne y su
total falta de egoísmo, que permitió la sumisión sin riesgos. Las heridas que produce la sumisión
se resumen en la teoría de Canetti sobre el ‘aguijón’, que es el excedente que queda del ejercicio
de poder y sirve como medio de su transmisión entre los hombres.
El deseo de evolución y crecimiento (aprendizaje), por una parte, y de mantener la libertad psíquica
e intelectual, por la otra, pasa forzosamente por los modelos y conlleva una lucha constante
por recibir de ellos lo mejor, pero sin quedar aprisionado en la influencia de ninguno. Liberarse de
los modelos no es fácil y los parecidos entre ellos ayudan a desprenderse de uno, cuando el siguiente
lo lleva incorporado de alguna manera. Fue el parecido con su madre, su fanatismo y crueldad, lo
que le cautivó de Karl Kraus. Canetti reconoce en sí mismo los rasgos que critica en su modelo y
desea dejarlos atrás, pero, del mismo modo que le resulta imposible deshacerse de ciertos aspectos
de sí mismo si no es evolucionando y transformándolos, es incapaz de despojarse de sus modelos
antiguos y opta por incorporarlos a su nueva y mejorada experiencia. Es así como entiende el crecimiento,
la evolución y el proceso de aprendizaje, como la ampliación del conocimiento añadiendo
nuevos datos, pero sin despojarse de los anteriores. En la teoría psicoanalítica, el crecimiento se
entiende de una manera parecida, por la incorporación e integración de los elementos conflictivos,
mientras que la actitud contraria de evacuar y proyectar hacia fuera estos elementos forma parte
de la enfermedad.
La transición de Kraus a Sonne representa el paso del pensamiento acusador e intolerante,
característico de una relación de poder, a otro de respeto mutuo, donde el alumno se somete voluntariamente a un tutor que, a pesar de ser su superior, le trata como a un igual.
El prestigio de Sonne había llegado a ser tan grande para Canetti, que un rechazo a la novela
de éste, Auto de fe, hubiera significado su destrucción, una sentencia de muerte sobre su libro:
«Él era el único a quien yo otorgaba el derecho de pronunciar una sentencia de muerte espiritual
sobre mí». Sonne no lo hizo, pero allí estaba el miedo paranoico de Canetti, expresado
con claridad. Por el contrario, Sonne utilizó su ‘poder’ para ayudar a su ‘alumno’: su crítica al
libro fue muy positiva, aunque incluía una advertencia del difícil destino que tendría y de los
posibles ataques que recibiría, y le ayudó a poner una distancia entre su persona y su creación,
liberándole del mal que expresaba en el libro. Veza, según Canetti, no entendía esta relación y
confundía su confianza absoluta en Sonne con el sometimiento: «La urgencia más pura de mi
naturaleza, de una naturaleza que se avergonzaba de sus escorias y que sólo podía mejorar, o al
menos justificarse, mediante un diálogo riguroso con un espíritu muy superior». Pasaje que deja
claro el carácter de ideal del yo que representaba Sonne para Canetti, al considerarle un modelo
de espíritu superior al suyo. En privado y en secreto, le llamaba el Arcángel Gabriel, pero aún
así no se atrevió a dejarle el manuscrito. Cuando ya hubiera un libro impreso y no se pudiera
cambiar nada, le llevaría un ejemplar. Esta relación refleja el difícil equilibrio entre la influencia
necesaria de la figura paterna y el miedo a ella. «Yo lo había elevado —por instinto, pero también
por decisión consciente— a la categoría de instancia suprema para mí, instancia suprema ante
la que quería inclinarme, porque la necesitaba no menos de lo que necesitaba saber que existían
mis tres obras». Pero su necesidad de supremacía tenía una condición: evitar que el aprendizaje
se convirtiera en un acto de poder. Canetti tenía una dificultad insuperable de confiar, debido al
sentimiento de culpa tan intenso que caracterizaba la relación con su padre y, por tanto, también
con los demás tutores. Necesitaba un padre Dios, alguien que impusiera la ley y los límites, pero
temía el abuso de poder, que en su caso sería la aniquilación. Era el mismo temor que expresó
con respecto a Freud, que le podía anular; y, aun en las relaciones más tranquilizadoras con el
‘hombre menos egoísta’ de todos los que había conocido, no le abandonó este miedo, aunque
intentó corregir su desconfianza con una dedicatoria, una vez que el libro estaba editado y a salvo:
«Al Dr. Sonne, que para mí significa todavía más. E. C.».
Las relaciones de Canetti con sus modelos son una lucha de poder que sigue el patrón establecido
en la relación con su madre, una relación impregnada de deseos de poder y de fantasías de
igualdad, a pesar de las evidentes diferencias. La madre hacía de niña y de madre, el hijo hacía de
marido y de hijo. Ambos deseaban apoderarse el uno de la vida del otro, con la exclusión de todos
los demás (igual que el deseo del poderoso de ser el único superviviente) y llevaron este deseo a
los extremos de vida o muerte; aunque, en el terreno intelectual, madre e hijo mantuvieron una
relación de libertad y de respeto.


Canetti y Freud: las grandes diferencias.
Poder’ versus ‘Sexualidad’: una visión contraria de la muerte
A través de su interpretación del ‘caso Schreber’ desde el poder y la muerte, Canetti muestra un
enfoque alternativo al enfoque de Freud para explicar el comportamiento humano: Freud pone el
énfasis en los aspectos sexuales (homosexuales) de Schreber para explicar su conducta (y también
la de la masa), mientras que Canetti habla de un concepto de masa y de poder inherente al hombre
y que constituye su principal defensa contra el desamparo y la soledad. El hombre se refugia en
la ilusión del poder para defenderse de las ansiedades destructivas relacionadas con la muerte. La
culpabilidad que produce el hecho de tener que matar para seguir vivo (la psicología del comer),
unida a la proyección de la propia agresividad en el entorno y que vuelve rebotada a uno, convierte
la realidad en insoportable y pone en marcha una serie de reacciones defensivas, como la pertenencia
a una masa y la búsqueda de más poder. Las fantasías de desviar la muerte de uno infligiéndola
a otros convierte al hombre en asesino, en poderoso, finalmente en héroe, y colocan a la muerte en
un lugar cada vez más central en las relaciones del hombre con los demás.
Curiosamente, por la misma época que escribe Psicología de las masas y análisis del yo (1920-1922),
Freud se ve obligado a introducir en su teoría del aparato psíquico el concepto de ‘pulsión
de muerte’, para poder explicar algunas conductas destructivas como el masoquismo o la reacción
terapéutica negativa, que con la teoría del principio de placer no quedaban resueltas. Pero la ‘pulsión
de muerte’ de Freud, la que empuja al hombre a volver a un estado inicial inorgánico (la muerte),
es opuesta al papel de la muerte en el pensamiento de Canetti. El hombre de Canetti, lejos de
anhelar la muerte, es capaz de matar por evitarla. Canetti demuestra que el hombre no quiere morir
y para ello utiliza violentamente, aunque a menudo de manera disimulada, al Otro. El fin de toda
violencia contra el Otro es lograr la supervivencia y con ella la ilusión de evitar la muerte propia.
Esta actitud hacia la muerte determinará, según Canetti, toda una cadena de conductas humanas: en
vez de una agresividad justificada utilizada en defensa propia y al servicio de la supervivencia, el
ser humano dará muestras de una agresividad excesiva que le provocará angustias de persecución.
Evitar la muerte se convertirá en un fin absoluto, en una competición con los demás, donde el
hombre deseará sobrevivir a todos y quedar el último, el único. En una existencia concebida como
lucha, la vida se considerará un triunfo y la muerte un fracaso.
El paranoico y el poderoso se forman la fantasía inconsciente de que matando a otros desviarán
la muerte de ellos mismos, pues con las vidas que acaban de segar prolongarán las suyas. El
deseo de matar es proyectado fuera, ‘contaminando’ todo el entorno del mismo deseo asesino y
convirtiendo al Otro en temible. ‘El miedo a ser tocado’ es en realidad el miedo a ser matado y
esto producirá tensiones y cargas en el individuo que sólo podrá descargar inmerso en una masa.
El poder, siempre vinculado con la muerte, se necesitará para atacar al Otro y para defenderse del
ataque que se espera de él. En total oposición a la idea de Freud de que existe una fuerza pulsional
que empuja al individuo hacia su muerte, Canetti observa a su alrededor el deseo contrario de preservarse
de la muerte como el motor que impulsa subrepticiamente toda conducta humana. En Masa
y poder, Canetti demuestra que las más diversas costumbres y conductas humanas están motivadas
por el deseo de no morir. El deseo de morir con el muerto (la famosa ‘culpa del superviviente’),
tan común en los sentimientos de duelo, viene a encubrir la satisfacción oculta que se siente por
haberle sobrevivido. El hombre de Canetti es un ávido de la vida y no sólo no desea morir, sino
que está dispuesto a matar para sobrevivir. Y no se trata de matar en defensa propia, lo que sería
imputable al instinto de supervivencia, sino de una ansiedad frente a la muerte, que le impulsa a
desarrollar una serie de fantasías complicadas que generan conductas encaminadas a perpetuarle
en vida. La meta y esencia del poder, que para Canetti engloba la maldad humana, es siempre la
supervivencia sobre los otros, y se nutre de la fantasía de que matar sirve para desviar la muerte
de uno hacía los demás.
La teoría evolutiva del ser humano que propone Freud, utilizando para ello magistralmente
el mito de Edipo, gira en torno a la prohibición del incesto y a la ansiedad de castración que ésta
genera. El problema principal del hombre será poder controlar la pulsión sexual, la más potente
de las pulsiones, y cualquier fallo (imaginario o real) en dirección de lo prohibido despertará en él
una fuerte angustia. En su teoría, Freud nos muestra las múltiples defensas del aparato psíquico,
sus escondites, utilizadas para evitar esta angustia. El análisis alternativo que ofrece Canetti del
caso Schreber le permite plantear su teoría del origen del conflicto de la conducta humana desde la
masa y el poder, por contraste con la teoría freudiana de la sexualidad. El delirio de Schreber, bajo
el disfraz de una concepción anticuada del mundo que presupone la existencia de los espíritus, es
en realidad el modelo exacto del poder político, que se nutre de la masa y se compone de ella.
Según Freud, el sentimiento de culpa en el ser humano tiene su origen en la infracción de la
prohibición del incesto y es sexual. Según Canetti, cada hombre está de pie ante un montón de
cadáveres porque para seguir vivo tiene que seguir matando; vivir culpabiliza, porque es siempre
a costa de algún otro ser vivo.
Freud admite la relación existente entre la prohibición del incesto y la prohibición de comer el
animal totémico. El hombre se identifica con el animal (enemigo) abatido, que le sirve de alimento;
se siente uno con él (uno se convierte en lo que come) y como consecuencia de su identificación
con el animal empieza a sentir culpa por comérselo; para aliviar su culpa, prohíbe comer cierto
animal, que se convierte en el tótem de la tribu: este animal es nosotros, no se come. En realidad,
la prohibición de comer al animal, que es visto como uno mismo, es la prohibición del canibalismo.
Freud da un paso más al tratar el acto sexual con el mismo criterio que el de comer: las dos actividades
se sobreponen y, al igual que se prohíbe el comerse a los semejantes, se prohíbe la relación
sexual entre los propios, entre los familiares más cercanos. Se instaura la prohibición del incesto,
la primera ley que humaniza al hombre y le separa de los animales; a partir de ahora, el hombre
tendrá que dominar su impulso sexual. Con la prohibición del incesto se establece el símbolo de lo
vedado al hombre y, con ello, la aparición de la ley y de la moral, y también se establece una culpa
inconsciente, con independencia de si hubo o no una infracción real de la ley, ya que el deseo de lo
prohibido persiste y, como las fantasías inconscientes en el individuo se confunden con la realidad,
con desear el incesto es suficiente para sentirse culpable.
Si suponemos que esta prohibición sexual se remonta a otra, anterior y más grave, como la prohibición
de matar, y que juntas conforman una trasgresión acumulada, podremos explicar la magnitud
de las ansiedades que las fantasías edípicas despiertan en el hombre. La culpa que genera el deseo
de matar es tan grande que sólo se la puede experimentar indirectamente, a través de situaciones
de culpa posteriores, más fáciles de soportar, utilizadas para poder asimilar la gran culpa que no
nos deja vivir y sin la cual, sin embargo, no podríamos mantenernos en vida.
Resumiendo, Freud y Canetti enfocan la naturaleza humana desde una perspectiva parecida al
coincidir ambos en el carácter agresivo e irracional del hombre, pero divergen en atribuir la motivación
de dicha conducta, el uno a la pulsión sexual y el otro a la obsesión de evitar la muerte.
El estudio comparativo de ambos enriquece enormemente al lector, porque aporta dos visiones
paralelas y al mismo tiempo diferentes de la conducta humana, la de Freud enfocando al individuo
en su relación con el grupo reducido de su entorno familiar inmediato, y la de Canetti enfocándolo
inmerso en las relaciones de masa y de poder.
[Daimon. Revista de filosofía, n.º 38, 2006]

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